El pedido de renuncia al presidente Danilo Medina tiene sus luces y sombras. Puede haber argumentos contrarios política e históricamente justificados. Se pueden identificar, incluso, omisiones y contradicciones en el texto del documento. Cabe la pregunta de que, en caso de que renuncie el presidente, ¿quién lo sustituiría? Y si ello supondría, realmente, un cambio. Asimismo, el pedido puede inducir a enfocar el problema dominicano, que es estructural, como de un individuo. Lo cual podría conducir a cambiar una élite dirigente por otra sin que se toquen las causas de fondo de la problemática nacional. Con todo eso se puede coincidir. Y el debate entre los que adversamos al régimen existente debería centrase en un diálogo constructivo, y político, sobre ello. Ahora bien, lo que no se puede dejar pasar es el argumentario de defensa de la “democracia” e “institucionalidad” que muchos han asumido para oponerse al pedido. Esa postura tiene implicaciones nefastas. Veamos.

Para que haya democracia debe haber ciudadanos capaces de elegir libremente sus gobernantes. Gobernantes que, en el marco de una sociedad sustentada en la igualdad ante la ley, deben administrar lo público sobre la base del bien común. Y los que eligen deben disponer de mecanismos institucionales para exigir cumplimiento a sus gobernantes. De ahí, un orden que garantiza democracia e institucionalidad. ¿Existe eso en República Dominicana? En mi perspectiva, como mucho, República Dominicana podría calificarse como un intento de democracia apenas en construcción. En un país con las características del nuestro si algo no hay son condiciones para una democracia real.

En democracia, como vimos, la gente elige libremente. En República Dominicana alrededor del 70% de la población es pobre. Gente que sobrevive frente a todo tipo de dificultades y carencias. Una persona que está pensando en cómo comer al día siguiente, cómo vestir y alimentar un hijo, cómo lidiar con un barrio sin luz, cómo conseguir lo del pasaje para ir a un trabajo del que cobra un sueldito mensual que no da ni para comida, muy difícilmente pueda elegir libremente. Antes las necesidades inmediatas, que son tangibles e inevitables, el pobre dominicano piensa únicamente en el ahora. Situación que se ha mantenido así en prácticamente toda la historia. De ahí la sociedad empobrecida material e intelectualmente que tenemos; los niveles terribles de falta de educación formal; el lugar bochornoso que ocupa el país en los índices internacionales sobre calidad de vida, desarrollo humano, educación y cohesión en las sociedades.   

La élites dominantes y dirigentes del país nunca han intentado cambiar esa realidad, sino que, por el contrario, la incentivan por cuanto se alimentan de ella. Se sirven de la pobreza de las mayorías para vivir en el privilegio mediante estructuras productivas extractivas que propician concentración de riqueza, enriquecimiento de grupos político-económicos reducidos y un imaginario derrotista en las mayorías. De ese modo, el dominicano promedio naturaliza su situación de precariedad como lo normal. En tanto es lo normal, no se puede cambiar, está ahí porque tiene que ser así. Surge así un sujeto social desmovilizado, poco dispuesto a considerar lo distinto posible, que entiende la política en lógica clientelar: apoya a quien le da. El juicio político de ese dominicano llega hasta donde permite su perspectiva determinada por lo inmediato que necesita para sobrevivir. El PLD construyó su maquinaria electoral y estructura de control social a partir de esta realidad. Institucionalizó la visión del pueblo como masa clientelar.

En la pasada elección ello alcanzó niveles grotescos. Fue la campaña más cara de la historia dominicana. En un país pobre como el dominicano para llegar a ser Senador, Diputado o alcalde hay que disponer de muchísimo dinero. Para poder imponerse en un contexto político clientelar  y de negocios no así de propuestas ni de ideas. Se invierte dinero para resultar electo, y una vez en el carguito, recuperar la inversión y multiplicar ganancias. Hay muy pocos políticos dominicanos que no sean millonarios. Danilo Medina se impuso, primero, en el Comité Político del PLD a fuerza de dinero siendo el que controla el presupuesto nacional. Con lo cual logró que el PLD aprobara su propuesta de reelección. Luego, en el Congreso, impuso la reelección ante diputados y senadores que cobran en dólares sus votos. Finalmente, implementó una avasallante campaña en la que la oposición fue aplastada por una maquinaria electoral de recursos económicos y mediáticos ilimitados. Todo para alcanzar una votación altísima que, por un lado, acabara con la oposición interna del leonelismo, y por otro, lo proyectara como “única” opción peledeísta de cara al 2020.

Ante todo eso, la oposición ayer aplastada en una competencia vulgarmente desigual, antidemocrática e inmoral, asume, hoy día, la defensa de la “democracia” e “institucionalidad” dominicana para oponerse al pedido de renuncia contra el Presidente. Legitimando el sistema que los hizo pedazos e impuso una reelección a fuerza de dinero, y que estructuralmente perpetua la pobreza en el país (miles de millones gastados en campaña que se pudieron invertir en desarrollo y educación, por ejemplo). Postura que, implícitamente, legitima el régimen existente al tiempo que proyecta un imaginario de que en el país manda la voluntad popular. Lo cual, hemos visto, no es ni de cerca verdad.

Con todo, tiendo a pensar que hay muy poca oposición real contra el PLD. Lo que abundan son grupos con la misma visión clientelar que lo que persiguen es sacar los morados para ser ellos los que reparten. Políticos “nuevos” surgidos del mismo esquema de privilegios y enriquecimiento del que se benefician el PLD y las clases dominantes. Muchos de esos “nuevos líderes”, la mayoría señoritos privilegiados que solo hablan de “acabar la impunidad”, y nunca se refieren a las causas estructurales que la propician, no tienen, en su agenda, a las mayorías. Al dominicano pobre que se lo está llevando el diablo. Lo que buscan es alimentar egos de privilegiados y, en río revuelto, pescar lo suyo. No tienen propuestas de cambios estructurales enfocadas en hacer justicia a las mayorías. Más bien desprecian esas mayorías que no pueden leer los mismos libritos en inglés que ellos.

El liderato realmente nuevo no puede surgir de esos esquemas ni de tales grupos privilegiados. Tiene que surgir en diálogo y desde la mayoría, con una visión que supere los códigos e imaginarios existentes. Que diga claramente que democracia e institucionalidad reales no hay en República Dominicana. ¡Que vamos a construirlas!