Cuando examinamos los resultados arrojados por los estudios sobre percepción de la religión en los últimos años, observamos un dato constante: hay un descenso generalizado de las creencias y de las prácticas religiosas en países con un alto índice de desarrollo humano. España es un claro ejemplo de ello.
En un artículo reciente, titulado: ʺLa religión pierde influencia al desplomarse los ritos y la feʺ (El país, 1-4-2019), Alfonso Congostrina y Julio Núñez reseñan los datos del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CSI) y del Instituto Nacional de Estadística de España, que muestran un descenso de las creencias religiosas en función de la edad. Así, mientras un 88.6% de los españoles mayores de 65 años se declaran creyentes, el porcentaje desciende a medida que los segmentos poblacionales son más jóvenes, llegando a menos del 50% de personas que se consideran religiosas en el grupo constituido por individuos cuya edad oscila entre los 18 y los 24 años.
Las prácticas religiosas también se reducen. Por ejemplo, los matrimonios religiosos realizados en todo el territorio español no llegan al 20%.
Estos resultados asemejan a España con otros países desarrollados del planeta que muestran un descenso sistemático del sentimiento religioso en las últimas décadas.
El fenómeno lo encontramos, sobretodo, en zonas con altos niveles de vida. Las regiones más pobres, como África y América Latina, presentan altos niveles de religiosidad. Este hecho ha motivado a relacionar la creencia religiosa con la inseguridad o la incertidumbre de la vida precaria. En su libro, Why Ateism Will Replace Religion, (Por qué el ateísmo substituirá la religión), Nigel Barber sostiene que el incremento de la calidad de vida disminuye las prácticas religiosas. En otras palabras, las sociedades con alto índice de desarrollo humano han eliminado una serie de necesidades y han construido un conjunto de mecanismos para lidiar con fenómenos naturales amenazantes (mejores construcciones, infraestructuras), que proporcionan un sentimiento de seguridad brindado por las religiones en las sociedades con bajo índice de desarrollo humano.
Pienso que hay otro motivo importante que explica la popularidad de la religión en los países donde predominan las condiciones de precariedad. En estas, la religión es capaz de proporcionar unas redes de solidaridad, de apoyos y afectividades que las instituciones seculares proporcionan a las personas en sociedades desarrolladas.
En África y en América Latina, las instituciones religiosas son de las pocas que producen cobijo a la ciudadanía desde muy temprana edad. Sin ellas, el individuo se encuentra desamparado ante un Estado poderoso e incapaz de defender reglas de convivencia iguales para todos. La ausencia de un orden de igualdad ante la ley contribuye con un sentimiento de inseguridad ajeno a las sociedades con instituciones fuertes.
Así, la precariedad del orden institucional estimula a la construcción de un orden simbólico donde se establecen las correlaciones de eventos en función de unos presupuestos que Max Weber asoció con la "visión encantada del mundo", una concepción donde agentes sobrenaturales o fuerzas espirituales operan en la vida cotidiana de la gente dotándola de orden y justicia.
Si lo dicho anteriormente es correcto, un proceso de mejoramiento general de la calidad de vida, así como de fortalecimiento de las instituciones en África y en América Latina, deberían reducir el sentimiento religioso. Salvo que las religiones institucionalizadas se transformen para suplantar las nuevas necesidades emocionales generadas por la vida moderna. Unas necesidades que, en las sociedades de alto desarrollo humano, ahora cubren otras prácticas culturales como las distintas manifestaciones de la "Nueva Era" o el deporte.