Hablar con Thelma sobre las aceras es perderme entre el sol y la sal. Dile no a tu tristeza, marejada en las desapariciones de medio sur y entre los colores que se recuerdan. Me viene el mareo del ron al pelo. A la tercera es la vencida y por fin decide que lo que quiere es un sancocho de habichuelas con chuleta ahumada, arroz blanco, aguacate, o sea tú sabes: lo poderes. Empiezo raudo a voltear los calderos en esta casa. La veo o la sueño quitarse el vestido, darse otro trago y meter los pies en la piscina. Desde allá me confiesa, llena de serenidad, ¿Sabes? A mi se me desorganizó la vida y no me di de cuenta. Pude haber sido cuero, mantenida… y ahora soy un poco de las dos, y ninguna de las dos, ¿me entiendes? No me entiendas, yo me entiendo. Soy una luchadora de deudas, y rencores, y amores. Una trabajadora incansable para poder caminar en esa acera de la que hablas…
Yo estoy frente a los fogones sudando como una Kubota y ahora más, que dice que también se ha antojado de unos totoncitos. Desde mi cocina quise gritarle que el mundo se nos viene encima de manera feroz y la juventud se termina. Díselo a mis caderas, díselo al amor. ¿Cuándo abrirán de nuevo el Sabina Bar? Dios, cuánto odio destila este país. Hay días que pienso que se terminó el amor, que se nos rompió de tanto usarlo. Oh Thelma, quiero (espera que el agua del arroz está un poco salada) decirte, en medio del espanto de la piscina y este olor jardín de azahares, que te veo como una mujer valiente de ojos grandes y preciosos; nada de chapeo, sino una mujer sensible, que dice lo que quiere, que ama de manera violenta y bebe como un tíguere. Quiero decirte que te quiero por eso, y por la valentía de ser mujer en un país en donde se lanzan niñas al mar.