(25 de Agosto 1947 – 13 de Julio 2004)
Siete años después, y para uso oficial solamente
No somos más que amanuenses del Espíritu y no podemos disponer nuestro destino. Detrás de la puerta, quizá, otro ángel aguarda. Otro quizá, otro ángel, otra puerta.
Tal vez no he salido jamás de sus ojos. Tal vez duermo todavía dentro de la lluvia.
Tal vez sigo enamorado de la eternidad.
Mi siempre presente poeta:
Estas horas austeras, difíciles y solas, son hijas de solsticios y veranos que acaban de terminar; primaveras que creía acaso eternas. Son también horas hermosas porque como sabes, aún me vive y me vivo por el corazón, espejo favorito del amanecer. Estos son días azules dibujados por todas las muchachas de Güibia, las tuyas y la mía (sólo ustedes los poetas están autorizados a pluralizar la exclusividad de los pezones y los besos). Además, no podría yo imaginar lo que haría mi solitaria alma de oruga: si serle, entregármele u ofrendármele, eco de mis galopes, a ella. Y sólo a ella. Por eso éstas son horas azules, como las de Darío: fin de la luz, reino de la oscuridad.
Te he leído en estos días más que siempre, contra las olas cercanas al Vesubio y frente a las millas del continente, es decir, el mar Caribe. Te he recordado dolido y doliente, te he imaginado compungido como únicamente médicos atrevidos pudiesen suponer. Y te he visto llorar. Triste. Navegando entre las cicatrices coronarias, hoja caída como los otoños que nunca quieren terminar. Te he leído en estas fechas milenarias donde las paellas duermen y René Del Risco despierta la adrenalina del dolor. Tú le has escrito desde la memoria y el privado respeto de la claridad; y nosotros lo hemos buscado tras su Viento frío. Has escrito Happy Hours y has escrito para los que sabemos lo debido sobre la tinta de calamar. Te confesaste además en la página 377 en un poema donde Marisela se despide desde los mástiles sagrados un octubre cualquiera de hace apenas diez años. Y hoy la veo, a Marisela, escondida entre la imaginación y los azahares.
Tu desafiaste el desamor y la esperanza anunciando tras un exclusivo uso oficial, toda una manada de leopardos que buscaban labios apacibles: la nombraste Memoria del azar. Y en ella dijiste ¡basta sinrazón! Y allí aguardaba la mirada de la virgen verde que te tiñó la memoria de amarillo. Y dijiste ¡basta golondrinas! Y se acercaron unos pechos que se sabían sedientos, nómadas en espera del rescate…
Los poetas y tú, conscientes de la majestuosa aventura de la palabra, entienden que el pecho no tolera más dolor que la memoria; y que no comprende el porqué de las metáforas esparcidas entre el malecón de Santo Domingo y los confines del infinito. Los poetas saben también cómo una muchacha se apropia del alma sin preguntarle a la madrugada, y cómo, a pesar de ello, puede un alma seguir enamorada del azúcar sobrante de su pubis. Seguir enamorada de esa mujer que lleva el nombre de un Estado mientras se sueña la muchachita que esa misma alma, la mía, se atrevió poseer sin el permiso otorgado.
Por eso y por todo te abrazo, entre todas tus páginas que alumbraron anocheceres casi interminables mientras confundido, yo buscaba el amor sin encontrarlo.
Te confieso Enriquillo que estas devoraciones sí vienen del corazón. Azar y memorias aparte.
Chicago, Julio de 2004, a la semana de tu muerte.