Si de algo podemos estar seguros es de la capacidad del Partido de la Liberación Dominicana para diseñar y desarrollar estrategias de poder, tan inteligentes como amorales. "No dan puntada sin hilo." Carentes de ideología,  acosados y  acusados por segmentos importantes de la sociedad, ejecutan en la actualidad un proyecto de sobrevivencia  minucioso.

Una parte del proyecto incluye lo que el acucioso y experimentado analista político Melvin Mañón describe como "renuncia al desmentido". No es  casual el "delete" que el discurso oficial marca frente a las acusaciones directas que  recaen sobre el presidente  y su partido. Ese silencio y ese desdén forman parte de una estrategia sesudamente calculada. 

Leonel Fernández y Danilo Medina se ven ahora obligados a trabajar en tándem, ya que ambos dependen del control del Estado para evadir los tribunales.   Cuentan con  la indigencia  sobornable  que padecen las mayorías dominicanas;  la fragilidad de la oposición; el apoyo de la cúpula empresarial; parte de  la jerarquía  católica; y el control de la prensa y las instituciones nacionales. Disponen de una inagotable fortaleza económica proveniente del robo público.

Calculan, encuestando y sondeando, que con esas masas menesterosas y el gigantesco clientelismo que sangra al presupuesto nacional, garantizan millones de votos. Saben que el impacto de las ejecutorias positivas del  actual gobernante   mantiene ciertas simpatías y las mercadean obsesivamente, distracción que suponen  efectiva. 

Parecen concluir que el empuje de la Marcha Verde alcanza su tope, y que  la  oposición sigue siendo controlable y negociable. (En el pasado la desmembraron, compraron  y ablandaron a su antojo, y tienen la certeza  de  volver a hacerlo.)

Manteniendo firme la macroeconomía, otorgando privilegios financieros al cortejo empresarial, y contando con una relativa paz social, aseguran el apoyo del gran capital, tradicionalmente más pendientes de ganancias que de principios.

El PLD es una organización que sabe trabajar en equipo, cuenta con asesores  capacitados, dispone de un capital  interminable, y –  nunca lo olvidemos – carecen de escrúpulos. Ahora se encuentran amenazados y son fieras acorraladas,  dispuestos a despedazar y a defender su territorio a como dé lugar.

Pero ni la gente ni la política ni la economía pueden preverse, todo lo contrario: cambian de repente. Y si no, pregúntenselo a la historia. A esa veleidad se debe   que ciertos factores de esa estrategia se estén convirtiendo en variables incontrolables. Veamos algunos.

La orden de los jesuitas y los pastores más carismáticos de la comunidad se  solidarizan con la Marcha Verde; la penetración de las clases bajas es cada vez mayor durante las marchas; organizaciones civiles, antes silenciosas, se muestran contestatarias: afloran líderes políticos jóvenes, prestigiosos, y libres de corruptelas; el prestigio del presidente y su partido sigue en picada a pesar de la intensa mercadología que hacen de su persona; el descontento de las fuerzas uniformadas sale a las calles; la economía comienza a sufrir el embate de la deuda pública.     

Niccoló Machiavelli, mal interpretado y peor leído, sostiene que para mantener el poder se necesita temer al príncipe, que el pueblo lo respete, control de la  nobleza, cooperación de  la aristocracia;  y, sobre todo, insiste en ello una y otra vez, debe contar con el cariño y la  satisfacción del pueblo. Cuando ese  equilibrio se rompe, nacen dictaduras, se pierde el poder, o se instaura la anarquía en las repúblicas. 

¿Podrá la estrategia del Comité Político y de la presidencia salir airosa ante las circunstancias adversas que comienzan a multiplicársele? Puede que sí, puede que no. Dependerá de  la Marcha Verde, del despertar de las masas, y del nuevo liderato político. Estemos atentos.