Difícilmente haya una sociedad en que prevalezca la transparencia o la justicia social sin que el Estado funcione bien. Muchas veces la gente piensa que un Estado fuerte es sinónimo de dictadura o de autocracia, pero nada más lejos de la verdad. Es más, la gran diferencia entre el desarrollo y el subdesarrollo es que en las sociedades desarrolladas el Estado se respeta. Y esas suelen ser las más democráticas.
Tanto los gobernantes como los gobernados lo respetan. Las instituciones funcionan. Las leyes se aplican. Cuando se crea un organismo para cumplir una función la cumple; cuando el Estado dispone hacer algo, o cuando prohíbe hacer algo, aún sea una elemental señal de tránsito, los ciudadanos comienzan a actuar conforme ese mandato. Muy diferente es su actitud en los países subdesarrollados, y entre los latinoamericanos, la República Dominicana es un caso extremo.
La debilidad del Estado se manifiesta de múltiples formas, entre las cuales destacan la desconfianza ciudadana en las instituciones, ambiente de evasión e incumplimiento de las responsabilidades públicas por parte de gobernantes y gobernados, falta de respeto por lo público, irrespeto a las normas de convivencia y desorden generalizado. Y muy particularmente, uso del Estado y sus recursos (poder coercitivo, poder financiero, poder represivo) para conseguir fines privados a favor de quienes gobiernan, incluyendo para determinar los resultados electorales.
Un Estado débil, como el dominicano, se caracteriza por su incapacidad para imponer su poder de imperio, los ciudadanos no lo respetan, no le temen, no confían en él ni están dispuestos a asumir su defensa cuando los demás lo irrespetan.
Una sociedad en que la gente no valora el Estado, y que este no es capaz de cumplir adecuadamente su rol es una sociedad condenada al atraso: por un lado, el propio Estado se ve incapacitado para garantizar u organizar la provisión de servicios públicos, se potencian los desequilibrios sociales, se aleja la inversión productiva y se dificulta la productividad de los recursos humanos, por la indisciplina colectiva, el caos, la insalubridad, etc.
Es posible que un país caracterizado por un Estado débil ejerza efectos positivos parciales y temporales en el crecimiento económico, pero es incompatible con el desarrollo a largo plazo. Podría coyunturalmente fomentar la inversión especulativa o posibilitar el blanqueo de dinero mal habido, y de esta forma favorecer el surgimiento o expansión de determinadas actividades económicas.
Ciertamente, así como algunos animales pueden nadar en el agua sucia, siempre habrá agentes que logran moverse bien en un contexto de instituciones infuncionales, legislación acomodaticia, funcionarios fácilmente sobornables, aplicación flexible de las leyes y sistema judicial domesticable. Es probable que esta circunstancia constituya un espacio propicio a la expansión reciente de algunas ramas de la economía. Posiblemente, la construcción privada ha florecido más gracias a este ambiente. Pero lo seguro es que a la larga este ambiente termina obstaculizando el desarrollo.
Cuando la población desconfía de las instituciones, entonces se entronizan patrones de conducta que alientan el individualismo, la prevalencia del interés individual sobre el colectivo, la ausencia de compromiso con lo público, el rechazo a lo social, el enriquecimiento personal por encima de cualquier otro propósito. A los gobiernos se les hace difícil alcanzar los consensos básicos para aprobar reformas fundamentales, por la desconfianza. Y este razonamiento tiende a usarse incluso como legitimación del fraude fiscal, pues la gente entiende que financiar el Estado es un desperdicio.
La fortaleza del Estado, de donde derivan el respeto a la vida, la transparencia y la democracia, se sustentan en varios pilares que son igualmente necesarios: un gobierno con poderes independientes e instituciones que funcionen, partidos políticos con capacidad de hacer oposición, una prensa libre e independiente, y una sociedad civil activa. De todos estos aspectos el país cojea.
Y me preocupa que no vea en el pueblo dominicano una disposición a corregir ese rumbo. Uno de los aspectos más preocupantes de la sociedad dominicana es su tolerancia frente a la corrupción, y lo fácil que olvida. Por eso los gobiernos vuelven y vuelven y la historia se repite cada vez como si fuera la primera.