Este fue el comentario de mi hijo de 16 años al darse cuenta de su desconocimiento del funcionamiento del hogar y de los quehaceres diarios mientras me ayudaba a lavar, limpiar y fregar. Ha descubierto un mundo desconocido hasta el momento que requiere de conocimientos y habilidades distintos a aquellos normalmente abordados y desarrollados en el centro educativo. Y esta es una de las muchas oportunidades que nos ha traído la cuarentena y que debe ser aprovechada por las familias y los centros educativos. Estamos dando la clase que llamaban “economía doméstica” en la época en que mi mamá era estudiante.

Desde hace tiempo se habla de la necesidad de que nuestros jóvenes desarrollen habilidades para la vida o las #habilidades21, aquellas que permitirán enfrentar de manera efectiva los retos de la vida diaria. Estas #habilidades21 incluyen las digitales, la autorregulación, la perseverancia, adaptabilidad, creatividad, empatía, compasión, pensamiento critico, resiliencia, inteligencia emocional y comunicación. Como vemos no se limitan a realizar los quehaceres domésticos ni a lo abordado en las distintas disciplinas, pero definitivamente las tareas del hogar y la convivencia familiar pueden ser idóneas para su aprendizaje.

La educación de nuestros niños y jóvenes no puede limitarse a la “teoría” que les presentan los docentes, los libros o el internet. Se requiere de práctica, ensayo y error, de reflexión y retroalimentación. Y esto es precisamente lo que pueden hacer ahora.

Nuestro currículo asume el enfoque por competencias, definiendo la competencia como “la capacidad de actuar de manera eficaz y autónoma en contextos diversos movilizando de forma integrada conceptos, procedimientos, actitudes y valores” (MINERD, 2014). La situación que vivimos con el Covid-19 puede ser aprovechada por familias y educadores para promover el desarrollo de estas competencias y los aprendizajes significativos tan deseados en el ámbito educativo. Esta experiencia real permite integrar todas las áreas curriculares a través de preguntas, problemas y ejercicios que lleven a los estudiantes a actuar y movilizarse, tal como lo establece el currículo.

Nunca antes se había podido aprender biología, matemática, geografía, historia, lengua española, sociología, artes y educación física de una forma tan maravillosa y contextualizada. Y sin embrago, nos obsesionamos con “cubrir” el programa educativo, muchas veces desconectado de la vida misma, sacrificando al estudiante por el currículo. Tremendo error. El cierre de la escuela no implica detener el aprendizaje, todo lo contrario, nos presenta una forma distinta de aprender y de diversificarnos mientras lo hacemos en y para la vida.

Buenas preguntas sobre lo que es un virus, su propagación, las enfermedades, realización de ejercicios de análisis de estadística de casos, comparaciones de datos y cantidades de enfermos en distintos países o en zonas de nuestro país, elaboración de campañas o redacción de artículos o cartas sobre el tema, reflexiones sobre el impacto de la enfermedad en la vida de las personas, en la sociedad, expresiones diversas de solidaridad o de emociones, creación de poemas o canciones, aplicación de medidas de prevención, son solo algunas de las múltiples formas en que el contexto del Covid-19 se convierte en el currículo y en la verdadera escuela en la que nuestros estudiantes pueden desarrollar las competencias. Queda el compromiso, a partir de ahora, tanto de familias como de instituciones educativas, de brindar a nuestros niños y jóvenes la posibilidad de compartir, expresar y construir sus aprendizajes a partir de lo vivido. No puede quedarse en una mera experiencia sin sentido cuando regresen a las aulas. Es necesario generar espacios para el crecimiento personal y grupal de manera intencional.

Nuestros estudiantes piden a gritos que se responda a sus necesidades e intereses y que lo que aprenden tenga sentido y les sirva para la vida. Llegó el momento de hacerlo y de brindarles dichas herramientas.