El discurso del presidente Luis Abinader debe ser analizado en el marco de la lucha de clases, donde el sector dominante, el conservadurismo, pretende imponer reglas de clase claras, fundamentos jurídicos, que acompañe al mecanismo de dominación del capital: perpetuidad de un sistema de explotación, apropiar, muy sofisticado, bienes del Estado y garantizar impunidad de clase.

El llamado al debatir reformas es interesante, si el mismo incluye a todos los sectores de la vida nacional. Y no limitarlo a los partidos políticos que tienen representación en el Congreso de la República. Si se quiere deliberar en democracia, se debe ampliar el abanico de los que han sido convocado.

El sistema electoral y el ordenamiento jurídico que regula a los partidos políticos, fue elaborado y aprobado en medio de una chercha mediocre donde primaba el interés partidario oficial y el afán de imponer posiciones marrulleras para garantizar la continuidad en el poder del inquilino de entonces.

Si bien es cierto que «el Congreso de la Republica es nuestro Congreso» también es evidente que no representa la colectividad, sana y productiva, nacional; si se quiere, simboliza una parte, la otra queda fuera del debate de las reformas de presidente Abinader.

Hay que insistir en la ampliación de los llamados a debatir, y participar en los mismos. No es correcto dejar la cancha entera a las pretensiones del capital y permitir, en las gradas, darle fundamento constitucional a la enajenación del patrimonio nacional y continuar lacerando los derechos de los trabajadores.

Todos los puntos planteados por el presidente Abinader consolidan la dominación de clase del grupo dominante. De ahí que la participación de los revolucionarios, en los debates, es muy valioso para garantizar, entre otros, derechos democráticos y libertades de la población y los trabajadores.

De lo que se trata es de lucha y consolidación de la democracia dentro del capitalismo que generalmente beneficia a la clase dominante. Mientras a la población y trabajadores se le vulneran sus derechos políticos y libertades; los dueños de los medios de producción gozan del derecho de asociación, libre tránsito, privilegios estatales, ejecutar «negocios» con el gobierno, impunidad en la violación de las leyes laborales, etcétera.

Si las reformas del presidente Abinader se limita al Congreso y consultas con los partidos políticos representados en él mismo, estamos perdidos. Caemos en las garras del clientelismo, pretensiones presidenciales y el interés del grupo dominante para adueñarse de los bienes, se lo han robado casi todo, del Estado.

Para las modificaciones constitucionales y otras reformas, con ese Congreso no se debe contar; está podrido hasta el tuétano. Solo una Asamblea Constituyente donde sus miembros sean elegidos por el sufragio universal puede garantizar sin amarres politiqueros, dialogar, discutir y consensual aspecto constitucional. Única forma de transparentar un proceso delicado; pervertido por los políticos que se alternan el poder