Los debates ante las cámaras de televisión se han convertido en algo inevitable en las campañas electorales, pero cuando lo que se discute es la Presidencia de la nación más influyente del planeta es mucha la atención que se dedica a tales encuentros. Por supuesto que es poco lo que se aprende. Curiosamente, no deja de impresionar el alto porcentaje de ciudadanos que creen las promesas de los candidatos.

No me refiero a algún grado mayor o menor de confianza en los datos que se ofrecen porque los electores son advertidos acerca de las verdadesa medias y las grandes mentiras de los candidatos. Los medios de comunicación no perdonan a nadie. Pueden inclinarse hacia un aspirante determinado o rechazar firmemente a su adversario, pero van enumerando las inevitables inexactitudes de todos los aspirantes a la Casa Blanca.

A pesar de lo anterior, que se ha repetido una y otra vez a través de los cuatrenios, jamás se experimentaron tantas exageraciones e injurias como en estos debates presidenciales norteamericanos. Ya no se discute solamente la vida privada de un candidato sino las intimidades de su cónyuge. Uno de los ciudadanos que compite por alcanzar el poder llegó a sentar en un lugar muy visible del auditorio a las supuestas o reales amantes del esposo de su adversaria en el debate. Por su parte, la gran prensa norteamericana desplegó un video en el cual el aspirante presidencial acusador, integrante del sexo masculino, describía sus “hazañas” en una especie de asalto sexual utilizando palabras alejadas de las más elementales normas de la decencial

Pero el momento más dramático o ridículo de los debates del 2016 puede haber sido cuando ese mismo personaje amenazó a su adversaria de llevarla a prisión en caso de ser elegido en noviembre 8, fecha que alteró en aquellos días al pedir en algún momento a sus partidarios que votaran el 28 de noviembre, es decir veinte días después.

Pero no se conformó con eso. En el último debate, recién realizado, se produjeron otros incidentes que merecen mencionarse o que quizás sería mejor olvidar. Un candidato se refirió a su oponente como “nasty”, es decir, como asquerosa, continuando así su ya célebre utilización de los peores epítetoss y ofensas dedicados a sus oponentes dentro de su propio partido cuando aspiraba a la nominación del mismo. Asimismo afirmó que no aseguraba su aceptación de la derrota en caso del triunfo de su adversaria. Declaración sin precedentes por pronunciarse en forma anticipada y destinada a un lugar en algún texto de historia política estadounidense.

No todos se sorprendieron cuando la dama que posiblemente será la primera mujer en llegar a la Presidencia de la nación más poderosa del mundo lo identificó como “títere” del presidente ruso Vladimir Putin después de que su rival pronunció generosos elogios comparativos en relación con el presidente de la Federación Rusa a quien identificó como muy superior al presidente de su país y a la candidata del partido contrario.

Ni siquiera los circos Barnum and Bailey y Ringling han podido superar algunos momentos de los “debates”. Ahora utilizo las comillas porque realmente se trata de algo indefinido que ha rebasado los límites de la decencia y la elegancia.

Es cierto que no se puede afirmar que todo puede atribuirse a un partido o a un candidato. Ni siquiera a sus partidarios y voceros, encargados de realizan una labor de destrucción total de reputaciones y esperanzas. Quizás menciono con más frecuencia las aventuras y desventuras de un candidato en particular porque se ha ganado una atención especial por sus palabras, muchas de ellas propias de programas nocturnos de entretenimiento, entorno en que se dio a conocer en forma muy significativa.

Curiosamente, el candidato republicano cuenta entre sus más enconados enemigos a miembros del “establishment” de su partido y la candidata demócrata, a pesar de disfrutar de una apreciabe ventaja en los sondeos, conoce que muchos miembros de base de su partido votarán por su oponente.

En cualquier caso, esta campaña se ha desarrollado entre debates e injurias, pero ha prevalecido en ella la libertad de expresión y el veredicto final de las urnas será respetado a pesar de algún incidente que pudiera considerarse pataleo, es decir “Manifestar protesta o queja, especialmente cuando es inútil”.

El día siguiente a las elecciones espero reunirme como casi todos los días con mis amigos cubanos y dominicanos a disfrutar de una taza de café en la ciudad floridana donde resido hace medio siglo. Y anhelo poder afirmar, como en otras épocas y en mi pueblo natal, aquello de “aquí paz y en el cielo gloria”. Que Dios nos siga acompañando en el camino de la vida, independientemente de quien ocupe la mansión ejecutiva. Lo necesitamos mucho más que antes.