Decía en mi último artículo que en los debates convenía evitar los ganchos del adversario, sobre todo el de dejarse arrastrar hacia su terreno. Esta semana veremos que a veces sí conviene ir al terreno del adversario. Podría pensarse que es una contradicción,  pero no es así. El debate, más que una ciencia, es un arte. Y en el arte no hay reglas inmutables, no hay una frontera exacta entre lo que debe hacerse y lo que no. Son precisamente los contradictores que reconocen – o más bien intuyen – cuál estrategia seguir, los que salen victoriosos.

Un boxeador que se pasa la pelea huyendo del otro no ganará el combate – pues no marcará puntos. Con los participantes en un debate pasa lo mismo. El que eluda el combate pasará por  un cobarde: el exceso de prudencia se parece mucho al miedo. Tampoco se ganará al público, quien lo considerará como un cobarde ante el público, que además de espectador es juez.

Ilustraré esta situación con uno de los debates más violentos que se han registrado en la historia política francesa. 1989. En una esquina, Bernard Tapie, polifacético individuo que lo ha sido todo: millonario, empresario, propietario de clubes de fútbol, actor, cantante, presentador de talk shows, además de político. En la otra, Jean-Marie Le Pen, presidente del Frente Nacional, partido de extrema derecha abiertamente racista. Le Pen, cuyas ideas, lamentablemente, han calado entre muchos de nuestros conciudadanos, había sido o sería condenado por amenazas de muerte, agresiones a mujeres, apología de crímenes de guerra, antisemitismo opiniones denigrantes contra los enfermos de SIDA, los árabes y los gitanos, difamación, insulto publico de carácter racial, banalización de crímenes contra la humanidad, afirmación de la desigualdad de las razas, provocación al odio racial, negación de crímenes de guerra e insultos. Le Pen no fue condenado solamente en Francia, sino hasta en Alemania, por negación y apología de los crímenes nazis.

El debate trataba, precisamente, sobre el tema de la inmigración. Cuando los políticos franceses supieron que el contrincante era Le Pen, ninguno aceptó la invitación a debatir. Solo Tapie lo hizo. Era evidente que Tapie era el retador y Le Pen el campeón. Tapie era apenas conocido y Le Pen tenía un impresionante record de muchas victorias – y muchos knock-outs – y ninguna derrota. La larga lista de condenas citadas puede dar una idea de la violencia de que Le Pen es capaz en un debate. Además, se trataba de un hombre inteligente, capaz de argumentos demoledores, la verdad sea dicha.

Era evidente que Tapie no tenía otra opción que irse inmediatamente al cuerpo a cuerpo y responder a Le Pen con sus mismas armas. El debate fue violentísimo. Tanto que, algunos años después, cuando se enfrentaron de nuevo, el moderador, a modo de chanza, le entregó a cada uno un par de guantes de boxeo. Los golpes bajos fueron numerosos. Lejos estuvieron de los debates corteses que vimos la semana pasada.

Contra todos los pronósticos, Tapie fue declarado ganador por unanimidad. Por primera vez, Le Pen fue derrotado. Más que derrotado, humillado.

No arruinaré el suspenso describiendo el debate. Los invito a ver el video anexo,  el cual incluye un interesante análisis del presidente de Aequivox, empresa especializada  en la comunicación política ¡Disfrútenlo!