A la decana de las Universidades del Nuevo Mundo en el 477º aniversario de su fundación; el 54º de su Autonomía y el 53º de su Escuela de ingenieros agrónomos.

El motivo de este trabajo es intentar la caracterización de unos profesionales con los cuales tengo más de medio siglo tratándoles primero como condiscípulos luego como alumnos y después como egresados, sea laborando en el magisterio universitario o en el libre ejercicio de sus profesiones, tiempo que estimo más que suficiente para emprender la difícil tarea de identificarlos con respecto a otros profesionales.

Ser Doctor en medicina veterinaria, agrónomo con el grado de ingeniero o licenciado en zootecnia que son los títulos expedidos por la Facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias de la UASD, no solo implica la posesión de determinados y exclusivos conocimientos técnicos sino además, la adopción de una actitud ante la vida, de un comportamiento ante la sociedad que inspiran los juicios más diversos.

Mi experiencia pedagógica en la Escuela de ingenieros agrónomos y de medicina veterinaria me autorizan en alguna medida a expresar mis ideas sobre éstos dos profesionales, y aunque en zootecnia nunca impartí docencia algunos de los que tomaron esta licenciatura en ciertos momentos de su vida universitaria fueron mis discípulos en la nostálgica Finca Experimental de Engombe.

Por su elevada matrícula estudiantil son más numerosos los egresados de Agronomía que de las otras dos carreras, y es por ello que el perfil del agrónomo – estudiantil y profesional- está mejor definido y reconocido a escala social, aunque mi personal y constante monitoreo de veterinarios y zootécnistas ha contribuido a que me tome el riesgo, correr la aventura de esbozar también su tipificación.

Quizá muchos pensarán que el titulo de esta crónica “De veterinarios, agrónomos, zootecnistas…. y otras hierbas de la UASD” traduce de una forma hasta mal disimulada un velado desprecio del autor en relación a estos profesionales, ya que el vincularlos con las hierbas sería como asociarlos con un segmento del reino vegetal que no tiene el valor alimenticio o comercial de un fruto, un grano, un tubérculo o una flor.

Se equivocan los que así interpretan el tratamiento que la denominación parece dispensarle a estos profesionales del campo, pues su escogencia obedeció a estos dos motivos: el primero fue someterme a una de las obligaciones de la publicidad consistente en atraer la atención del público mediante algo chocante, extravagante y segundo, en recordación a los ramos, rastrojos y ramajes en fin, hierbas, que portábamos en los autobuses cuando los estudiantes de la facultad protestábamos ante las autoridades de la sede. Las otras hierbas se refieren a los estudiantes de Biología que ocasionalmente tomaban la Fisiología Vegetal.

Como a los dominicanos nos gusta tanto el asunto de las primicias – ciudad primada, primera Universidad, primer hospital etc.- el título quiere también reivindicar históricamente a los veterinarios, ya que la creación de su carrera en los años 50 del siglo pasado precedió a la de Agronomía – fundación en el año 1962 – cuyas oficinas e instalaciones en aquella época estaban a las proximidades de “Molinos Dominicanos” en la ribera oriental de la desembocadura del río Ozama.

Dando inicio formal a este trabajo diremos, que al menos en la UASD los estudiantes de medicina veterinaria por lo general se distinguían por provenir social y económicamente de los segmentos medios de la población, o sea, eran clasemedieros que no pocas veces se ubicaban en los estratos superiores de esta clase como lo hacía suponer encopetados apellidos como: Geraldino, Frankenberg, Oliveira, Messina, De la Maza, Faxas, De Soto, Ramia, Schaeffer entre otros.

Esta procedencia determinaba que en sus clases teórico-prácticas este discipulado exhibiera un extraordinario grado de educación doméstica; revelara gestos de docilidad cuando se les llamaba al orden disciplinario; asistiera con indumentaria de marca tanto en las aulas como en los laboratorios, siendo además excepcionales los casos de abierta insubordinación o desacato hacia un profesor, autoridad o un visitante.

También les caracterizaba entre otros detalles la escasa masificación de los cursos; aunque fueran pocos los estudiantes de una sección la presencia de mujeres siempre era una constante en el colectivo de los veterinarios así como también, la figuración de algún estudiante no dominicano en los listados, con mucha frecuencia de la isla de Puerto Rico. Hasta 1993 la matriculación de haitianos en la carrera fue casi nula.

La posesión de un vehículo para su uso privado era usual en los más acaudalados; hablar inglés o francés además del castellano no constituía algo asombroso en algunos de ellos, y así como en la época de la dictadura de Trujillo algunas de las sesiones de prácticas veterinarias se efectuaban en haciendas propiedad del dictador, no resultaba nada desacostumbrado que ocasionalmente las mismas pudieran realizarse en la finca de sus padres.

No obstante ser bachilleres graduados por lo general en liceos privados donde los programas de las asignaturas se cumplían en su totalidad, y que un notable número de ellos tenía todo el tiempo disponible para estudiar – no estaban forzados a trabajar – los estudiantes de medicina veterinaria no sobrepasaban en conocimientos, aprovechamiento y aplicación a sus pariguales pertenecientes a las carreras de Agronomía y Zootecnia.

Si en los semestres iníciales estos tres colectivos de estudiantes no revelaban en la Universidad Autónoma de Santo Domingo UASD diferencias significativas en relación a la orientación de sus respectivas y futuras profesiones, al final de la carrera había en los veterinarios como un empoderamiento de la profesión, la adopción de una conducta que los asemejaba con los médicos ya graduados. Esto ocurría en los años en que yo estudiaba.

Parece ser que en su plan de estudios había en los semestres medios y finales asignaturas como por ejemplo la cirugía y otras que no recuerdo que los familiarizaban con la Clínica y directamente con sus pacientes – los animales mayores y menores –adquiriendo entonces el aire, la apariencia de un profesional ya graduado, metamorfosis que también se registraba en los estudiantes de Odontología y Medicina de la UASD en aquel entonces.

Si en el espectro político dominicano pasar del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) de blanca bandera al Partido “La Estructura” de verde insignia no tiene trascendencia alguna, cambiar la bata blanca de laboratorio por la bata verde de final de carrera sí tenía para los estudiantes de veterinaria una gran importancia, transformación que generalmente iba acompañada por la ostentación de un gorro de cirugía de la misma coloración y unas altas botas impermeables de color negro para el apropiado manejo de los animales mayores.

Siempre recordaré con agrado los años – finales de los 70 y todo el 80 del siglo pasado – en que impartí docencia en la Escuela de Medicina Veterinaria de la UASD, lamentando en cierta medida que el surgimiento de unidades académicas de igual vocación en varias universidades privadas del país haya contribuido a la rápida evaporación de aquel perfume elitista que antes aspiraba todo profesor de Engombe en el umbral de sus aulas o en las sesiones de laboratorio.

La proletarización estudiantil de la Escuela es un hecho evidente sin que esta tendencia haya comprometido en lo absoluto la calidad de profesores y egresados, resultando también particularmente extraño que los compatriotas de Toussaint y Dessalines tan comunes en casi todas las Escuelas o Departamentos de la Universidad estatal, hasta el momento hayan sido escasamente atraídos por la Medicina Veterinaria ofrecida en la sede y los centros regionales.

Aunque no pretendo ser exhaustivo es imposible dejar de mencionar en este trabajo a célebres pedagogos de esta Escuela como fueron López Domínguez, Julio de la Rosa, el Dr. Tineo, Quico Hansen, Tavárez Campechano, Aníbal Sanabia, Ena Lebrón y otros más cuya omisión obedece quizás a la desmemoria de los egresados por mí consultados. Tampoco puedo dejar de citar algunos estudiantes que por su aplicación, singular estampa, procedencia, manera de ser, creatividad o sentido del humor concitaron mi atención.

No podía dejar en el tintero a ISA MEDINA – la inquieta Ramonilla – propietaria de un nombre que de seguro no recibió en su pila bautismal sino que ella misma escogió. Parecía en verdad un pseudónimo recordándome a menudo nombres de personajes de telenovelas como “los pecados de Inés Hinojosa” “el extraño retorno de Diana Salazar”, “la esclava Isaura” y otros ampliamente conocidos por la teleaudiencia femenina nacional.

Angel Faxas, Isabel Robles, María Oliveira, la Petitón, William Pichardo, Sigfredo Frías, Rafael Núñez, Mario Biaggi, José Farid Ramia, Viterbo Martínez, Sudores y muchísimos más cuyos nombres no refiero en razón de las limitaciones impuestas por mi septuagenaria existencia, formaran parte de un variopinto discipulado que hoy recuerdo con feliz añoranza. Hasta aquí mis observaciones sobre los veterinarios como alumnos.

Con respecto a la carrera de Agronomía y de los estudiantes que han estudiado en la Escuela de ingenieros agrónomos de la UASD he sido un testigo de excepción, no solo por haber formado parte de su primera promoción sino también integrar desde los años 60 su cuerpo docente primero como monitor de prácticas, luego ayudante de profesor y finalmente como profesor provisional hasta mi retiro oficial en el año de 1993.

En vista de que en este trabajo intento establecer una especie de comparación entre los estudiantes primero y los profesionales después de egresar de la Facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias de Engombe, me voy a abstener de hacer ciertos comentarios que mi larga experiencia como agrónomo me invitaría a expresar sobre éstos y la carrera, conformándome con describir únicamente aquellos vinculados a los que acabo de reseñar sobre los veterinarios.

Al contrario de los estudiantes de Medicina Veterinaria, la mayoría de los inscritos en la Escuela de Agronomía procedían – salvo excepciones – de la clase media baja o de ese magma atípico denominado ruralidad, sugiriendo sus patronímicos y matronímicos auténticos ejemplos de su origen, así como también los nombres escogidos por sus padres al momento de su bautismo sacramental.

Apellidos como Santos, Montero, Medina, Brito, Pérez, Matos, Nova, Félix y el siempre presente CUEVAS no faltaban en los listados oficiales de cada semestre, no siendo ajeno a los mismos nombres tomados del santoral del Almanaque Bristol como Evangelista, Mártires, Generosa, Clodomiro, Victoriano, Margarito, Expedito entre otros, recordando uno que tenía la originalidad de llamarse A Dios Gracias y otro la obscenidad de apellidarse Grano de Oro.

Por su extracción social y marginalidad económica, el estudiante de Agronomía era muy vulnerable a los planteamientos reivindicativos de los líderes de los grupos políticos de la izquierda radical o moderada, lo cual asociado al entusiasmo de la juventud hizo de la Escuela de ingenieros agrónomos un bastión de los principios revolucionarios muy en boga en los años 60,70, y 80. En Agronomía sus triunfos electorales eran aplastantes.

Por su naturaleza levantisca y masificación los estudiantes de la Escuela siempre llevaron la voz cantante en la Facultad debiendo las autoridades de Engombe, y en particular los profesores que les impartíamos docencia, proceder con suma cautela cuando interactuábamos con ellos para así evitar innecesarias confrontaciones verbales o ser objeto de pasquines o libelos si recurrían a la ofensiva panfletaria. En varias ocasiones fue víctima de esto último.

A diferencia de lo que acontecía en la Escuela de Medicina Veterinaria, en las dos primeras promociones de Agronomía las trompas de Faloppio estuvieron ausentes, al ser testiculares en su totalidad, aunque a partir de la tercera promoción este injustificable ausentismo femenino fue por fin superado. Fueron además muy escasos los extranjeros matriculados en la carrera, y la posesión de un vehículo era tan excepcional como encontrarse una intensa   nevada en Guayubín o Bajabonico.

No obstante ser extraño encontrar en la Escuela de Agronomía estudiantes poliglotas o al menos bilingües, tuvimos como alumnos a quienes prestigiarían los pupitres de cualquier Universidad del Caribe o el mundo, pudiendo citarles de momento a Angel Payán Milán (Yuin), Próspero Jiménez, Alberto Meyreles, Máximo Cabral, Carmen Nieves, Luis Zoquier, Carlos Polanco, Orlando Ramírez, Jacqueline Lora Read y José Miguel Romero entre otros, debiendo mencionar en el siguiente párrafo al más talentoso de todos.

José Adelino Franjul es un banilejo cuya parsimonia y cavernosa voz ocultan una agilidad de entendimiento y un procesamiento de la información realmente asombrosas, y si al confeccionar un examen intentaba inducirlo a un error mediante preguntas capciosas o difíciles, de inmediato abandonaba mi propósito ya que entonces todo el curso se reprobaría. Como profesor investigador ha sido sobresaliente, pero al no gustarle nadar por las turbias aguas de la política universitaria ha impedido que alcance posiciones de dirección en la Escuela o Facultad. Mis saludos a Adelino.

Hasta la implementación de las menciones e incluso durante los primeros años después de su establecimiento en la Escuela, los agrónomos de los últimos semestres no asumían solamente una postura donde se vislumbraba el futuro profesional del campo, como sucedía con los veterinarios, sino que manifestaban hasta un cierto temor, un pánico disimulado cuando se adentraban en una parcela o propiedad y se les planteaba alguna interrogante.

Al pensarse en un principio que es un entendido, un conocedor de la producción vegetal y de las condiciones del medio – clima, suelo etc – se cree que el recién egresado debe tener una respuesta técnica para todo lo que se le pregunte, tener conocimientos que únicamente un largo ejercicio puede procurarle. En estas circunstancias su vacilación para implementar con seguridad un diagnostico refleja en buena medida una formación técnica que reclama una experiencia práctica complementaria.

Pienso que esa turbación, ansiedad que asalta al agrónomo al término de su profesión cuando es consultado por un agricultor en relación a una enfermedad, deficiencia, o lento desarrollo de un cultivo, puede con éxito ser atenuada si se logra que realice una especie de pasantía, un aprendizaje en pleno campo al final del pensum asesorado por expertos de larga experiencia en las actividades concernientes a la agropecuaria.

Con respecto a los estudiantes de zootecnia los mismos revelan coordenadas socio – económicas más parecidas a los veterinarios que a los agrónomos. No se destacaban tampoco por ofrecer un rendimiento académico fuera de serie ni por acusar una determinada profesionalidad antes de graduarse. Tanto los licenciados en industrias lácteas como los de producción animal no muestran singularidades, detalles, susceptibles por el momento de ser referidos.

Durante el siglo pasado y por varios semestres impartí Fisiología Vegetal a estudiantes de Biología que tomaban esta asignatura – creo como optativa – en su plan de estudios, los cuales por lo general se asemejaban en todo mas a los veterinarios que a los agrónomos. Recuerdo por el momento haber tenido alumnos brillantes como fueron Sixto Incháustegui, Zoila González, Amiro Pérez Leroux, Carlos Peña, Laura Rathe entre otros, quienes en la actualidad gozan de reputación internacional. Por esta docencia tuve la ocasión de tratar a extraordinarios profesores como: Fidel Jeldes, la Calventi y el Padre Cicero.

Una vez graduados y a diferencia de las restantes profesiones universitarias, los médicos veterinarios y los ingenieros agrónomos son por lo general percibidos por la población como profesionales competentes única y exclusivamente en asuntos del campo – tierra, plantas animales – excluyéndose en ellos la capacidad para abordar con suficiencia temas relacionados con el arte, la cultura, la política o la economía.

Se comete un error al vincular el campo con el atraso; se asocia el trato con animales y plantas con la posesión de una ignorancia total en las cuestiones concernientes a la intelectualidad, en fin se les atribuyen a veterinarios y agrónomos una sensibilidad cimarrona, no cultivada, siendo en cierta medida juzgados con desdén por abogados, artistas o arquitectos cuando emiten sus opiniones en áreas fuera de su incumbencia agropecuaria. Para ellos los museos y las salas de conciertos son escenarios prohibidos para nosotros.

El veterinario de la UASD una vez egresado difícilmente incurre en el adulterio de su profesión reiniciando otra. Contrariamente, son muchos los agrónomos egresados de la misma institución que no solo le dicen adiós a la carrera estudiada sino que renuncian, se retractan públicamente de haberse profesionalizado en Agronomía. La abogacía y la administración empresarial son las opciones más socorridas, conociendo ingenieros reconvertidos en abogados o agroempresarios muy exitosos.

Si no encuentran un patrón o el gobierno no se interesa por sus servicios, un médico veterinario puede aperturar una pequeña clínica o consultorio y allí ofrecer sus prestaciones. Aunque no pocos lo han intentado, los agrónomos solo de una manera excepcional pueden establecerse de forma particular, individual, no constituyendo la rentabilidad el fruto de sus esfuerzos. La agronomía no es como la veterinaria una profesión liberal.

Casi nunca los veterinarios reniegan de su profesión es decir que siempre dicen que son médicos pero de animales, sin embargo en agronomía hacen legión los apóstatas, conociendo numerosos discípulos incluso condiscípulos que en su tarjeta de presentación o de visita se ofrecen como ingenieros sin más. Consideran que es preferible dejar en el anonimato el tipo de ingeniería estudiado ya que al parecer la agronomía rebaja su “jerarquía” profesional.

Un detalle que desafortunadamente hermana a estos tres profesionales del campo es su resistencia a publicar, a expresar por escrito los resultados de un estudio, investigación, experimentación o de otra naturaleza vinculados a su quehacer como médicos, ingenieros o licenciados. El origen de este rechazo hay que buscarlo en sus bajos índices de lectura, sea de libros de la profesión o no, porque está harto comprobado que solo aprendemos a escribir leyendo.

Tal vez por ser el productor agropecuario el objeto de sus visitas y caracterizarse éste por su generosidad y obsequiosa anfitrionía, por un extraño proceso de ósmosis o en atención al origen de la mayoría de éstos profesionales, los veterinarios, agrónomos y zootecnistas se distinguen por su hospitalidad y cualquier encuentro fortuito con otro profesional del campo o profano a la agropecuaria finaliza con una invitación al disfrute de una comida en su casa.

El envejecimiento prematuro, la residencia en el extranjero, la ocurrencia de enfermedades invalidantes o una maltrecha situación económica son parte de las circunstancias que a menudo impiden que los veterinarios y agrónomos no asistan a las reuniones que celebran sus promociones universitarias. Curiosamente hay algunos que jamás asisten o lo hacen de manera excepcional no interesados, al parecer, en confraternizar con sus ex – condiscípulos. Es como si no se sintieran a gusto compartiendo con sus antiguos compañeros de pupitre. Es un raro y censurable comportamiento.

Bajo las mismas condiciones los profesionales de la zootecnia se comportan igual que los médicos veterinarios y los licenciados en Biología, no debiendo callar que dentro del singular y original mundo gremial de los ingenieros agrónomos de la UASD una cosa es pertenecer a la Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos (ANPA), otra estar sindicado en la Asociación de Ingenieros Agrónomos (ADIA) y una muy otra estar colegiado en el núcleo del CODIA. Estos últimos, a causa del prestigio de este colegio se consideran la flor y el perfume de los egresados de Engombe.

No quisiera ponerle punto final a esta ponencia sin antes citar por sus nombres y apellidos a ingenieros agrónomos graduados en la UASD cuya trayectoria profesional ha sido un vivo ejemplo de que para ellos, más que una profesión, la agronomía es una real y verdadera vocación. Lamentaré no incluir algunos técnicos que pueden tener la categoría de estrellas en el ejercicio profesional, pero como ustedes saben durante el día la luz del sol nos impide ver las estrellas y los colegas que a continuación citaré tienen el status, la condición de soles en el espectro de la agronomía dominicana. Ellos son:

-Abraham Abud Antún – José Juan Pimentel -Francis Rodríguez
 

-Gabriel Domínguez

 

-Victoriano Sarita

 

-Milton Martínez

 

-José A. Martínez (Colorao)

 

-Julio Borbón

 

-Inés Brioso

   

-José Alarcón Mella

 

 

 

 

*Es posible incluir otros colegas, pero esta decena es insoslayable, obligatoria.

A pesar de su edad, de las épocas de vacas flacas de la profesión y de los padecimientos y limitaciones normales a sus años, aun permanecen activos orientando a las nuevas generaciones convencidas de que como bien señalan los franceses la tierra se trabaja mejor con la cabeza que con las manos. A todos estos reclusos del agro nacional les quiero rendir testimonio de mi afecto más sincero y de mi aprecio por su sentida devoción como creyentes en el porvenir del campo dominicano.