A lo largo de los últimos 16 años, la República Dominicana creció a niveles sin precedentes, llegando a sostener un crecimiento macroeconómico promediado de un 5.5% anual entre el 2004 y el 2019. El Producto Interno Bruto (PIB) pasó de USD$22 mil millones a USD$89 mil millones por año. El PIB per cápita, por su parte, pasó de USD$2,400 a USD$8,200.

Y aún con todo este crecimiento, con toda esa “riqueza”, la República Dominicana que recibimos en el 2020 se encontraba menos industrializada de lo que estaba a principios de los 90.  Pasando la industria de representar un 21.5% del PIB en 2004, a tan solo un 13% en 2019, cayendo a su punto más bajo en más de 30 años. Esto se refleja directamente en las exportaciones, las cuales representaban en el 2004 el 41% del PIB, mientras que en el 2019 solo representaban un 21%.

Hasta la llegada de la nueva administración, la exportación que más contribuyó al PIB de la República Dominicana fue la de los expatriados y las divisas que estos envían desde el exterior, representando en el 2020 el 13.7% del PIB.

Aun con 16 años de crecimiento sostenido, la República Dominicana se ha convertido en un país con una economía dependiente de la importación para poder subsistir. La importación de divisas, la importación de turistas, la importación de servicios y la importación de bienes.

Y aun cuando es evidente el valor que tiene la economía del turismo y todo lo positivo que esta pueda traer consigo; Es también evidente que esta no puede constituir un pilar fundamental del cual dependa nuestra economía. Para un país como el nuestro, el turismo debe de ser un complemento, otra pieza más del gran puzzle económico que enriquece y ofrece oportunidades. Ya que como sigue demostrando la pandemia, el que vengan o no turistas no depende de nosotros.

De igual manera se encuentran las divisas que envían los dominicanos en el exterior. Estas son una de las mayores muestras de amor y preocupación filial que pueden existir. Aquellos que no pueden estar físicamente, se manifiestan de manera económica para acortar las distancias entre la vida digna y la pobreza, que 16 años de falta de planificación han generado. A falta de propuestas económicas funcionales, los dominicanos ausentes han tenido que contribuir a sostener a este país desde el exterior. Y aún cuando esto siempre ha sido agradecido, no es sostenible y no debería de ser necesario.

La República Dominicana se enfrenta, en estos momentos, a un cambio de paradigma como en ningún otro momento de su historia. Un cambio que la lleva a enfrentarse a la pregunta de si continuará por el camino de la explotación extractiva de recursos, bellezas naturales y la buena voluntad de sus expatriados; o si aprovechará todas las ventajas geopolíticas, económicas y culturales que la posicionan de manera envidiable en el centro de tantas oportunidades.

La creatividad y el empuje dominicano no tienen límites. Es por esto, que se están estableciendo las políticas públicas que garanticen la existencia de un mercado competitivo, ágil y dinámico. Uno que pueda responder ante las presiones internacionales y que pueda adaptarse a estas. Que sepa cambiar el rumbo cuando sea necesario, para aprovechar los vientos de la realidad internacional.

Para esto, cuatro pilares fundamentales se erigen en esta nueva administración, como cimientos de un futuro diferente.

En primer lugar, convertir a la República Dominicana en el hub logístico de las américas. Gracias a su envidiable posición geográfica, nuestro país ha estado destinado desde siempre a ser la puerta y el enlace de las américas. Como lo fue en sus inicios, Santo Domingo debe de ser el punto donde converjan todas las fuerzas económicas y creativas de la región. Convirtiéndose en el puerto de entrada y salida de la mayoría de los bienes y servicios que sean ofertados en el hemisferio.

En segundo lugar, el rescate de las industrias del país, por medio del relanzamiento de las Zonas Francas, representa otro de los pasos necesarios para garantizar el sano desarrollo de una economía creativa y de vocación exportadora. Promoviendo el establecimiento de políticas públicas favorables, se logrará capitalizar en el trabajo que se ha iniciado desde la actual administración para la atracción de aquellas empresas que buscan aprovecharse de la realidad internacional generada por la política del nearshoring. Porque si hay algo que podemos controlar en tiempos de incertidumbre global, es lo que exportamos.

En tercer lugar, el desarrollo de las infraestructuras necesarias para la implementación de estas políticas. Sin tomar en cuenta los empleos fijos que generarán cada uno de los puertos, aeropuertos y zonas francas, el mantenimiento de las redes viales que conecten a cada uno de estos lugares con sus almacenes y puntos de asignación y reasignación; el poder dinamizador que tendrá en la economía la renovación y la construcción de todas las vías terrestres, de los puertos y de las infraestructuras complementarias que permitan que estos funcionen de manera óptima y sin contratiempos, permitirá que una gran parte de la población por primera vez desde la fundación de la república pueda mirar hacia el mar como una forma legítima y duradera de elevar su calidad la vida.

Por último, el desarrollo de las estrategias y políticas públicas necesarias para explotar la infinita capacidad creativa del dominicano, y garantizar que este pueda encontrar vías de generación de oportunidades y riquezas. Acortando los tiempos de espera en los procesos que impactan en la creación y capitalización de ideas, reduciendo la burocracia, agilizando todo el aparato Estatal y eliminando aquellas redundancias que en gestiones anteriores servían para sostener a un anquilosado modelo clientelar diseñado para fomentar la miseria dependiente de dádivas y bajos sueldos que solo un Estado explotador puede generar.

En la República Dominicana del cambio de paradigmas, la institucionalidad de los procesos y las oportunidades garantizan el acceso igualitario para todos los ciudadanos que deseen promover el bienestar y el crecimiento de la república. Ya han quedado atrás los oscuros tiempos en los cuales los herederos del “profesor” convirtieron en política de Estado las costumbres más malsanas de la informalidad, el amiguismo y la explotación de las oportunidades en desmedro del bienestar de la nación. En lo adelante, la justicia, la institucionalidad y la dignidad adquirida por medio del trabajo serán el legado de un grupo de hombres y mujeres que llegamos al Estado no a mejorar nuestra calidad de vida, como era la norma en gestiones pasadas, si no a mejorar la calidad de vida de todos los dominicanos.