1. Trujillo
La cultura del caudillismo es de siempre. Es nuestra impronta social y cultural.
El caudillismo está impreso en nuestro psiquismo colectivo de manera engramática.
Este fondo endotímico de nuestro tejido social ha evolucionado en sus formas de expresión, pero no en su sustancia y se sigue replicando hasta nuestros días, cual si fuera nuestro ADN colectivo.
Nuestra sociedad basada en el tradicionalismo paternalista es sumamente conservadora y sus principales componentes son la emotividad —en detrimento del racionalismo—, el amiguismo afectivo y el intercambio transaccional en base a la interacción social o sociabilidad funcional.
En las familias de nuestros padres y abuelos veíamos esta estructura codificada en aspectos como la repartición de la comida: la presa más suculenta del pollo le correspondía al padre de familia, el muslo al hijo mayor y así sucesivamente hasta llegar al menor de los hijos al cual le tocaba el "cocote".
Pretender una pieza de pollo distinta y más apreciada era rebelarse contra el caudillo familiar, el padre.
Pero esa acendrada actitud autoritaria y caudillista del jefe de familia, se expandía, aumentando su círculo de acción, a través de los caudillos comunitarios que ejercían de igual forma su recia influencia, de tal suerte que se convertían en una devota referencia a la hora de resolver y dirimir las más diversas situaciones.
El caudillismo ha sido una actitud que siempre nos ha perseguido y, a diferencia de lo que muchos plantean, esta orientación social no nació o se inició con Trujillo, sino que más bien éste solo vino a encarnar o personificar ese principio social caracterizado por el capricho egoísta, irracional y autoritario, hasta llevarlo a dimensiones antes insospechadas, ahora ampliadas a todo un país.
Algunos aún recordarán, en la figura de Petán, como éste desperdigaba aleatoria y caprichosamente gestos que algunos interpretaban como bondadosos al permitir el acceso a sus fincas de modo que la gente pudiera recoger mangos. Pero este gesto no era desinteresado, por el contrario, tenía el único propósito de que sus vacas que allí pastaban no se atragantaran y murieran con las semillas de los mangos. Más de alguna ocasión un despistado sufrió su castigo por ingresar a sus propiedades creyendo que podía hacerlo (hay gente que olvida cuando es la época de los mangos). De igual forma, la arbitrariedad propia de la condición autoritaria, hacía que Petán entregara regalos en las calles para luego, en el siguiente día, mandar a trancar a algún desafortunado.
Así, vemos como aún en nuestros engañosos días de modernidad, orientados exclusivamente solo hacia el consumo, cada cacique en el aparato estatal se erige dueño y señor de un determinado coto que gobierna por encima de la ley de manera administrativa. Ejemplos sobran. Solo recordar dos recientes: El Director de Aduana con su famoso cobro a todas las mercancías cuyo valor fuera inferior a US$200, y el más patético en el figura de Rosario en la Junta Central y Electoral, el cual, no lo dude, será el próximo caso con el síndrome “Moscoso Segarra”, esta vez no en lo judicial, sino en lo electoral.
Con una población del 40% de pobres y 20% de indigentes, una clase media ansiosa y temerosa cuya motivación es la de dar "un palo" y saltar ilusamente a "millonaria", con claros visos de arribismo y «parejería» propios de su ferviente afán social, una clase dominante económicamente que sigue persiguiendo obtener prebendas y asegurar aún más sus ganancias, conforman un vector social que define el destino de Rep. Dominicana: ni en 500 años llegará a estadios en donde el Estado sea una entidad regulada por la racionalidad y los criterios funcionales de meritocracia que presentan las sociedad secundarias y que no se basan, como en las sociedades primarias, en la reactividad del estímulo emocional muy propio de la dimensión de lo enteramente orientado por la funcionalidad social.
Si hay algún salto evolutivo en ese sentido, ese salto será indefectiblemente del tipo cuántico, y en lo social ese tipo de salto ya sabemos lo que implica y conlleva.
2. Pinochet
Chile posee una larga tradición democrática cuyo fundamento es la burocracia.
La burocracia es el aspecto esencial en el psiquismo del chileno que se refleja en una amplísima diversidad de aspectos con derivadas consecuencias.
En el lenguaje, el chileno posee un sonsonete y un hablar hacia adentro, con el uso excesivo de los diminutivos.
Sus relaciones interpersonales son burocráticas y están basadas en la planificación, de tal forma que una reunión de amigos puede seguir un procedimiento que, a la luz de la sociabilidad inmediata caribeña, puede resultar insoportable.
El golpe militar de 1973 rompió esa tradición democrática e institucional.
Sin embargo, la dictadura no afectó su engrama social sustentado en la burocracia e institucionalidad.
Así pues, sin traicionar ese principio subyacente en la fibra social de la chilenidad, el gobierno militar produjo notables transformaciones económicas a principios de los años 80s. Paradójicamente, lo que para Chile era una gran desventaja desde el punto de vista geográfico, fue una ventaja en posteriores décadas.
Chile aislado, ubicado en el extremo sur de América, con un muro natural como lo es la Cordillera de los Andes en su espalda, y, al frente, mirando hacia un enorme Océano Pacífico, no le quedó más que iniciar la transformación económica a través del comercio exterior y desarrollar un plan de exportación que llevaría a ejecutar con disciplina militar y que a su vez reduciría su dependencia de las exportaciones del cobre.
Uno de los mercados que Chile exploró fue el asiático, al otro lado del Pacífico. De esta forma Chile se vió enfrentado a desarrollar estándares de calidad y producción a la altura de ese exigente mercado.
Cuando en el mundo se empezaba a hablar de globalización, ya Chile estaba preparado para enfrentar el desafío mundial con un saber hacer y experiencia de años.
Pero esto solo fue posible realizar mediante un plan de desarrollo al cual todas las fuerzas productivas de la nación hubieron de inscribirse con disciplina militar.
Sin embargo, Chile no traicionaría su tradición; no podía.
De esta forma, Chile es el único país que ha salido de una dictadura por la vía democrática a través de un plebiscito… La fuerza idiosincrática de su institucionalidad burocrática finalmente prevaleció.
Volviendo nuevamente al caso de la Rep. Dominicana, observamos que en el dominicano, en su estructura mental, en su psicología social tan oprimida a través de diversas fuerzas que lo subyugan poco a poco y de maneras subrepticias, se desarrollan a la vez mecanismos de defensa psico-emotivos mediante la creación de polaridades (muy similares al religioso).
Son polaridades a través de las cuales proyecta sus aspiraciones y esperanzas hacia el polo bueno y cataliza toda su desgracia y maldad hacia el polo malo. En el caso político tenemos: Danilo, bueno; Leonel, malo. Hipólito, bueno; Miguel, malo. Dios, bueno; Diablo, malo.
En esta película, del Bueno y el Malo, solo falta el Feo.
Esa forma de encarar la realidad es permisiva, porque no permite ejercer el pensamiento crítico hacia los fundamentos de una estructura perversa de gobierno entronizada y dictatorial, y un sistema político de partidos putrefacto y corrupto aupados por poderes fácticos económicos. Es una postura mental bipolítica que relega la razón y solo es impulsada por la emotividad que ata afectivamente el psiquismo hacia la parcela política contraria a la que se niega con todas las fuerzas intestinas.
El votante recicla, cual efecto yin-yan, las mismas ofertas políticas, convirtiéndose, en último término, en el responsable de mantener el estado decadente de la política actual.
El votante es, entonces, el Feo de la película.
¿Podremos los dominicanos traicionar nuestro destino…?