“Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso, de tonto y mentecato?”  Miguel de Cervantes Saavedra

Pues  no he de remedar yo con mi torpe acento a Cervantes, maestro de maestros, ni a apropiarme de sus insignes personajes, sino a tomarlos prestados con respeto y reverencia al poner en sus bocas algunas de las cosas que pienso. Y he de afirmar que no es osadía vana por mi parte, pues al contrario amor por ellos me guía y gratitud por cuanto de ellos aprendiera antaño. Ha ya de aquello tanto tiempo que tengo a bien observar, con el pasar de los años, que sus enseñanzas cimentaron y sólido los pilares de este mi andamiaje.

A fe mía que no son necias tus palabras cuando afirmas, mi buen amigo Sancho, que  hemos de afinar la mirada y andar prestando cuidado de a quién llamamos amigo, pues tal palabra precisa no pocos requisitos para ser traída con acierto a nuestras bocas. Muchos son los que tratan de hacer promesas en su nombre y la invocan, olvidando por el camino las muchas regalías y bondades que deberían siempre acompañarla.

Que cómo la quiero me preguntas y es sencilla la respuesta mi leal Sancho. Con todas las ganas que quererla puedo y aun alguna más que logre sumar en el intento, pues no pongo límites y añado poca razón en mis afectos. Que el amor no ha de ser retenido por mesura ni cuidado y mucho menos por miedo o de amor no se trata.

Si hubiéramos de caminar siempre con un propósito mi fiel escudero, que sea con la mirada puesta al frente y sin perder de vista la línea de horizonte, ya que hay procederes de mal tino que tratarán de desviar nuestra atención y hacer perder el  rumbo a nuestras pisadas. Fijemos las coordenadas de nuestro viaje, mi buen Sancho, y fiemos a ellas las huellas que imprimamos al camino.

No es a tenor de tus cuitas o las mías que gira la tierra que pisamos Sancho, sino a su propio proceder y a su  destino. No seamos majaderos ni faltos de juicio en nuestra torpe vanidad. No creamos ser rueda que imprime brío al movimiento rotatorio que la empuja o por tontos nos tendrá el mundo y no habremos de culparle por hacerlo.

¿Por qué creemos a menudo que al desdeñar los éxitos de quien tenemos al lado, los nuestros agigantan su importancia y su tamaño? No tratemos de engañarnos al respecto mi leal compañero. Pues doy fe que ignorar ganancia ajena no nos hace mejores ni más dotados de talento y tan sólo obtenemos en la empresa lograrnos un poco más miserables si ello es posible.

¡Ay Sancho, cuán alto fías tu fe en los hombres! Más no he de ser yo quien la inocencia arrebate de tus manos, que ha de ser la vida con enredos y patrañas quien te saque  del error.

Escucha atento mis consejos Sancho y no eches a perder tu atención en vanos y groseros menesteres. Y hoy te digo, por si ahí adentro pudiere echar raíces, que si a bien tuviéramos mostrarnos tan generosos con los aciertos y errores del vecino, como tolerantes y amables lo hacemos con los nuestros, la vida habría de ser más pródiga en venturas y prendas de lo que a menudo se nos muestra. Pues quien mala fe alberga, mala fe recibe.

Huye Sancho de los hombres y mujeres que no sujetan su lengua. Pon distancia de mil leguas de cualquier correveidile. Embrida a los gacetillas, a chismosos y alcahuetas que encuentres en tu camino. Se discreto. Se cauto y se prudente. Que tu vecino ignore quien traspasa el umbral de tu casa. Que tu tendero nunca anote deudas ni fiados que no puedas pagar. Que nadie hable de ti más que aquel que bien te quiere y siempre con discreción. Pues muchos son los lenguaraces que bulos y secretos cuchichean acerca de aquellos que pregonan amigos.

Mantente lejos del envidioso amigo Sancho y que el diablo se lleve a cada uno que encuentres en tu camino. Pues no hay ser más rastrero que aquel que desea para sí cuanto el amigo tiene. Siéntete orgulloso de lo que posees, sea poco o mucho  y procura alegrarte del bien ajeno como si propio fuera. Y es que no hay peor color que alumbre unas mejillas que el rubor de la verde envidia.

No olvides nunca Sancho que toda mentira es una burla innecesaria, un acto de cobardía, un insulto hacia quien concede crédito a palabra de farsante.

Que bien pudiere la vida en su capricho amigo Sancho armarnos un tole tole, torcer de cuajo nuestra voluntad y nuestro anhelo, despreciar los afanes que nos ocupan y lograrnos, al fin, mordaces y descreídos a falta de toda esperanza. Puede, si le viene en gana, tornar amargas las palabras, escépticas y esquivas las miradas. Pero aun con tales congojas a la espalda he de decirte, que  si en ello va el empeño, no hay que echar en saco roto eso de plantarle cara a la derrota, blandir la espada y desafiar al mismo miedo hasta vencerlo.

¿Pues no entiendes Sancho amigo que este mundo es de todos? Que tal parecieran creer los memos y charlatanes que llegamos hasta este lugar para pretender lo que no es nuestro y no es así. Que Dios no entregó a nadie llaves de reino alguno aquí en la tierra y algunos funden en metal ganzúas que provocan engaño en cándidos ojos. Que esta tierra que pisamos, mi fiel escudero, es tan tuya como mía y del mismísimo rey que la reclame, pues falsos son su cetro y su corona si no hay pueblo que le otorgue su poder.

Y dime Sancho, si hubiere nuevos caminos por recorrer y nuevos gigantes por vencer ¿acaso no partiríamos con idéntica pasión y el alma siempre henchida en regocijo y no en desdén? Pues buen badulaque ha de ser aquel que no preserva lo mejor que su interior contiene y presto lo cambia por rencores y maledicencias.

Feroz comienza el día en imposturas mi fiel compañero. ¿O acaso no ves la burla escondida en los ojos que agasajan nuestra presencia? Vayamos presto de vuelta a nuestras monturas, partamos en busca de hombres y mujeres rectos y de sinceras palabras.

Avancemos Sancho con la testuz despejada y el ánimo puesto en grandes empresas. Más hagámoslo sin perder nunca de vista las humildes flores, estos bellos parajes y el sonido alegre del arroyo que el camino nos ofrece para deleite del alma nuestra.

Y por ahora cierro la cortina de este modesto teatrillo que a bien tuvieron vuesas mercedes visitar. En nada de cuanto aquí se ha dicho hubo voluntad de enojar a los presentes, ni aun a los ausentes en platea, pues no hay más ofensa que aquella que como tal se concibe y a cuyo ánimo guían el agravio y el desdoro. Ni uno ni otro contienen mis palabras. Tal vez, si acaso, la imperdonable osadía de pretenderse chispa que prenda un pensamiento que no se deje convencer por la impostura. Sin nada más que añadir se despide de ustedes esta su humilde servidora.