Desde mi punto de vista las reelecciones ninguna son buenas, ni la de Danilo, ni la de Leonel, ninguna. Esto asi, porque en nuestro amado país vivimos de reelección en reelección y olvidamos lo más importante que es el desarrollo moral,  social y económico de la nuestra nación. Pensamos tanto en la jodida política que nos olvidamos de la educación real, (no la construcción de escuelas), se nos olvida la dignidad, la templanza, la seriedad, y pensamos que todo y todos tenemos un precio.

Todo, absolutamente todo, gira en torno al poder, y luego de que llega al poder, al interés absurdo y estúpido de mantenerlo a toda costa, y dentro de este costo, de la realización de las mas impensables trapacerías y desmadres con el erario, incluyendo millones de pesos diarios que se pierden, roban y despilfarran para justificar precisamente esta jodida necesidad de continuismo y afán de mantenerse a toda costa.

En los países que llamamos desarrollados y que lo son porque las instituciones funcionan y por nada más. La reelección es posible, porque quien se roba un centavo, o no declara lo recaudado por su equipo de campaña y no devuelve el dinero no utilizado para los fines que fueron donados, va a la cárcel sin miramientos ni excusas de ningún tipo. En nuestro amado país, los gastos absurdos e inconmensurables en publicitar hasta las letrinas inauguradas, el exorbitante gasto que representa el traslado del Presidente a las visitas “sorpresas” y a la inauguración de obras terminadas y sin terminar, a las publicaciones de cada cosa, constituye en una sociedad con tantas carencias un claro indicio de nuestra poquedad mental y del inmediatismo como política y destino.

Y es que la reelección por sí misma, ni es mala ni buena, sino fuera por el mesianismo, que el enanismo mental de nuestros políticos se impone a sí mismo, ni tampoco sería buena ni mala, si se sustentara para obtenerla en los recursos propios del presidente candidato. No, por el contrario, las reelecciones, todas, van encaramadas sobre nuestras costillas, sobre los impuestos que pagamos, sobre cada peso que inexplicablemente sube la gasolina semanalmente y sobre el precio que cada uno de nosotros tiene que pagar a los energúmenos que llamamos diputados y senadores, salvo honrosas excepciones que obviamente las hay, para avalar la regla. Habichuelas con dulce incluidas o no.

Decirle a una persona que no tiene palabra, constituye desde mi óptica moral y pretendidamente ética, una ofensa imperdonable. Para mí la palabra hay que honrarla aunque perjudique a quien la ha dado, la palabra es ley, y bajo la perspectiva de la seriedad, y el honor, quien no lo tiene, nada vale. No obstante, ante la andanada de homenajes, loas, vítores, comparaciones mesiánicas que se han hecho del inefable Danilo, incluso llegando a decir que es mejor presidente que el Profesor Juan Bosch, denostando pues  el gobierno mas pulcro de que ha tenido noticia la sociedad dominicana, cabria admitir sin ningún tipo de prurito, que el tiburón podrido no era más que un aperitivo útil en el devenir gastronómico de este mesías redimido.

Que bajo la perspectiva gastronómica que el mismo utilizó como símil, para establecer que había que hacer para reelegirse, y que por su madrecita santísima juraba ante el pueblo, primero que no lo haría, segundo que lo haría una vez y mas nunca en su vida,  y ahora, que está dispuesto a seguirse sacrificando, (hay chichi), por el clamor del pueblo que cada fin de semana en cada paraje o provincia, claro,  con el dinero de todos los pendejos de este país, alzan la voz para que llegue al cielo y  para que este sacrificio, sea santificado y aceptado por este prohombre que nos gastamos con los calificativos mas estrafalarios.

Nada más nos queda esperar que los tiburones ahora no estén descompuestos, no vayan a causarle una indigestión, a nuestro bien amado y nunca bien ponderado líder.