Al conocer la noticia de que había regresado de manera definitiva a la República Dominicana, un querido amigo me dijo: Pensaba que estabas muy feliz en México. Este país es tan limitado, a mala hora volviste. No lo culpo a mi amigo. Me manifestó esa idea en la semana en que la Cámara de Diputados, salvo honrosas excepciones, le da la espalda al desarrollo de una vida digna a las mujeres en tres situaciones extremas y frecuentes, al mantener como delitos las tres causales de interrupción del embarazo.

Su comentario me hizo recordar la anécdota de otra querida amiga y su reloj perdido. Lo buscó por todas partes durante semanas, y el aparato que, además, tenía un valor sentimental, no aparecía. Ella creía que con esa experiencia había aprendido sobre el desapego y así lo contaba. Casi un año después, el reloj apareció en su cajita dentro del compartimiento de una valija. Por resguardarlo, en realidad lo había escondido tan bien que, hasta el siguiente viaje, había dado el objeto como perdido.

Posteriormente, primero esa amiga casi hermana y luego yo, perdimos cada una a un hijo, ambos adolescentes y por motivos de salud. Nunca se lo he mencionado a ella, pero cuando me tocó a mi la terrible experiencia, recordé el caso del reloj, un bien material, pero esta vez como metáfora aunada a la más importante enseñanza que me ha brindado ella. Esto es, su incólume fe. Nunca ha dudado en el reencuentro con su ser querido, a pesar de que lo extraña cada hora que marca ese reloj en su muñeca. Está convencida de que éste la espera en la casa de Dios.

Desafortunadamente, el agnosticismo por el que transito, en la dimensión espiritual más no religiosa de mi experiencia de vida, no me ha permitido alcanzar ese grado de certeza que estimulo con reflexiones y acciones que me ayuden, porque yo también quiero lo que asegura mi amiga. A pesar de la incertidumbre que me provocan las convicciones metafísicas de otros, las observo con profundo respeto e interés.

El agnóstico podrá ser calificado de escéptico más no de perezoso. El abrumador sentimiento de ignorancia ante los misterios del cosmos, sin llegar a negar o afirmar la existencia de Dios, es por el contrario una faena agotadora. Obliga a quienes nos declaramos descalificados para dictar sentencias definitivas sobre la existencia o no de un orden divino, no solo a respetar a los que arribaron a una conclusión en un sentido u otro acerca del significado de la vida y la muerte. Esa es la parte más sencilla y éticamente necesaria en un orden democrático. Nos obliga a algo más laborioso, a trabajar al ritmo perentorio de los relojes, en la procura de lo bueno y lo justo, con el fin de no caer en un vicio que puede afectar por igual al creyente, al ateo y al agnóstico: el indiferentismo. Que mi dolor personal no me impida entender el ajeno y distinto.

Mientras el creyente y el ateo descansan en su certidumbre, los agnósticos permanecemos en constante alerta; y, con frecuencia, nos vemos haciendo valijas y mudanzas de verdades sistemáticas que encierran injusticias tradicionales y opresivas.  Sin quererlo, nos tenemos que apartar de convicciones e incluso de personas que nos sorprenden porque son excluyentes.

En nombre de la familia y la amistad, en ocasiones nuestros minuteros enmudecen en el contexto íntimo, aunque hacia fuera se mantenga la lucha. Resulta difícil y fatigante mantener esa posición ética. Por eso el compromiso de aprender y comprender situaciones de inequidad social, como son los tres presupuestos de las causales de interrupción del embarazo, se ha tornado una misión vital. La gran mayoría de las personas en la posición autodenominada provida, reaccionan por un respeto temeroso a mandatos de fe, sin saber lo que ocurre en el propio país en que viven con el fenómeno del aborto clandestino y la violencia machista y doméstica, donde las niñas son las principales víctimas.

Mal podría el movimiento de las tres causales al que pertenezco, dejar de entender que la causa raíz de este conflicto toca fondo, esto es, la brecha del dominicano(a) promedio para agotar un razonamiento a partir de los mandatos método científico. En la Cámara de Diputados, algunos representantes de la postura azul celeste hicieron razonamientos para motivar su voto, que no superan una clase de lógica matemática de octavo grado. El mantenimiento de ese ilícito en nuestro Código Penal es una excepción mundial que dice mucho del nivel de desarrollo de la República Dominicana. No es posible que las mujeres y niñas dominicanas sean los seres humanos más excluidos del planeta y que el fundamento para mantener esa discriminación sea un dogma religioso.

Jorge Luis Borges decía que el agnóstico es la persona con la postura más modesta, ni niega como el ateo, ni afirma como el creyente.  Agrego que, si acaso los atributos humanos de la razón los concedió un ser superior, el agnóstico y el ateo también lo honran cada día, sin ánimo de retribución, ejercitándolos a favor de lo que humanísticamente comprende como lo más favorable ante una situación limítrofe. Aunque no haya una deidad al final de la vida que lo premie; y, por ejemplo, yo, nunca vuelva a ver a mi hijo que extraño, por desviarme de un dogma sistemático. Esta semana que mi hijo habría cumplido veintinueve años, tuve una conversación con su alma en vuelo por el infinito y le expliqué mis motivos para servir esta causa, como la mejor para honrar su memoria y nuestro amor.

Con personas de fe o sin ella, intento construir vínculos en la dimensión filosófica. Los aspectos materiales que nos acercan perecerán. No estamos manteniendo la discusión de las causales en una cueva, ni estamos encendiendo por vez primera el fuego. El humanismo se ha iluminado del mundo de la fe, como el de la razón. La búsqueda de verdades con sentido de justicia no es monopolio de ningún segmento social.

Hace mucho tiempo que la identidad dominicana perdió la brújula y olvidó (si fue que alguna vez conoció) el significado de las libertades fundamentales que nos hicieron una nación libre. La formación humanística impide agotar la búsqueda a partir de una convicción individual, aunque la salvación, como explica el creyente, es personal; por cierto, una noción bastante racional. Nótese que el cristianismo se alimenta de ideas ateneas. Un mínimo de empatía a favor de toda mujer en el drama de alguna de las tres hipótesis del debate, se hace necesario para todo el que transciende en su sentido de la justicia conmutativa a la justicia distributiva, aristotélica y cristiana a la vez. O bien, para todo el que conoce el movimiento progresista protagonizado por Eugenio María de Hostos en nuestro país hace más de cien años.

Sin embargo, no me encierro dentro de la valija del método científico para alcanzar información y conocimiento. Sé que cada quien porta un equipaje intelectual, incluso para construir su sistema de creencias. Al entendimiento que implica la vida en sociedad se llega primero, con apoyo solidario a las afectadas por la aprobación de un Código Penal que las deja en un grave estado de indefensión. Y segundo, a través del diálogo, con la posición contraria que sea capaz de ello. Muchos juristas de llamada posición provida fueron a las mismas aulas que yo a aprender dialéctica. Con ellos me interesa conversar, porque esto apenas comienza.

¿De qué podemos conversar? De la fidelidad de su postura con las revelaciones, por ejemplo, aquella que sostiene que la vida inicia con la concepción. En mi opinión, un simple dogma. Si algo demostró la votación de la Cámara de Diputados a ambas partes en conflicto, es que el movimiento en apoyo a las tres causales no es una tendencia ocasional. Nadie ganó con la votación de esta semana, excepto los facilitadores de abortos clandestinos. La lucha de los que apoyamos las causales sigue y se fortalece, ahora mejor informada respecto la indiferencia de una gran mayoría de los representantes en la cámara baja. Los sistemas de consecuencias se activaron y las responsabilidades serán imputadas en la veeduría de sus actos políticos, la movilización y finalmente en las urnas.

En este momento llego a mi país y no dudo que seré plenamente feliz como lo fui en los seis años vividos en México. Nuestro proceso familiar de regreso a la República Dominicana ha implicado varios viajes previos de planificación. En el penúltimo, hace un mes atrás, mi llegada se produjo un sábado y coincidió con la marcha provida. A Santo Domingo aterricé de madrugada y luego de varias diligencias, mi esposo y yo hicimos una pausa para almorzar en un restaurante de platos típicos criollos. Un grupo de los movilizados vestidos de azul celeste cruzó por mi mesa. Entre ellos, un entrañable amigo que sabe de mi compromiso por las tres causales y yo del suyo con ese segmento.

Se acercó con su esposa e hijo y me presentó como su hermana. Teníamos años sin vernos y con el mismo amor fraterno le dijo a mi esposo, a quien no conocía, que eso era yo para él. El sentimiento es recíproco. Me refiero a uno de los más brillantes penalistas de mi generación y un mejor ser humano. El encuentro fue cálido, y no se tocó el tema del Código Penal. Mi amigo ha seguido su militancia, yo la mía y por esta vía le participo con alegría que esta vez las valijas me traen de manera definitiva.

Ese encuentro lo tomo como una de esas señales de la que me hablan las personas de fe de mi afecto. Le puso cara de amigo entrañable a la posición que enfrento. De mis allegados creyentes he aprendido dos nociones fundamentales. La esperanza y, claro está, el acaudalado poder del perdón, este último a favor de quienes insultan el movimiento nacional que apoya las tres causales con epítetos groseros.

Examino las grandes inequidades que tenemos como sociedad sin que me sea posible dejar de lado el drama de las mujeres en estos casos, en especial las que por su condición económica son vedadas al desarrollo humano. El haber encontrado desde las primeras horas de mi regreso a mi amigo del alma, vestido de azul celeste junto a su familia, en el más sincero compromiso de fe; y junto con él, al cariño que nos une a pesar de nuestras diferencias en ese tema para ambos fundamental, me reveló que ser feliz no se logra estando en un país o cultura específica, sino en paz con nuestra honestidad, asumiendo con respeto posturas difíciles, en cualquier escenario donde ocurra nuestra vida social.

La posibilidad de dialogar en este y otros temas no menos importantes y pendientes de la agenda nacional con quienes estén dispuestos a escuchar y debatir democráticamente, es motivo de gozo. Donde quiera que lleve mis maletas en este mundo, no voy a encontrar la joya que perdí y que partió en dos mi vida. La pérdida de un hijo hace doce años y con una condición severa, que en su caso era compatible con la vida como es la parálisis cerebral, hasta que cumplió casi diecisiete años, me permite entender más claramente lo que solo una mujer, en las tres circunstancias que esta semana los diputados en su mayoría consideraron delictiva, puede sentir.

No pretendo convencer a nadie con estas palabras que más que argumentativas son revelaciones íntimas de motivos, como también mensajes a esos tres amigos mencionados. A través de estas líneas quiero decirles a las personas de mi afecto con una postura contraria a la mía, que para quienes apoyamos las tres causales, convencidos de la defensa a la dignidad humana que involucra, sabemos que esto nos puede tomar la vida entera si es preciso y lo haremos.

Las valijas antidemocráticas donde quedaron empacadas y escondidas las enseñanzas hostosianas serán rescatadas. Vamos a buscar ese legado para actualizarlo, hasta que las manecillas indiquen que el tiempo para la justicia social entre los dominicanos y dominicanas ha marcado una nueva hora. Este país no puede permitirse regímenes de exclusión, y a la vez comprenderse justo y democrático apoyándose de frases huecas que repiten el nombre de nuestros patricios sin comprender su impronta. Ningún patriota profesó la discriminación.

Cada hora del reloj que dedique a las tres causales estaré siendo feliz ante la posibilidad de evitar aunque sea a una sola mujer la profunda tristeza de interrumpir un embarazo para eludir los riesgos mencionados, cargando un equipaje de culpa que un segmento de la sociedad le impone por temor a una represalia divina. De eso, con el cariño de siempre, volveré a conversar con mis entrañables amigos, entre ellos apreciados colegas del segmento provida, formados como yo en filosofía del derecho con el maestro Euribíades Concepción (EPD).