Uno de los aspectos positivos que nos ha dejado la pandemia ha sido el regreso al uso de la ciudad, materializado por el aumento del número de personas que visita los espacios públicos para suplir la necesidad de ejercitarse, divertirse o descansar, en aquellos lugares abiertos cuyo uso no ha sido limitado por las medidas restrictivas implementadas en este tiempo que nos ha tocado vivir.
Este acercamiento de la población al espacio público produce una transformación inmediata de la ciudad otorgando vida a las estructuras que integran la urbe, mejorando el estado de bienestar de la ciudadanía, generando nuevas oportunidades y reduciendo los niveles de inseguridad; en la medida que una mayor cantidad de personas utiliza con regularidad estos rincones del territorio que se erigen como un oasis en el desierto de cemento y caos en que vivimos, podremos rescatar la ciudad para la gente.
Las principales intervenciones realizadas en las grandes ciudades durante los últimos años se han concentrado en facilitar los movimientos motorizados a lo interno de las estructuras urbanas, destinando la mayor parte de los recursos al diseño de infraestructuras viales que garanticen los movimientos internos en el menor tiempo posible; sin embargo este tipo de iniciativas a secuestrado el espacio público, relegando al peatón a un uso restrictivo de la ciudad, donde la inseguridad vial y ciudadana ha inundado de temor a una población que tiene miedo a caminar por la ciudad.
El regreso al uso de la ciudad como resultado del confinamiento y de la ausencia de alternativas para socializar, es una gran oportunidad que debe ser aprovechada para agregar valor a lo público y así mejorar la oferta de espacios para el peatón, que eleve los niveles de bienestar de la ciudadanía y a su vez impacte de forma indirecta en la mejora de la movilidad urbana. Este abordaje se logra a través de una política municipal de rescate de nuestras aceras, plazas, parques, espacios residuales, mercados municipales y todo el conjunto de áreas de vocación pública, a través de un programa de recuperación física de toda la estructura, la creación de nuevos espacios para suplir la demanda de cada barrio y el mantenimiento contínuo de los espacios habilitados.
La sostenibilidad de esta iniciativa se logra con la regulación de estos espacios, para lo cual es fundamental no confundir la libertad en el uso de lo público, con el libertinaje de “yo hago lo que quiera en este espacio”. Una regulación de los espacios públicos sustentada en criterios que permitan levantar estadísticas de uso de cada lugar y a su vez mejorar la calidad de los espacios en atención a las actividades que se realizan.
A pesar de que en nuestro país no estamos acostumbrados a definir y aplicar reglas que establezcan el accionar ciudadano; una regulación para el uso de los espacios públicos, materializado en un contrato social, permitirá establecer los compromisos entres los proveedores (Ayuntamientos) y los beneficiarios (población) de estos espacios para garantizar la calidad de lo público en beneficio de toda la ciudadanía.