Me fui de viajes con la poesía, en esa semana fuimos amantes de tiempo completo… Pero los viajes no son para siempre.

Tomo la poesía en el regreso, florecida, recién pulida, con ese brillo que solo proporciona el cuidado y la dedicación, aun así, la guardo en un saco oscuro y la pongo dentro de un profundo cajón. No trato de mencionarla en la vida cotidiana, aunque pienso en ella en cada momento.

Salgo a la calle, llega el momento de ver a los que quedaron, preparada, pareciendo desprovista de ese recuerdo contundente y con un listado de conversaciones amenas que lograrían que todos la olviden. Pero preguntan acerca del viaje, es lógico, pienso; es posible que me hayan extrañado. Les cuento a gran escala, no me atrevo a decirles lo que ha sucedido. Trato de sostener mis amistades de siempre sin la poesía de por medio, por eso esquivo su nombre en las respuestas. ¿Qué tiene que ver la poesía, en una conversación acerca del reggaetón? (pienso).

Trato de protegerla, mi protección consiste en no nombrarla, no exponerla, pero ellos la halan por sus delicados brazos, la vuelvo a entrar en su saco y así, nos pasamos la noche desorganizando los cajones hasta el hastío.

A la hora de irme, termino de un tirón el vino y recojo la poesía del suelo. Está empolvada y mal herida, pero mi poesía entiende que estas cosas suelen suceder y no me reprocha. Al llegar a casa, la baño con el cariño adecuado, pongo curitas en sus heridas y en las mías, luego intentamos dormir en silencio. Ella no puede cerrar sus ojos luminosos y se queda allí tranquilita, entre mi cuerpo y la dulce respiración de mi compañero.