Quiero hablarle del “Amor que sobre pasa todo entendimiento”. Ahora en la estación de Cuaresma, se piensa asiduamente en el amor de Dios, al prójimo y a uno mismo. (San Lucas 10:27). Estas pasiones toman dimensiones especiales, porque se recuerdan los dramáticos hechos del plan de salvación cumplido por Jesús el Cristo, el Hijo del Dios Bendito.
Amar es más que querer, servir, congraciarse, solidarizarse, intimidarse, reciprocarse, y extralimitarse en otras moralidades. Así lo expuso San Agustín: “La medida del amor es sin medida”.
Solemos decir que el amor de Dios sobrepasa todo entendimiento y esto puede ser considerado como una expresión que esta demás. Hablar de amor, es menester hacerlo en todas sus dimensiones, características, expresiones, y esencia natural. Es de notar que el amor es un concepto universal relativo a la afinidad entre seres, y para los religiosos cristianos, comienza con Dios; pues, Dios es amor.
Durante esta tiempo de Cuaresma es frecuente hacer más liturgias devocionales, retiros, y ejercicios espirituales para recordar, evocar la vida, ministerio, pasión, crucifixión, resurrección y ascensión de Jesús el Cristo, el Verbo Hecho Carne, el Cordero inmolado que intercede por los pecadores.
Veamos el amor en los contextos de acepciones más concretos e ineludibles según los griegos: Ágape, el amor a Dios incitado, motivado y dotado por la religión; es el amor que Dios da desinteresadamente y el que todo cristiano debe de tratar de cultivar. Filía (conocido a veces como Storgé): el amor entre los miembros de la familia o que se refiere al cariño que se siente por los amigos. Eros que se refiere al amor romántico… amor entre los seres; amor entre el hombre la mujer.
En toda relación de amor debe haber y permanecer un natural sentido de pureza, lealtad e integridad. En la práctica religiosa que procede del amor de Dios tiene unas características propias, porque: “Dios es amor” (I Juan 4:8); porque: el “amor de Dios es eterno”. (Jeremías 31:3): porque: “Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él, no muera, sino que tenga vida eterna”. (San Juan 3:16). Por virtud de estas verdades, decimos: “El amor de Dios sobre pasa todo entendimiento”.
La práctica del amor filía, o sea conyugal, debe ser igualmente como en el amor de Dios: permanente, puro, leal y consagrado. Hay veces que las prácticas religiosas pueden tener buena apariencia, pero en el fondo hay falsedad, fingida piedad, simulacros de santidad, o ritualismo mecánico. De este mismo modo, en el amor conyugal, las parejas o uno de ellos, puede muy bien dar demostraciones de cumplimiento de gestos, mimos, atenciones, y todo aquello que caracterizan la intimidad y los sentimientos esperados y deseados en un matrimonio. Mas, todo esto puede ser frívolo, vano, o mueca fingida, aunque se manifiestan gestos apasionados que son realmente mimos simulados, o expresiones de adulonerías en su contexto. Estos pueden estar aparentemente cumpliendo con expectativas que son principales en una mutualidad matrimonial; pero vacios de sinceridad, profundidad, honestidad, pureza, y fidelidad, por estar carente de lo que verdaderamente debe ser.
En toda relación amorosa debe primar la autenticidad de la esencia de la pureza, honestidad, lealtad, consagración, permanencia, y crecimiento, basados fundamentalmente en el conjunto de las virtudes de la fe, la esperanza y el amor. Con esta premisa se considera que el “Amor de Dios sobre pasa todo entendimiento”, ya que es lo más sublime y excelso, porque el Señor es “amor” y “su amor es eterno” y dado a todo el mundo mediante Jesús el Cristo, no para condenación, sino salvación de los que creen en él.