En estos días estoy releyendo “Hojas de hierba”, la magnífica obra del poeta Walt Whitman, el hijo de Manhattan, que nos enseñó a amar nuestra propia humanidad. A ser irreverentes y subversivos, a sentirnos prójimo y hermano de todos los hombres y de todas las mujeres, a practicar todos los amores y a ejercer nuestra indisoluble libertad.
Whitman decía que el profeta y el bardo se deben mantener en estadios superiores y debían ser los mediadores y los intérpretes, ante la Modernidad y la Democracia, de Dios. O sea, que ya no serían los sacerdotes con sus ritos, ni los chamanes con sus antiguos ungüentos, ni los pastores ni los predicadores con sus soporíferas homilías. ¡Los elegidos son profetas y poetas!
En la literatura hebrea, me refiero al Antiguo Testamento, los profetas fueron hombres de gran sensibilidad poética. Utilizaban constantemente las metáforas para hablar del amor de Dios y también para denunciar la corrupción y las injusticias de un pueblo y de unos líderes religiosos que se habían apartado de la verdad. Uno de estos ejemplos de profetas bardos o bardos profetas los encontramos en Isaías, siendo el más conocido por su importancia en la liturgia de la Palabra de la iglesia católica.
Los profetas son personas molestas en un mundo podrido y en una iglesia que también hace parte de esa putrefacción por su propia condición humana de santa y pecadora donde coexisten príncipes y profetas
Por ejemplo, el profeta, para denunciar la ingratitud de un pueblo que se había apartado del Señor, lo hace con este hermoso poema: “Mi amado tenía una viña en una fértil colina/ la cavó por todas parte/ quitó sus piedras y la sembró de vides exquisitas/ Edificó una atalaya en medio de ella y también excavó en ella un lagar/ Esperaba que produjera uvas buenas/ pero sólo produjo uvas silvestres”. (Isaías 5)
Es sólo un parco ejemplo de una profecía poética que podemos encontrar en los libros proféticos de la Biblia.
En los Evangelios Jesús también ejerció su papel de profeta y poeta cuando hablaba del Reino de Dios y cuando tenía que denunciar las hipocresías de los religiosos de su tiempo.
El evangelista san Mateo pone en boca de Jesús las siguientes expresiones cargadas de gran sentido profético y belleza poética: “¡Serpientes! ¡Raza de víboras! Fariseos hipócritas que son como sepulcros blanqueados. Por fuera están muy bonitos y arreglados, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de impureza”. (Mt. 23,27)
Jesús truena contra los líderes religiosos , maestros de la ley y de la moralidad judía.
¿En dónde están los profetas? pregunta una vieja canción de Ricardo Cantalapiedra: Son pocos, pero quedan; silenciados e ignorados por algunos medios de comunicación que prefieren resaltar los escándalos y el chisme, pero quedan. Los profetas son personas molestas en un mundo podrido y en una iglesia que también hace parte de esa putrefacción por su propia condición humana de santa y pecadora donde coexisten príncipes y profetas.
En la biblia ninguno de los profetas fue reconocido como empleado del mes. No fueron los más queridos porque denunciaban las injusticias y las incoherencias de la propia religión. Proclamaban la verdad y la verdad muchas veces resulta incómoda y hasta ofensiva en una sociedad acostumbrada a las mentiras.
¿Y los poetas? Esos no son más que “nieblas y silencio”, dijo don Pedro Mir en un tiempo en el que se necesitaba coraje para ser profeta y para ser poeta.
El poeta debe recobrar su dimensión profética, el cantor debe levantar “su voz en las tribunas por el que sufre, por el que no hay ninguna razón que lo condene a andar sin manta”.
Para que la poesía y el canto sean proféticos deben ser independientes y la independencia, en un mundo mercantil donde todo se vende y donde todo tiene su precio, es asunto casi imposible.
Hoy son muchos los poetas y los artistas que asfixian la dimensión profética del arte para poder ocupar algún cargo en los gobiernos de turno y poder publicar o ser invitados a las ferias de libros, a los recitales o poder realizar algún concierto patrocinado por las instancias culturales del Estado. Por eso, el arte se ha convertido en espectáculo y a lo sumo en canción de cuna.
Volvamos a la poesía subversiva y profética, a la que denuncia, a la poesía que sirve para salir a las calles a protestar y tomar las plazas públicas. Poesía para despertar, la que en otros tiempos mereció el destierro de los bardos que fueron profetas.