Los policías acostados, los que manejamos vehículos lo sabemos muy bien, son esos lomos de cemento o asfalto de forma exterior un tanto ovalada que sobresalen unos buenos centímetros del pavimento de las calles o carreteras, con el teórico fin de reducir las velocidades por lo general excesivas de los carros camiones o motocicletas que pasan por esas zonas. La gran sabiduría popular del dominicano que bautiza con certera exactitud tantas cosas buenas, malas o regulares que se dan en nuestro patio ha dado en el clavo una vez más denominándolos con el término de ¨policías acostados¨.

En este curioso país debe haber más policías acostados que policías de a pie o montados en vehículos patrullando por las ciudades, pueblos, o campos, al menos en muchos lugares. Por ejemplo, de la sureña localidad de Enriquillo a Barahona la distancia a recorrer es de apenas cincuenta kilómetros hay unos veinte de ellos, muchos de los cuales están solo para fuñir la paciencia a los resignados conductores que recorren esos bellos parajes.

Los hay incómodos, incomodísimos y super incomodos -pero ninguno cómodo- de pasar según sus elevaciones y componentes, los de asfalto se toleran algo más que los de cemento pero todos son una molestia, en especial para los vehículos bajitos que deben cruzarlos al pasito y en ángulos de 45 grados para no dejar el mofler, el carter u otras tripas mecánicas en el intento.

También los hay puestos con sentido común y de protección por ejemplo en las proximidades de las salidas de los colegios, en las entradas de las poblaciones, otros para controlar el paso de los vehículos como en los puestos de policía, chequeos de pasajeros y mercancías.

Otros más aviviatos los ponen por su cuenta y riesgo para su provecho comercial como una bomba de gasolina en esa misma ruta sureña que tiene un policía acostado a cada lado de la vía para que los automovilistas al frenar la vean mejor y por ende sea más fácil reponer combustible. Business are business, dirán ellos.

También los hay, y no pocos, puestos de manera ¨medalaganaria¨ e ilegalmente por tutumpotes, turpenes y otras categorías de reyezuelos delante de sus fastuosas moradas creyéndose dueños de las calles donde residen sin que las autoridades municipales -¿Existen?-haga nada por evitarlo.

Y lo peor de todo es que la gran mayoría de los policías acostados de ciudad o carretera o no tienen señalización que advierta del peligro a los conductores o las tienen muy pobremente indicadas y cuyo riesgo se acentúa por las noches con la pobre iluminación vial que padecemos.

Claro que esto tiene una gran ventaja, pues los conductores tienen que aprenderse de memoria dónde están cada uno de ellos, además de los hoyos peligrosos, en qué paraje, en qué lugar, en qué kilómetro, lo cual resulta un sano ejercicio intelectual que sirve para recordar otras muchas cosas de la vida diaria, como que debemos pagar la factura de la luz en tal día, o los colegios de los muchachos que llevan tres meses de atraso. Por eso el dominicano tiene una extraordinario poder de recordación, sin duda uno de los más grandes del universo.

Hablando de los policías acostados les contaré que recién llegado al país fui con unos amigos a Cotuí cuando aún no era la meca del codiciado oro. Íbamos en un antiguo carro Saab de dos cilindros, de esos de color crema amarillenta y que se mezclaba el aceite con la gasolina a la hora de repostar combustible.

Llegando a esa población me dejaron manejar el vehículo unos cuantos kilómetros para que observara su desempeño y maniobrabilidad, al acercarnos al cuartel policial de la entrada me advirtieron ¡Cuidado con el policía acostado! Para mi mala suerte había justamente a un policía sentado en una silla delante de la estación que además estaba recostado un poco hacia atrás pegado a un pared. Todo un policía acostado de verdad, de los de carne, pistola y hueso.

¡Poummm! Ahí mismo pasamos el otro, el policía acostado, a una velocidad normal pero excesiva frente a ese obstáculo, del golpe casi tocamos el techo del Saab con las cabezas y de milagro el vehículo por su robustez no se descuajeringó en mil pedazos, por fortuna nadie salió lastimado y el carro no sufrió desperfecto alguno.

Eso sí, mis compañeros me lo recriminaron muchas veces durante el resto del camino ¡Te dijimos que tuvieras cuidado con el policía acostado! Cómo iba a saber yo recién llegado a esta tierra mágica de cinco dimensiones qué diferencia había entre policía recostado de verdad y el lomo de la carretera, el policía acostado de mentira.

Ese sí fue un aprendizaje lingüístico más y a puro golpe, mi primera experiencia -inolvidable- con los dichosos policías acostados. Después he tenido muchas más como las habrán tenido otros conductores. Pero lo dicho anteriormente mi memoria se ha reforzado increíblemente. A lo malo hay que buscarle el lado bueno ¿no?