El periodismo es uno de los mejores oficios del mundo, ya lo dijo Gabriel García Márquez, pero es también uno de los más poderosos. En su larga red de investigación, redacción, edición y publicación encierra el poder de construir, consolidar o derrotar imperios, no sólo físicos sino también abstractos.

El imperio de la corrupción es uno de los que más se contrapone al poder emancipador que puede tener el periodismo cuando se ejerce de manera correcta. Previendo esto ya hace muchos años que un legado de teóricos sociales y políticos reconocieron y establecieron la labor de contrapoder de la prensa en la defensa de los derechos ciudadanos (cuarto poder) o lo que es su papel de “perro guardián”.

Concepción que encontramos en los gloriosos años previos a la Revolución Francesa en las palabras de Edmund Burke, famoso orador y político anglo-irlandés. También en  una de las enmiendas de la primera constitución de los Estados Unidos cuando sus autores (conocidos como los “Padres Fundadores”)  proclamaron la “libertad de palabra y de prensa” por encima de cualquier  otra ley que pudiese aprobar el Congreso.

Está presente  en las ideas mismas de Thomas Jefferson, quien escribió en una ocasión: “Si se me dejara elegir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en elegir lo segundo”.

Igualmente, estas ideas fueron proclamadas años antes, por  personas como John Milton, poeta y ensayista inglés, quien en su famoso discurso llamado “Areopagítica”, pronunciado ante el Parlamento de Londres en 1644,  hizo una apología de la Libertad de Prensa sin censura.

Más adelante John Stuart Mill, filósofo, político y economista inglés, también  representante de la escuela económica clásica,   se suma a la defensa de la utilidad del periodismo en la defensa de los ciudadanos con la publicación, en  1859,  del  libro “Sobre la libertad”, un análisis acerca de los límites que deben respetar los gobernantes en el ejercicio de su poder sobre los ciudadanos.

La unión de todas esas ideas en tiempo y espacio dan como resultado las cimientes de una de las teorías que, desde mi punto de vista,  describe una de las  funciones más virtuosas del periodismo: la del “perro guardián”. Ésta establece que  los medios de comunicación deben funcionar como protectores de la sociedad y velar por sus intereses, y es por ello que han de permanecer a la expectativa de la gestión pública, de los gobernantes, de los empresarios y de quienes tienen en sus manos la toma de decisiones que afectan a su “amo”: la sociedad.

Sin embargo, cuando se conoce la participación de comunicadores sociales en actos de corrupción como el revelado hace poco por el Grupo de Comunicaciones SIN, relativo a la repartición de  las cabañas del Centro Vacacional Ercilia Pepín, en Jarabacoa, entre personalidades que incluyen periodistas, funcionarios, militares y legisladores, uno se pregunta ¿Cómo es que el mismo perro guardián roba la casa? ¿Cómo el perro, animal tan fiel, ayuda a los ladrones a atentar contra su amo? La respuesta está en una palabra: “corrupción”. En un mundo donde todo se compra y todo se vende la conciencia periodística no es la excepción. ¿Y qué ha de cuidar el perro si el ladrón lo entretiene con carne y le da parte del botín?

Pero ni siquiera los perros vendidos han de restarle méritos a un oficio tan digno como el del periodismo, ideal e importante herramienta de la defensa de los ciudadanos, de las sociedades. ¿Dónde radica la esperanza entonces? La esperanza está los periodistas que durante años han ejercido su profesión con dignidad y, con éxito, se han resistido a vender sus almas. Aquellos que se atreven a no ser parte e inclusive a denunciar a aquellos, malos colegas, que lo hacen.

Hay esperanzas porque en República Dominicana todavía hay periodistas que constituyen bastones de moralidad y ética, además de excelentes ejemplos para la juventud dominicana.

La esperanza también  está en las escuelas de periodismo, en las decenas de jóvenes que se interesan en la comunicación social  no para ser figurines, sino para ser facilitadores y darle voz a quienes no la tienen. Ellos han de formarse, por sí solos, en caso de que la universidad no lo haga, en la ética profesional.

Finalmente y, sobretodo,  la esperanza está los  mismos ciudadanos, en los millones de dominicanos  que cuando políticos y periodistas le fallan,  han de ejercer ellos mismos el rol de guardianes de su patria, de su sociedad y de sus bienes.