El editorial de la revista británica The Lancet, una de las más prestigiosas del mundo en temas de salud y medicina, correspondiente al primero de agosto de 2020, se refiere al mismo tema de mi artículo de la semana pasada, que denominé “el horror de la desinformación”.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha definido la expresión “infodemia” como el exceso de información, a veces cierta y a veces no, que hace difícil a la gente distinguir entre el trigo y la cizaña, entre las fuentes confiables y las mentiras. La OMS ha dicho también que la “infodemia” se ha convertido en una amenaza global a la salud pública y que las tasas de infección van a aumentar si la gente tiene confusión sobre lo que es bueno o malo, sobre las restricciones, los tratamientos probados o no, sobre cómo comportarse. De hecho, la entidad ha organizado reuniones sobre “infodemiología”, es decir, sobre cómo manejar la “infodemia”, consultando a expertos multidisciplinarios, como epidemiólogos, especialistas en salud pública, expertos en matemáticas y ciencias de datos.

Según una la Hoja Informativa No. 5 de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), “en los últimos 30 días se han subido 361 millones de videos en YouTube en las categorías de “COVID-19” y “COVID 19”, y desde que comenzó la pandemia se han publicado cerca de 19,200 artículos en Google Scholar. En el mes de marzo, unos 550 millones de tuiteos incluyeron los términos coronavirus, corona virus, covid19, covid-19, covid_19 o pandemia”.

¿Cómo distinguir la verdad de la mentira en ese mar de información? Sobre todo, si estamos ansiosos de información y, según la misma OPS, recurrimos ávidamente en el internet, habiendo aumentado las búsquedas sobre el tema entre un 50-70% desde que inició la pandemia, siendo esto así en todos los grupos generacionales.

La incertidumbre genera miedo. Y el miedo nos hace propensos a aferrarnos a alguna respuesta, aunque no esté sustentada en evidencias. La opinión de nuestros líderes constituye una voz autorizada. Ante la incertidumbre y la sensación de vulnerabilidad frente un enemigo invisible, queremos creerles y ansiamos que sus decisiones sean las correctas. Por eso los líderes tienen una responsabilidad extraordinaria. Y lo que digan – o escriban en sus redes sociales – será escuchado y seguido por millones de personas.

De hecho, un factor fundamental a la hora de evaluar los resultados de la respuesta a la pandemia es el liderazgo del país en cuestión. Un liderazgo que crea confusión y da crédito a rumores, teorías conspirativas, informaciones sin sustento, no hace más que fomentar el miedo y contribuir a que aumenten las infecciones y las muertes. El mundo de hoy se ha convertido en un lugar muy peligroso, justamente porque algunos de los líderes más importantes son, justamente, quienes contribuyen a la difusión de datos falsos y desinformación.

Estos líderes no operan en el vacío. Tal como indica The Lancet en su editorial de agosto, existe un movimiento político altamente organizado que utiliza técnicas sofisticadas de manejo de datos a través de las redes sociales, para difundir mensajes con informaciones falsas y seudocientíficas. Su objetivo es identificar y alcanzar poblaciones vulnerables que pueden ser manipuladas con la información adecuada – ejemplos de esto han sido las campañas que influyeron en las elecciones norteamericanas que permitieron el ascenso de Trump, el brexit en el Reino Unido, la negación del cambio climático, entre otras.

Los datos sobre los usuarios de redes sociales son los que se utilizan para estas campañas. Un ejemplo del mismo editorial se refiere a un mapeo realizado por Facebook sobre 100 millones de personas que opinaron sobre las vacunas. Fue posible distribuir esas personas en tres grupos con interconexión dinámica, observándose que un pequeño grupo de personas anti-vacunas estaba altamente conectado con la mayoría de indecisos (que conformaban más del 85%), mientras que el grupo abiertamente favorable a las vacunas había sido aislado y, prácticamente, no tenía interacciones con los otros dos. Es decir, los mensajes estaban claramente dirigidos desde el grupo anti-vacunas para cambiar la mentalidad de los indecisos.

Es importante tener en cuenta esta realidad que está sucediendo en el mundo – hay que estar conscientes de ella y ser capaces de resistirla y contrarrestarla.

Un gobierno bien intencionado puede hacer mucho en este sentido. La transparencia y la comunicación son esenciales para ello. Tenemos necesidad de saber y de entender. Quienes dirigen la respuesta a la pandemia no pueden ocultar datos, dar informaciones a medias, criticarse o menospreciarse entre sí. El ejemplo más patético ocurre en los Estados Unidos, donde el presidente critica a sus propios asesores, se lamenta de tener menos popularidad que sus principales autoridades en epidemiología y enfermedades infecciosas, donde presenta mensajes a favor de ciertos tratamientos en contra del parecer de los estudios científicos y de su propia agencia de aprobación de medicamentos. Aunque ese es un caso extremo, hemos visto también en la República Dominicana una falta de coordinación y contradicciones públicas entre varios de los miembros del equipo que coordina la respuesta.

El mundo – y el país — necesitan un liderazgo capaz de transmitir esperanza, honestidad, deseo de servir, que se fundamente en la ciencia, que aplique las políticas mejor sustentadas en la evidencia, que las comunique con habilidad y transparencia, de una manera coordinada, en una misma dirección, apoyándose en la buena voluntad de la ciudadanía que está deseosa de contribuir en la búsqueda del bienestar y la salud de la población.

Esperamos este espíritu en las nuevas autoridades que asumirán el gobierno dominicano el 16 de agosto. Y les deseamos el mayor de los éxitos.