Virtud y razón, pues, son caras de la misma moneda, de donde podría deducirse que gobernar con virtud es lo mismo que gobernar de acuerdo con la razón… y el primer deber del príncipe es la administración de justicia, aunque el segundo sea la protección y defensa de sus Estados (Voltaire, Anti-Maquiavelo,1740, 78).
La exigencia ética para los políticos está de moda, pero nadie quiere meter la mano en la candela para promover esos mismos cambios en las instituciones sociales y civiles, en la renovación del liderazgo, en el ejercicio de las profesiones. Prefieren que se propague el fuego antes que apagarlo. Por eso, saludo la sugerencia de cambio propuesta por el profesor e historiador Antonio Lluberes,sj, en cuanto a que este debe “abarcar a la sociedad civil, los gremios y sindicatos, las iglesias, las organizaciones barriales,… las cuales deben asimilar y querer el cambio que palpita en la sociedad dominicana. Que contribuyan como grupos intermedios y poder ciudadano” (Periódico Camino, 26 de julio, 2020).
Ahora bien, quedémonos con el liderazgo político. Es el mayor responsable de las políticas públicas, y por lo tanto, se les debe exigir el cambio en el comportamiento ético. Durante la campaña electoral y después de las elecciones dominicanas del 5 de julio, el pregón de la ética para limpiar la política se ha multiplicado en redes sociales. Desde el PLD se ha dicho que se hará “una oposición responsable, que habrá una renovación apegada a los principios fundacionales del partido”. Asì, la ética bochista ha sido convocada al escenario político. Multiplicaron su nombre con obras por todas partes, pero no su legado moral. Ojalá sean tiempos de arrepentimiento y conversión con el ejemplo, para reparar parte del daño hecho.
Ciertamente, es muy divertido hablar de ética cuando se ocupa el rol de opositor, pero cuando se llega al poder, se guarda, se engaveta y se vuelve a desempolvar una vez que se pierden las elecciones o estamos en campaña electoral. Sin embargo, en el caso del presidente electo, Luis Abinader, se observa una subjetividad sincera en sus declaraciones en las cuentas de Twitter. Será, según èl, un gobierno apegado “a la ética y a la transparencia”. Con la misma intencionalidad, el designado Secretario Administrativo de la Presidencia, Josè Paliza ha reafirmado el mismo compromiso con un gesto de humildad: “No usaremos la Justicia para proteger a los nuestros ni para perseguir a contrarios”(Periódico el Día, 22 de julio, 2020).
Me pregunto, ¿qué harán con los disidentes, aquellos que se resistan al cambio y empiecen a halar para su lado con sus proyectos presidenciales?
Se requiere comprender, a mi modo de ver, el significado profundo del dilema ético de cada ser humano en la cultura política que lo formó, su personalidad y el ejemplo que recibiò de sus padres. Es una decisión personal en que, en las encrucijadas apremiantes de la vida, decide escoger entre hacer el bien que les corresponde o hacer el mal para el pueblo; ceñirse el cinturón de la honestidad o la vida de lujo a costa de los recursos del pueblo. Necesitamos, por eso, un sistema judicial independiente y responsable, no tutelado por los partidos políticos.
El desafío es enorme cuando el ser social y político se ha olvidado de la ética y se ha dejado seducir por gente que piensa que la política es un mercado donde no hay normas ni leyes que la controlen, ganamos a la buena o con fraude. La distribución desigual de la riqueza y la exclusión social no han dado tregua a la sociedad dominicana.
Parece tener razón Marx cuando afirmaba que la materialidad determinaba la conciencia y no al revés. ¿Qué significa esto en este contexto? Significa que, si el ser social nuestro de la gestión pública se caracteriza por la concepción de que la política es el espacio del enriquecimiento, la corrupción y la impunidad, olvídense de la ética. Terminará, ese ser social, devorando la conciencia de las buenas intenciones individuales, a menos que nuevo liderazgo tenga las suficientes agallas para evitar o corregir esas deformaciones de los males sociales.
Es oportuno recordar que los últimos tres gobiernos que precedieron a Luis Abinader empezaron bien. Se le dio la oportunidad y hasta se colaboró con ellos, pero no había raíces profundas para continuar con una buena gestión. Fue semilla lanzada al camino, vinieron las aves carroñeras y se las llevaron. De igual modo, los deseos continuistas y comportamiento no ético de la vieja política devoraron el espíritu de cambio. Ahí estuvieron las razones de sus fatales desenlaces.
Entonces, en el pueblo, que no es ni tonto ni bobo, se engorda la figura del pesimismo histórico: por más que se luche no lograremos salir del pantano. En el pasado, este pesimismo estuvo encarnado en intelectuales como Gregorio Luperón, Josè Ramón López, Francisco Moscoso Puello, el propio Juan Bosch, entre otros, que no consideraban la viabilidad del Estado de derecho, ni una democracia robusta.
Con amargura, Luperón escribió en su tiempo, al ver el sueño truncado del ideal liberal del partido azul:
Desgraciadamente, los dominicanos son por lo general apasionados hasta la festinación, luchando siempre entre los extremos de la volubilidad y de las ambiciones, que en ninguna parte del mundo han improvisado tanto. Allí consigue la ambición lo que con trabajo en otras partes alcanza el genio. Es de aquí que nace sin duda, la desgracia de los dominicanos. Si fundamento, ni juicio, ni cordura, ni experiencia. Se lanzan los hijos de la República Dominicana, como ráfagas de viento en pos de audaces aventuras, que causan siempre su propia ruina, como si nada le interesara al porvenir. (Luperón, citado por Hoetink,1997,210).
En la actualidad, Adela Cortina (1997), una de las filósofas contemporáneas que más ha escrito de la ética pública, ha planteado muy claramente la necesidad de una “ética de los mínimos”, la cual se concretiza en el respeto a los derechos humanos, a los valores de libertad, igualdad, solidaridad y en una actitud de diálogo posible por la tolerancia del que quiere llegar a entenderse con otro. Aunque sea en el mediano plazo, debe darse ese diálogo que sugiere la filósofa, para que puedan entenderse los diversos sectores con poder de decisión. ¿Con qué propósito? Enfrentar los problemas espinosos de la agenda pública soslayados por los gobiernos anteriores y que debilitan el Estado frente a problemas globales. Mencionaría tres por ahora: el crecimiento irresponsable de la deuda interna y externa, el tema de la inmigración y las relaciones dominico-haitiana.
En lo inmediato, el gobierno debe ser cauteloso con las decisiones económicas y los despidos de personas muy pobres que se quedarán sin empleos, siendo profesionales cualificados. El desempleo fue uno de los principales problemas de los dominicanos, según las encuestas. Bajar o detener el desempleo será crucial. Hay un desencanto en la población juvenil porque ve cómo sus hermanos y vecinos terminan la universidad y no consiguen empleos, sino pertenecen al partido o tienen cuña, como denunció en la campaña el candidato oficialista, Gonzalo Castillo. De eso se cansó la población y dio un voto de castigo.
Que esa sangre nueva, que estará al frente de las instituciones públicas, transite por el sendero de la nueva política, con sus estilos de vida y de administración de los fondos públicos. Que la virtud y la razón sean comportamientos supremos. Que se ponga en jaque mate la separación de la ética de la política y mandar de paseo al Príncipe de Maquiavelo. ¡Necesitamos respirar aire fresco!