El paso de la niñez a la etapa adulta es lo que conocemos como adolescencia y abraca de los 10 a los 21 años aproximadamente. Una etapa que muchas veces se enfoca como problemática y difícil, pero que realmente representa un período crucial de grandes cambios y oportunidades. Padres y educadores a veces olvidamos como fue nuestra adolescencia, como nos sentíamos y como actuábamos. Nos colocamos en una posición en la que somos los que sabemos y nos cerramos, impidiendo esta actitud el poder conectar con su mundo y comprenderlos. 

Hay una gran diferencia entre nuestra generación y la de nuestros jóvenes, pero esto no significa que no podamos abrir el canal y encontrarnos con ellos. Para esto, lo primero a evitar es el escandalizarnos y entrar en negación. Estamos educando en un mundo diferente a aquel en el que fuimos educados muchos de nosotros. Es necesario conocer sus intereses y el mundo real en el que les ha tocado vivir para poder orientarlos. 

Ya no podemos tratarlos como niños, pero tampoco como adultos. El proceso de convertirse en adulto debe darse en un ambiente apropiado en el que se establecen límites sanos, no tan rígidos que impidan el crecimiento y desarrollo de la independencia ni tan flexibles que los expongan a situaciones para las cuales no están listos. Es necesario buscar el equilibrio. 

Muchos padres se resisten a soltar y dejar ir a sus hijos. Educar para la vida implica promover la autonomía y permitir que tomen decisiones y asuman responsabilidad de sus acciones. Esto lo hacemos sabiendo que todavía no se ha desarrollado por completo su corteza prefrontal por lo que tienden a actuar por impulso sin planificar, organizarse y prever las consecuencias de sus acciones.

En la adolescencia se pueden presentar conductas de riesgo, tales como el consumo de sustancias como alcohol u otras sustancias, pornografía o el uso excesivo de pantalla y videojuego. En vez de enfocarnos en dicho consumo, analicemos lo que está sucediendo, sin minimizar ni magnificar la situación. Lo más importante es intentar entrar en su mundo interior para comprenderlos, no para atacarlos ni juzgarlos. Buscar ayuda e intervenir a tiempo facilitará que pueda sobrepasar dichas conductas y evitar mayores problemas. 

Evitemos la lucha de poder al educar al adolescente. Los adultos debemos comprender que ya necesitan su espacio, tienen sus opiniones y posturas. Están definiendo su identidad. El diálogo es nuestro mejor aliado. 

La adolescencia permite a los padres reparar aquello que faltó en la infancia. Podemos fallar una y mil veces. Pedir disculpas no es signo de debilidad y será de gran beneficio para la construcción de una sana relación. 

Algunos factores de protección en esta etapa incluyen hábitos de salud apropiados, la actividad física, las habilidades sociales, una sana autoestima, una conducta sexual responsable y un sistema sólido de valores. Las familias pueden aportar a través de actividades que fomenten la autoimagen, el reconocimiento de los logros, el estímulo de la independencia y la responsabilidad, el respeto, la relación con amigos, el establecimiento de límites y el apoyo de sus metas. 

El cerebro del adolescente tiene la capacidad de cambiar. Nosotros los adultos podemos ofrecerles un ambiente sano y positivo que les permita convertirse en adultos libres y responsables que aporten a una mejor sociedad. 

Les invito a participar el próximo 10 de abril en el panel virtual gratuito “Adolescencia: Etapa de oportunidades” para padres y educadores que deseen comprender mejor esta etapa, acompañar y guiar de forma efectiva a sus hijos y estudiantes. Más información en @didactica.rd