Más de veinticinco años de esfuerzos por mejorar la educación dominicana desde el sector empresarial nos dan el aval para afirmar que el proceso de mejora continua del sistema educativo debe llevarse a cabo simultáneamente en dos esferas: trabajar a nivel de centro educativo, aportando estímulo, conocimientos y recursos para respaldar a los docentes en sus aulas y a la dirección de las escuelas en temas de gestión; y, al mismo tiempo, participar en la formulación de las políticas públicas en educación y velar por su correcto cumplimiento.

Aportar a nivel micro significa involucrarnos con las comunidades educativas donde operamos como empresa, y/o en aquellas que seleccionamos por algún interés especial. Personalmente debemos dedicar tiempo y motivar a nuestros gerentes y empleados a hacer lo mismo en forma voluntaria, así como también asignar recursos para proyectos considerados por la comunidad como prioritarios o programas complementarios a los desarrollados por el Estado. Aunque en ciertas circunstancias el apoyo financiero de la empresa pudiese ser clave, casi siempre el estímulo de recibir la atención de la empresa será determinante para impulsar el círculo virtuoso de la calidad. Pero solo intervenir a nivel micro para mejorar las oportunidades de aprendizaje de un número limitado de estudiantes de nuestro entorno inmediato, es igual a desaprovechar los conocimientos adquiridos en esa experiencia para proyectarlos a nivel macro. Es conformarnos con hacer el bien filantrópico en lugar de contribuir con reformas institucionales que impacten a las futuras generaciones de ciudadanos conscientes.

Desde otro ángulo, pretender aportar a la formulación de las políticas públicas en educación y velar por su correcta aplicación sin la experiencia directa con las escuelas, es poner la carreta delante del caballo. Para incidir a nivel macro, necesitamos conocer la realidad de nuestras instituciones escolares, y descubrir por vivencia propia lo que funciona en el aula y en el centro escolar. Formular políticas educativas teorizando, aún con las mejores intenciones, es altamente peligroso, y podría poner en riesgo a toda una generación.

Si esto pudiera sonar complicado y fuera del alcance de muchas empresas, en la mayoría de nuestros países tenemos organizaciones especializadas en canalizar las inquietudes de los empresarios en estas dos vertientes. Para ser más efectivos con los recursos que podemos invertir en la educación, debemos aprovechar el caudal de conocimientos, experiencia y relaciones que poseen estas ONGs como guía y acompañamiento para encauzar nuestras energías en favor de la educación, en las dos esferas anteriormente descritas.

De hecho, el apoyo a estas instituciones y sus esfuerzos por incidir en las políticas públicas es de las mejores inversiones que podemos hacer: sumando voluntades y recursos que dispersos y aislados carecen de impacto, pero que unidos en una causa común pueden convertirse en un fuerte impulso a la mejora continua de nuestra educación.

Por tanto, además de invertir en programas de responsabilidad social empresarial, debemos fortalecer a las instituciones que articulan las acciones y programas de la comunidad empresarial, en aras de tener un mayor y más duradero cambio sistémico en nuestras instituciones educativas a nivel nacional o regional.

(Artículo publicado originalmente como editorial invitado en mayo 2012  en PRO EDUCACION, boletín informativo del Programa de Alianzas Empresa & Educación en América Latina auspiciado por PREAL y reproducido hoy con motivo de la celebración del 25 aniversario de la fundación de EDUCA))