Hasta que lo vi pasar de nuevo… Hace unos días, mientras conversaba con una amiga volví a escuchar la misma historia. Aquella mujer exitosa e independiente había crecido en un ambiente de violencia intrafamiliar. Un padre violento que constantemente usaba los ataques y denigraciones verbales para dominar en la casa e imponer su poder. Una violencia psicológica que posteriormente se convirtió en física y patrimonial, lacerando la identidad individual de cada uno de los miembros de su familia.

Al escuchar su historia, regresaron los recuerdos de todas las mujeres de escasos recursos que he conocido en todo el país, también con historias traumáticas de violencia. Aquellas mujeres que han sufrido con golpes, machetazos y abusos sexuales de un familiar o de su pareja, muchas veces sin un peso para poder salir corriendo de sus casas. Y mientras aquella amiga fuerte, pero al mismo tiempo sensible me contaba su historia, tan sólo me pregunté cómo podremos lograr que el mismo cuento no se siga repitiendo en todas las esferas de las clases sociales dominicanas. ¿Qué tendremos que hacer para estar en relaciones sanas en donde nuestra identidad no se vaya por el suelo? ¿Qué tendremos que hacer para que la pobreza no esté revestida de mujer, especialmente de madres solteras? ¿Qué tendremos que hacer para que nuestras instituciones entiendan el vínculo tan importante que existe entre detener y prevenir la violencia de género e intrafamiliar con el desarrollo económico de una nación? – Amarnos a nosotras mismas- me respondí, entre indignación y descontento ante todas estas preguntas.

Amarnos a nosotras mismas no significa bajar de peso, ni inyectarnos alguna parte del cuerpo, ni maquillarnos, ni “encaramarnos” en unos tacones. Amarnos a nosotras mismas implica tener la “cachaza” de hacerle caso a nuestra intuición, convertirnos en nuestras propias mejores amigas, especialmente al tener un diálogo interno (en donde muchas veces somos expertas en “echarnos” la culpa), y entender que merecemos relaciones en donde seamos entes activas, no pasivas. Activas para producir, para opinar y reclamar sin tener que ser abofeteadas, si no valoradas.

Es ese amor propio que permite que no toleremos desde un principio una relación que no sea sana, ya sea de pareja, de amistades, o profesional. Ese valor es el que nos lleva a entender que tenemos las capacidades para progresar por nosotras mismas, que merecemos planificar nuestro desarrollo familiar y reclamar protección sexual en la intimidad. Es ese amor propio que nos hará entender que tenemos derecho a ejercer posiciones de liderazgo en donde podamos exigir y facilitar que nuestras instituciones presten atención oportuna al tema de violencia de género e intrafamiliar y que esta no sea permitida ni en las escuelas, ni en el trabajo, ni en el hogar. Ese amor propio es el que hará que en vez de “criar machitos”, formemos caballeros.