La etimología de la palabra inteligencia intus (dentro) + legere (leer) alude a la capacidad leer dentro, de tomar la información y ser capaz de sacarle el máximo significado. Durante muchos años se habló de inteligencia sobre todo en términos académicos. En las últimas décadas del siglo pasado empezó a plantearse la diferenciación entre tipos de inteligencia y, finalmente, un periodista norteamericano especializado en temas científicos, Daniel Goleman, popularizó el término inteligencia emocional para referirse a la capacidad de gestionar las emociones, especialmente en temas de liderazgo.
Concomitantemente se desarrollaban las capacidades de organización de la información de manera electrónica y empezó a acuñarse el término de “inteligencia artificial” porque los patrones, resultados, deducciones e inferencias producidas no salían directamente de cerebros humanos. Sin embargo, aunque mucho más poderosa, esta inteligencia se ha revelado tan sujeta a las mismas problemáticas éticas que la inteligencia “natural”. También, está tan sujeta a sesgos como quienes alimentan sus datos o plantean las preguntas que se resolverán a través de ella. Así como nuestra capacidad de interpretación está influenciada por nuestras experiencias pasadas, los datos emanados del análisis de miles y millones informaciones individuales, imposibles de procesar por un ser humano, se ven afectados por la historia anterior, las bases de datos acumuladas que, como sabemos, favorecieron a ciertos grupos sobre otros. Por ello, la discriminación que todavía existe en calles, procesos de empleo, y, antes que nada, en la mente de la gente, se perpetúa en el reconocimiento facial de las personas, con un mayor nivel de precisión para caras blancas que para cualquier otra raza.
Y así como hace más de setenta años se debatía la utilización de principios de la física para la creación de armas de guerra, hoy día el dilema ético se presenta para un mayor número de usuarios que, además, no dependen de los mismos órdenes nacionales o jurídicos. El uso de la inteligencia artificial se verifica no solo por gobiernos, como fue el caso de la creación de la bomba atómica a partir del pensamiento de humanos, sino también por empresas, como fue el caso de Cambridge Analytica, una empresa basada en Inglaterra y que pudo adquirir informaciones sobre personas en otras jurisdicciones.
Porque es un mundo que estamos empezando a crear entre todos, la Unión Europea ha venido redactando y recibiendo recomendaciones sobre el uso de la inteligencia artificial. Del mismo modo, en los EEUU, desde la página web del Banco de la Reserva Federal, se publicó recientemente un llamado a comentarios sobre las posibles implicaciones de la utilización de la inteligencia artificial y el aprendizaje de los ordenadores (machine learning) en las capacidades de transacción financiera. El asunto no es sencillo y todos estamos interpelados. Al final, la información producida por muchas de nuestras acciones será utilizable y analizable por diferentes organismos. Estamos llamados a convertirnos en actores, no solo en sujetos de este debate. En las próximas entregas estaré refiriéndome a estas recomendaciones. Los comentarios de mis lectores son bienvenidos. Al igual que en el caso de la inteligencia directa, es nuestra utilización de ella lo que nos podrá hacer más prósperos, más eficientes y más satisfechos. El uso de la inteligencia depende de nosotros.