En los últimos treinta años las sociedades occidentales han sufrido unos cambios tremendos que han puesto en sordina los valores fundamentales en que se basaban las democracias avanzadas. Después de la primera y segunda guerras mundiales, se había producido una maduración social que había llevado a las principales fuerzas políticas a intentar crear instituciones políticas pluralistas-democráticas, por un lado, y establecer instituciones sociales que aseguraran a los ciudadanos una plena ciudadanía social, no solo jurídico-formal.

Esto se logró a través de servicios sociales universales, en unos casos o accesibles a aquellos segmentos de la población necesitados de los mismos. Ese fenómeno se denominó por unos el pacto virtuoso o el consenso socialdemócrata, que generalizó en Europa, los llamados Estados de bienestar. Se aseguraba una protección social estatal desde la cuna hasta la tumba a los ciudadanos, basado en un esquema de pleno empleo y de impuestos progresivos.

Nadie ni socialdemócratas, ni socialcristianos o demo-cristianos, ni tampoco los liberales, rechazaban el papel del Estado en la economía. Lo que se rechazaba por todos- exceptuando a los partidos comunistas- era una economía totalmente estatalizada y la sustitución de los mecanismos de los mercados regulados por una planificación estatal centralizada, que tendría como consecuencia el establecimiento de una dictadura.

Todo eso comenzó a cambiar en los años 80 cuando acceden al poder ciertos políticos neoliberales que están dispuestos a cargarse toda la tradición anterior keynesiana, para imponer las ideas utópicas de los mercados no regulados, las privatización total de la economía, la reducción del papel del Estado a su mínima expresión (al menos teóricamente), y hacer girar  la economía y la sociedad por el mecanismo  supuestamente auto regulado de los mercados.

La consecuencia social ha sido que todo se ha querido subordinar a la búsqueda del beneficio material, del lucro, y se ha hecho cada vez más una sociedad más egoísta, con un culto a las privatizaciones, a la acumulación rápida de riqueza, un rechazo a los impuestos, y sin preocupación por  la búsqueda de la igualdad social.

A esos males se agregan, en muchos países en vías de desarrollo, una mezcla de esas ideas en la economía con distorsiones, como la apropiación del Estado por unas minorías muy organizadas que lo utilizan como un medio de acumulación de riquezas personales, y que se mantienen en el poder con el uso de los recursos del Estado.

Para ello utilizan el clientelismo más primitivo, el asistencialismo con fines de compra de votos, varias modalidades de fraude electoral, la mercantilización de los intelectuales y creadores de opinión, para ponerlos al servicio del poder o silenciarlos de una manera u otra, y todo ello se cristaliza en una formidable carencia de institucionalidad. Es el reinado de la arbitrariedad, la discrecionalidad y el autoritarismo.

De manera, que suelen ser democracias de cartón piedra, democracias falsas  o de decorado, pero dictaduras de hecho, con una personalización del poder al estilo o modelo africano, a lo que se agrega la tendencia a "designar"  al sucesor dentro de su propia familia o allegados íntimos e inclusive al margen de sus partidos, aplicando el modelo árabe de quien manda designa a quien le sucede.

En fin, una síntesis política de lo peor de cada "casa": los males de los mercados no regulados o regulados para uso corruptos, la personalización y patrimonialización del poder, el fraude, la abyección de la sociedad, la domesticación y mercantilización del mundo de la cultura y la "inteligencia", y el uso de parte del pueblo, rebajado a populacho (el plebeyismo), como masa de maniobra para sus fines coyunturales. Ese es el cuadro sintético del malestar actual.

El consenso para el Estado del bienestar

Volvamos atrás y veamos como era el mundo que se dejó atrás cuando el neoliberalismo y el consenso de Washington se impusieron como modelo a seguir y como paradigma económico y social, como la alternativa al modelo social europeo basado en el "pacto virtuoso" entre las principales clases  que condujo al consenso socialdemócrata, posterior a la segunda guerra mundial que instauró el Estado del bienestar.

La primera cuestión a destacar es que el  consenso se logró porque las posiciones entre socialistas democráticos o socialdemócratas, socialcristianos o democristianos y liberales no eran tan contrapuestas en cuestiones claves. La oposición antagónica se daba frente a las concepciones del comunismo estalinista y a los partidos de la Tercera Internacional.

El liberalismo de la época no era el neoliberalismo que se impuso políticamente a partir de finales de los 70 con su crítica feroz al keynesianismo y a todo lo que no fuera mercados desregulados y paso a la sociedad civil, léase, a los empresarios privados, cualquier servicio público factible de ser privatizado. Los liberales que se escuchaban, los que tenían la hegemonía del pensamiento de esa corriente, eran partidarios del mercado, pero no tenían ninguna fobia contra el Estado, no eran "Estado-fobos", aunque rechazaban –con razón- el modelo soviético de planificación centralizada, y eran firmes partidarios de la libertad individual contra el totalitarismo estatal.

Berlin y Aron, el liberalismo social

Ejemplos de ese liberalismo son pensadores como Issac Berlin y Raymond Aron. Ningunos de los dos eran opuestos al Estado ni a muchas de las políticas redistributivas, ni mucho menos a la existencia de impuestos progresivos (I. Berlin, Dos conceptos de libertad, 1958 y R. Aron, Democracia y totalitarismo, 1962). Berlin hizo una distinción famosa entre libertad negativa y positiva. La primera responde a la pregunta "¿Cual es el campo al interior del cual un sujeto –individual o colectivo- debe o debería poder hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin injerencia de otro?" O sea, el derecho de cada uno a hacer lo que le parezca sin intromisiones, sin perjudicar a  terceros. La libertad positiva responde a la pregunta: ¿Sobre qué se fundamenta la autoridad que puede obligar a alguien a hacer o ser esto en vez de aquello otro?". Se trata de la consecución de derechos que sólo el Estado puede garantizar.

En cuanto a Aron muchas veces se destaca que fue el intelectual francés que más enérgicamente se opuso a las ideas comunistas sin hacerle ninguna concesión ni flirteo, pero se soslaya que su liberalismo político y social no tiene casi nada que ver con el neoliberalismo que se puso en boga a finales de los años 70 del  siglo  pasado. Aron criticó abiertamente las ideas de Hayek sobre la libertad entendida como ausencia de  constreñimiento y tampoco admitía esa idea de los mercados auto regulados y la del Estado como el mal absoluto, que lleva a concepciones pseudo libertarias anarco-capitalistas y disgregadoras de la comunidad, por sus tendencias ultra individualistas y atomizadoras.

Para Aron esa concepción de Hayek de la libertad simplemente no tiene en cuenta tres ideas que son asociadas a la libertad en el siglo XX, la libertad como participación en el orden político, la libertad como libertad nacional, y la libertad como poder del individuo o de la sociedad para la realización de sus propios fines. Desearía indicar que Aron insiste en cuanto a la libertad nacional en algo que no debe olvidarse, que los ciudadanos pueden que no tengan el sentimiento de ser libres si no pertenecen a "la unidad política de su elección, de su raza, o de su lengua". En contra de Hayek que rechaza las reivindicaciones nacionales.

Pero para lo que nos interesa, en lo que estamos tratando, es la idea de Aron de que un "régimen constitucional-pluralista" favorece la evolución de la economía hacia un "régimen de semi-planificación", hacia un "régimen semi-socialista", que trata de impedir que los mecanismos del mercado no golpeen demasiado brutalmente a tal o cual grupo particular. Estamos, pues,  ante una concepción que tiende a una economía mixta y una concepción política compatible con la socialdemocracia.

El neoliberalismo aplicado

Hay que esperar hasta fines de los 70 y más aún en los años 80, para encontrar una línea o generación conservadora que se opusiera de manera radical al "estatismo" como asfixiante para el desarrollo económico. Los Thatcher, Reagan, Giscard, se atrevieron a romper el consenso de la posguerra.

Fue necesario para ello un gran cambio cultural para que se diera por periclitado en las mayorías la creencia en que el keynesianismo funcionaba bien. Ese cambio de valores lo expresó el lema de Thatcher: "La sociedad no existe, hay solo individuos y familias".

El Gobierno, el Estado, ya no era la solución era el problema. El papel del Estado debía ser mínimo, facilitar a los individuos los medios para obtener sus fines propios. Nada más. Keynes creía que el capitalismo no puede sobrevivir si se limitase a proporcionar a los ricos los medios para hacerse más ricos.

Si bien la escuela de Chicago fue la que proporcionó la teoría económica que se puso de moda, los "padres" espirituales de la misma fueron cinco austríacos: Hayek, Popper, Von Mieses, Schumpeter y Peter Drueker. Para ellos el medio de mantener una sociedad libre era mantener al Estado alejado de la economía.

Cometieron el gran error intelectual de pensar que lo ocurrido en Austria (con el nazismo, aceptado por una gran parte de la población y que condujo al totalitarismo racista y al  estatismo económico), podría repetirse en otros lugares. De ahí su fobia anti estatal, viendo el Estado como el "mal absoluto" que debería reducirse a la mínima expresión para preservar las libertades individuales. El socialista inglés Anthony Crosland escribió: "Nadie con reputación (intelectual) cree en la tesis de Hayek de que cualquier interferencia en los mecanismos del mercado nos abocaría al descenso por la resbaladiza pendiente que conduce al totalitarismo".

Solo cuando el Estado de bienestar comenzó a tener ciertos problemas fue que las ideas de estos austriacos comenzaron a ser tenidas en cuenta. Ideas como ésta: La tributación inhibe el crecimiento y la eficacia, la regulación gubernamental ahoga la iniciativa y el espíritu empresarial, cuanto más pequeño es el Estado, más saludable es la sociedad, y etc. etc. (T. Judt, Algo va mal, 2010).

En realidad Hayek como Keynes consideraban la economía como una "ciencia interpretativa" que no se presta a la predicción y a la precisión. La planificación centralizada de la economía no era factible y si hubieran sido coherentes la conclusión tendría que haber sido que el mercado tampoco es un mecanismo infalible o que funciona sin tropiezos –como se ha demostrado muchas veces y la última en 2008.El mercado eficiente es un mito, pero al menos, no era necesario  implantar una dictadura para imponerlo como fue el caso para imponer la planificación estatal centralizada de tipo soviética.

En EEUU ver el papel del Estado en la economía como algo negativo no tiene un carácter racional es un doctrina de índole teológica. Forma parte de las creencias arraigadas y que se aceptan como "dogmas". La gente cree en ella y punto. Y desde la escuela a los medios de comunicación la misma se difunde convirtiéndose en una especie de creencia, una parte del "credo americano".

Los orates en el poder, que decía Keynes, ¿qué hicieron de las ideas de esos economistas austriacos? Empezaron desmantelando las competencias económicas del Estado, pero no debilitaron el Estado. Al contrario han aumentado sus funciones represivas y las tecnologías para el control de los ciudadanos. Esto lo han hecho Thatcher, Bush, Blair, es decir, instalar cámaras de circuitos cerrados en las calles y edificios, escuchas electrónicas, control de llamadas telefónicas y de móviles, controles de los correos electrónicos, etc. "Han sido las sociedades de mercado anglosajonas, que tanto se vanagloriaban de sus libertades, las que han ido más lejos en estas direcciones orwellianas" (T.Judt).

Las privatizaciones de empresa públicas

El último tercio del siglo XX se caracterizó por el culto a la privatización, el culto al sector privado de la economía. ¿Cuáles eran los beneficios que traía privatizar? Se nos decía y se nos dice aun que en una época de restricciones presupuestarias privatizar permite ahorra dinero público. Se pone fin a una empresa ineficiente. El Estado ingresa dinero, el servicio prestado teóricamente mejora al regirse por el afán de lucro y los inversionistas ganan dinero. Todos salimos beneficiados.

Lo cierto es que la crítica a que las propiedades públicas sólo traen desventajas parece que son indudables, pero ello se debe a lo siguiente: Debido a que se suele invertir en ellas lo mínimo, y se mantienen precios políticos por sus servicios- es decir, por debajo del coste-, es imposible pedirles que, además de ello, den beneficios. Esa es la razón básica que hace que no sean rentables. Aparte de otras deficiencias variables si se utilizan para el clientelismo, el sobredimensionamiento de personal, y la descapitalización para financiar al partido en el gobierno, etc., modo de operar muy típico en ciertos países "en vías de desarrollo".

Por otro lado, las loas a las privatizaciones parten de la suposición  de que con las mismas las empresas en manos privadas se beneficiarían de inversiones a largo plazo y precios eficientes. La práctica ha demostrado el carácter de mito de esta percepción. Allí donde los servicios esenciales  en los que el afán de lucro no tiene un efecto beneficioso, y por ello eran del sector público, con la primacía de la ideología privatizadora se han estado vendiendo o pasando al sector privado, se ha visto que no ha supuesto ninguna ventaja para la sociedad. Al contrario, las privatizaciones han sido ineficientes. La mayoría de los servicios privatizados están dando pérdidas. Y otra vez se solicitan subvenciones o ayudas estatales.

El caso más notorio es en el Reino Unido. Durante el periodo Thatcher la venta a precio de saldo de empresas públicas significó un traspaso o "transferencia neta" de 14.000 millones de libras de esterlinas de los contribuyentes a los accionistas e inversores, otros 3.000 millones se los llevaron los bancos en comisiones, en total unos 30.000 millones pasaron del sector público a manos privadas. Estamos hablando de sumas  que equivalen al PIB de Paraguay o de Bosnia Herzegovina. ¿Puede afirmarse que ese es un uso eficiente de los servicios públicos?

La privatización en el Reino Unido tuvo un débil impacto sobre el crecimiento económico a largo plazo y propició una redistribución regresiva de la riqueza de los contribuyentes y consumidores a los accionistas de las sociedades privatizadas. ¡Ganancia neta, no para los ciudadanos sino para los inversionistas, para los capitalistas! (Para una demostración empírica de cómo las privatizaciones perjudican a los ciudadanos y benefician a un reducido grupo ver la investigación de  Masimo Florio, The Great investiture: Evaluating the Welfare impact of the British privatizations, 1979-1997, MIT Press, 2006 ).

Hay además una concepción de « economía mixta" que es ciertamente deplorable y es aquella que se basa en una empresa privada que tiene que ser apoyada indefinidamente con fondos públicos, mientras los accionistas se embolsan las ganancias, y el Estado disminuye los gastos en otros servicios sociales esenciales.

En Nueva Zelanda después de haber privatizado el servicio de ferrocarriles y transbordadores en los años 90, el Estado ha tenido que volver a pasar al sector público esos servicios en 2008. La cuestión no es sólo económica, sino que tiene que ver con las funciones esenciales del estado social moderno, ya que cuando el Estado entrega sus propiedades a los empresarios se está desentendiendo de sus obligaciones morales, ya que tiene que estar siempre velando por el interés general, el interés público.

Otro aspecto relacionado con las privatizaciones  es la utilización de la subcontratación para desentenderse de la gestión de ciertos servicios antes realizados por agentes públicos (funcionarios o empleados públicos, fijos o contratados temporales). De esa manera el Estado se desentiende de ciertos servicios y de paso permite pingues beneficios a empresas privadas. 

La consecuencia es un impacto negativo sobre el bienestar de los ciudadanos.  Al poner los servicios públicos en manos privadas, al subcontratarlos, al reducirlos a una red de proveedores privados, hemos empezado a desmantelar el tejido del Estado. Estamos cada vez más en el escenario hobbesiano de la guerra de todos contra todos, donde los máximos perdedores son los más débiles económica y socialmente. Una sociedad que tiende hacia el malestar de buena parte de sus miembros.

(Continuará…)