«Es estéril y peligroso creer que uno domina el mundo entero gracias a la Internet, cuando no se tiene la cultura suficiente que permite filtrar la información buena o mala». -Zygmunt Bauman-.
En estos tiempos de fama, exposición pública, y cantidad de views en las diferentes plataformas de la internet, surgen preocupaciones sin aparentes respuestas en una sociedad marcada por los peores estándares en materia de educación. La libertad de hacer y decir, a partir del uso de las redes como medio de difusión masiva del pensamiento y las ideas, ha producido un vacío enorme en la conceptualización de un modelo educativo social y colectivo fundamentado en la continuidad de los valores clásicos de las sociedades.
La web, o como quiera que se denomine, pretendió desde sus inicios brindar al ciudadano común la oportunidad de acceder a un conocimiento exclusivo de los dueños de medios de producción, y encriptado para quienes solo tenemos de recurso al sol y al viento. Lo fue, y muy a pesar de la crisis de valores producto de el uso inadecuado de energúmenos que desvelan en ellas sus falencias intelectuales, sigue aportando al desarrollo integral de aquellos que logramos escaparnos de la purulencia que brotan en ciertos canales YouTube, y demás yerbas aromáticas.
Los detalles podrían no terminar nunca, pero lo cierto es que tenemos que ver con detenimiento el contenido “musical” vertido allí en detrimento de nuestros hijos, y la poca o nula fiscalización de un Estado ausente en lo antedicho, llamado por la Constitución y la ley a priorizar los derechos fundamentales de los niños sobre los de las personas adultas. Prohibiendo de cuajo todo aquello que vulnera la “«Prevalencia de sus derechos ante una situación de conflicto con otros derechos e intereses legítimamente protegidos», Principio V, literal e, Ley 136-03.
La música es una herramienta social transformadora y moldeadora de conductas, provoca mediante la combinación de elementos la instauración de caracteres productores de conciencia. El auge de la mal llamada música urbana, desvirtúa el rol que ésta ha jugado en eventos históricos en la que su rol instructivo, ha dado al traste con luchas cívicas motivadas e inspiradas por el clamor de la trova primaveral de sus letras.
La urgencia de establecer mecanismos para auscultar con intención limitante los materiales audiovisuales colgados en la internet para uso colectivo, como material musical, al que sin filtros acceden nuestros hijos, obedece naturalmente, más que a un capricho, a la necesidad de un órgano dedicado exclusivamente a la extirpación de contenido obsceno, de incitación a la violencia, estimulación al consumo de estupefacientes, abuso a la mujer, y la normalización de las inconductas del que son objeto niños y jóvenes constantemente.
Los exponentes del “género urbano”, eufemismo utilizado para identificar a quienes sin el más mínimo gesto que se acerque a lo cortés, atento y el buen modo, se autodenominan cantantes urbanos, son la mejor expresión de las carencias de un sistema educativo holístico y reformador basado en los principios de la enseñanza integral. Esas debilidades conjugan todos los elementos para que esta sociedad se degrade a una velocidad preocupante y no hacerle frente, produce el evidente deterioro en la formación de hombres y mujeres de valía social.
La ley indica que: «Todo material, revista, publicaciones, videos, ilustraciones, fotografías, lecturas, crónicas, deberán tener una envoltura en la cual se consigne el contenido». En ese sentido y partiendo del contexto en el que el legislador formuló la norma, el Estado debe crear políticas públicas adaptadas a nuestra realidad actual, para evitar la cantidad de información nociva para el desarrollo de nuestros niños y jóvenes y cortar de raíz la enorme cantidad de composiciones que nos llevan de lo urbano a lo asqueroso y a lo vulgar.