Luego de pasar sus ocho horas reglamentarias, sentado sobre un salvavidas de niño que le sirve de cojín, el camarada encargado de poner el sello oficial detiene la actividad al instante que oye la chicharra del toque de salida. El “Obrero del Mes” del Departamento de Agilización de Trámites se para como un resorte, se coloca lentes oscuros y destapa la boquilla del salvavidas, para que los compañeros que le imploran poner un sellito más tengan como respuesta el aire caliente que le acomodó el trasero.
Esta es una de las varias escenas de la comedia cubana “La Muerte de un Burócrata”, que describe el comportamiento de empleados y funcionarios con la responsabilidad de atender, en este caso, servicios públicos. La triste realidad para pueblos como el cubano a los que se les impone el socialismo, es que esa administración burocrática se extiende a la provisión de bienes y servicios de cualquier naturaleza, como consecuencia de eliminar la propiedad privada y el libre intercambio entre hombres libres. Antes, el adulto con pie de niño podía entrar a la tienda de zapatos y elegir, entre los pequeños que le acomoden, aquel cuyo precio se ajuste a su disponibilidad para gastar en ese artículo. Ahora, con los líderes de la revolución a cargo de garantizarle su derecho a estar calzado con dignidad, la película de Gutiérrez Alea muestra que debe llenar personalmente un formulario y esperar, como trato de excepción, que su caso lo reciba y decida el funcionario encargado de los zapatos de niños.
Aclaro que el cineasta cubano no hace comparación entre la burocracia y el mercado a la hora de complacer la demanda por calzados. Eso lo hace magistralmente Mises en “Burocracia”. En el caso de Gutiérrez, su dominio del arte de la cinematografía siembra la duda de sus reales intenciones, En todo caso, eso de por sí es ya una proeza en regímenes punteros en la escala de intolerancia, a la que hasta el mismo Mises hubiese tal vez dado créditos. Ese economista, sin embargo, no secundaría a quienes a su crítica la adornan con la etiqueta de “constructiva”, porque en esencia no hay nada incorrecto en el comportamiento del empleado del DEPATRAM.
El camarada hizo exactamente lo que estaba previsto en la descripción de funciones que le entregaron por escrito sus superiores: pegar en formularios de solicitudes de servicios el sello para dar continuidad al trámite, en un horario establecido, donde se le instruye guardarlo, junto a la almohadilla y la tinta, en gaveta con llave. Prohibido poner un sello más al último de la fila, porque cuando el penúltimo pase al frente pedirá el mismo favor y así tendría que atender a todos. De manera que para evitar que un favor se convierta en privilegio irritante e incompatible con los valores de la revolución, a nadie se atiende cuando el timbre anuncie la salida. Esa es la orden que tiene que cumplir a rajatablas. En lo único que tiene discrecionalidad es en la escena que monte para marcharse. Sacar el aire a su cojín de salvavidas, mientras se abre paso desafiante, va a dejar el mismo número de compañeros para atender mañana que cualquier otra forma más comprensiva y humana.
La administración burocrática es la única forma posible de organizar con exclusividad la oferta gratis de un servicio que no tiene valor económico reflejado en un precio de mercado. No hay escapatoria cuando se trata de poner un sello oficial para trámites de servicio público, ya sea en La Habana o en Miami. Si el actor que fue extra en esa escena tuvo la fortuna de emigrar clandestinamente, o por las pocas e intermitentes vías oficiales, del “Territorio Libre de América” a la “Tierra de los Libres y el Hogar de los Bravos”, encontró similitudes entre su personaje y el oficial de migración que atendió su expediente. En ambos casos, apego a las regulaciones y ejercicio de la discrecionalidad operativa entre límites definidos, pero impactado, de seguro, por la abismal diferencia en la amabilidad. Descubrirá más tarde que en eso contribuye lo siguiente: el empleado del gobierno americano no sale disparado al final de la jornada para ocupar turno en una fila, donde recibirá raciones alimenticias gratis en establecimiento estatal. Del trabajo se marcha como un consumidor que no tendrá tiempo de evaluar todas las opciones que le ofrecen empresarios privados, compitiendo en calidad, precio y conveniencias para atraerlo a sus locales donde el lema es “El cliente tiene la razón”.
Por contar en abundancia con administración privada orientada a la obtención de beneficios en competencia, si el actor llega a conseguir empleo en la burocracia de la patria adoptiva tal vez no añore el relajito del cojín salvavidas. En circunstancias similares, si lo hace en oficina pública de Miami recibirá una amonestación por escrito a su expediente. En el sector privado, sin embargo, el chiste le cuesta el empleo. Además, mientras cocine hamburguesas en lo que llega la oportunidad en una producción, está condenado a quedarse con las ganas de desinflarlo. El comercio tiene un protocolo muy diferente para los clientes cuando se acerca la hora de salida. El local cierra a una hora específica, pero deja entrar a los que están visibles en la puerta y a todos los clientes presentes hay que atender con la misma cortesía que al primero que llegó en la tanda del desayuno. Un gerente o supervisor se esmera en la calidad del servicio y las personas tienen disponibles encuestas para que opinen sobre el trato de los empleados, la calidad de la comida, sus precios y la higiene o limpieza del local.
En 1944, Mises advertía a los americanos sobre el peligro de que esa administración de negocios pasará a ser burocrática, dada la presencia del gobierno en la oferta de bienes y el peso cada vez mayor de la regulación en aspectos claves del funcionamiento de sectores de la industria y servicios. Comentaré en el próximo sobre este tema, pero si no quiere esperar descargue gratis el libro del portal del Ludwig Von Mises Institute en este enlace http://mises.org/Books/bureaucracy.pdf