Acogerse a lo sencillo permite esclarecer complejidades y abrirse caminos transitables a través de malezas retóricas y obstáculos eufemísticos que evitan la salida franca. Por eso, el principal propósito del grupo político enquistado en el poder es confundirnos a través de narrativas complicadas que desdibujan la realidad. Quieren hacernos creer que aquí nada terrible ha pasado, ni está pasando, ni pasará. Para lograrlo, deforman la historia y los hechos.

Se diría, como dicen hoy muchos norteamericanos frente a la estrambótica de Donald Trump, que nadie puede creerle a un  charlatán conocido. Pero resulta ser que Trump dispone de casi un cuarenta por ciento del electorado; y nuestros farsantes, los que pueden volver a gobernarnos, tienen un seguimiento similar. La demagogia de allá y de aquí no tiene miramientos, ni es casual. Es parte de una estrategia. Su principal objetivo es seguir embaucando y mintiendo; de esa manera evitan que se procese el pasado y el presente con objetividad. Es el uso estratégico de la posverdad, dirigido a transformar la realidad.

Aquellos que por imbecilidad, incultura o fanatismo, se tragan y digieren el sancocho de absurdos y falsedades que se viene ofreciendo, caen en la trampa. Otros, siendo inteligentes, necesitan de algún tipo de narrativa para justificarse. Dan la bienvenida a la posverdad porque les calma el remordimiento. Asumir el engaño es la única manera que tienen de continuar siguiendo al líder que les llena los bolsillos y les quita la justicia de encima. No importan las deformaciones: necesitan un libreto para seguir actuando en la comparsa. 

De una gran parte de la población creen que se ocuparán las prebendas, las tarjeticas, la abultada nómina pública, los favores recibidos, y las trampas (dígase lo que se diga, en el momento de votar intentarán trampear el voto. Por lo que leo y escucho a expertos en computación electoral explicando la intervención rusa en las elecciones estadounidenses, no existe la inviolabilidad de los sistemas de votación. Y esa fragilidad es directamente proporcional al grado de civismo, educación, e institucionalidad de cada país. Aun en casos de sacralizar las juntas electorales, otros factores del sufragio pueden facilitar ciertas modalidades de fraude. Pensar que el partido gobernante no va a hacer uso de esas fragilidades es chuparse el dedo gordo del pie).

A las minorías pensantes – las que no están comprometidas, compradas o favorecidas – ninguno de los nauseabundos espectáculos teatrales de los candidatos llega a convencerlas. Pero en una nación donde “la inteligentia” importa poco, eso les tiene sin cuidado. Sin embargo, los más lúcidos tienen que seguir esforzándose en aguarles la fiesta, desenmascararlos, y recordarles que son unos esperpentos de trayectoria delictiva. Tampoco pueden dejar de preguntarse si nuestros principales líderes están locos, son  embusteros de oficio, narcisistas perdidos en la bruma de sus delirios, sociópatas depredadores, o criminales en huida, dispuestos a todo con tal de seguir amparados por el poder. 

Pero dejo las complejidades e intento simplificarme, que “una voz fuerte no puede competir con una voz clara, aunque esta sea un simple murmullo”, sentenció el barrigón de Confucio alguna vez. Termino el chapeo de la maleza sofista y de la basura retórica y me siento tranquilo a razonar con sencillez. Haciéndolo, de inmediato concluyo que, luego de veinte años de gobierno peledeísta, es poco lo que  hemos avanzado.

Seguimos sin agua suficiente, con apagones, sin educación, con epidemias del tercer mundo, carencias hospitalarias, instituciones podridas, penetrados por narcotraficantes, endeudados por generaciones, desbordados por la criminalidad, y gobernados por políticos corruptos que disfrutan de impunidad. Nuestras adolescentes siguen embarazándose, aumenta el número de madres solteras, la pobreza muerde duro, y el empleo sigue sin calidad. El desastre ecológico es patente, y el deterioro de la universidad estatal no se resuelve. Una lista que no se puede borrar ni embadurnar con palabrerías. 

Es el resultado, mondo y lirondo, de cincuenta y cinco años de democracia, y veinte de gobierno peledeista – doce de Leonel y ocho de Danilo. No nos dejemos confundir. Ahí están  los hechos. Lo demás es mentira, promesa de charlatanes, desdoblamiento de iluminados, demagogia para analfabetos, retórica para incondicionales. Pueden inaugurar dos torres Eiffel en Canca la Rana, decretar seiscientas leyes reivindicativas, fabricar ciudades, hospitales, carreteras, visitas sorpresas, nuevayores chiquitos, lo que puedan querer hacer; pero la realidad, “the facts”, son tan contundente que no admiten controversia. De ahí que pueda decir, con la simpleza del Buda, que el discurso de los candidatos del poder es pura bazofia. En lenguaje llano: pura mierda.