Ya no somos un país ilustrado. Como pueblo hemos perdido la pasión por la historia, la cultura y las ciencias políticas. A diferencia de lo que tenemos hoy como país, debemos decir que nuestros padres fundadores eran jóvenes intelectuales que formaban parte de una incipiente clase burguesa que se organizó en torno a la idea de establecer una nación independiente, con identidad propia y con un credo fundacional. No existe país en el mundo que tenga en su bandera la palabra “Dios, Patria y Libertad”, ni escudo que lleve impregnada la Biblia como centro de su insignia. Y es que nuestra nación fue cimentada sobre pilares esencialmente cristianos y matizada por los ideales románticos de un apóstol: Juan Pablo Duarte.
Duarte era un intelectual. Después de su llegada al país, tras haber estudiado en Europa, se dedicó primero a la enseñanza y luego a las actividades por separar a la nación dominicana (aún sin nombre) de la nación de Haití. El Padre de la Patria se dio cuenta, tal como quedó registrado en la primera reunión sostenida con el propósito de fundar la Trinitaria, que no había forma de mantener indemne la ocupación haitiana en territorio nacional. Según sus propias palabras, el ideólogo estaba convencido de que entre dominicanos y haitianos no había fusión posible, que ambos pueblos eran naciones muy distintas y que nuestro destino era ser absolutamente independiente. Parecía haber en Duarte un dejo por lo práctico y una muy avanzada visión de las cosas. También había en el apóstol una estirpe intelectual distinta, un abolengo construido en el extranjero pero con marcadas influencias Románticas.
Se sabe de Duarte que era poeta, profesor, político y militar. Gustaba de tocar instrumentos como la guitarra, la flauta y el piano, y que de vez en cuando practicaba esgrima. Como poeta era fundamentalmente romántico, respetando cuidadosamente las reglas que caracterizan al género en los pocos cuartetos escritos por él y que se han conservado hasta nuestros días. Fue, además, un idealista y un mártir que no solo entregó su vida por ver concretizada la idea de una patria viva e independiente, sino que también la concibió como una nación cristiana y próspera en valores. Aquellos valores, con los que soñara el patricio, hoy no son más que quimeras o historias que forman parte de un pasado casi olvidado.
La realidad social de nuestros días es muy distinta al sueño de país que tuvieron nuestros fundadores. Lo que tenemos como pueblo es una nación en paulatina descomposición que desconoce deliberadamente sus rasgos culturales y sus principios rectores. Pareciera como si la sociedad dominicana llegó al punto dramático de su historia donde cualquier cosa es permitida y los prototipos de virtud deben ser ignorados. Se ha desvirtuado el modelo del bien social y la visión que debemos tener como nación. Hemos importado, sin mayores filtros, todo tipo de vanguardias que se han alzado en los últimos años como los estandartes a imitar para tener un mundo mejor y más justo, pero que son en el fondo caminos que conducen a la perdición.
República Dominicana está siendo víctima de todo cuanto nos plantea la sociedad posmoderna: vivir en el hedonismo, con una actitud desinteresada con respecto a lo social, el rechazo al cumplimiento de las normas tradicionales y una crisis planteada en torno a lo que se arguye como verdad. Este cambio dramático que ha experimentado la Republica Dominicana no se refleja en torno a lo puramente planteado, sino que se expresa a través del comportamiento social e incluso a través de las múltiples manifestaciones artísticas que proyectan un mundo imaginario cargado de desafueros y provocaciones.
Una gran proporción de las canciones que consumen nuestros jóvenes están ligadas a un submundo que promueve a la violencia, la delincuencia y las drogas. Enseñan a través de sus letras que la vida se vive mejor si se está drogado, que la manera de hacerse respetar consiste en recurrir a la violencia y que es exitoso aquel que ha buscado la manera de lucrar el bolsillo sin importar los medios. Esa es la forma que la sociedad de hoy emplea para educar a nuestros niños y adolescentes, ya que otra de las características de la contemporaneidad es la sustitución de la figura paterna o materna por el teléfono y el internet. Ya no sabemos que nos fundamenta como sociedad y cada día que pasa nos acercamos más a un escenario desconcertante que no solo deja mucho que desear, sino que también nos desalienta y nos deja varados en lo estupefacto.