“Debe haberse creído dios, y así se convirtió en lo que era antes de ser: un megalómano mediocre con delirios de omnipotencia, un delirante que creyó que la política podía torcerle el brazo a la de la gravedad” paráfrasis de Gerardo Bongiovanni.
Juan Bosch: intelectual, autodidacta, sociólogo, político y profesor. Dotes que le granjearon la fama y el respeto que ganó a pulso, en una sociedad donde el dinero tiene más valor que la vida significado. Creó, con ese tipo de ilusión que forja a los hombres entre la fragua y el látigo en, 1973, una institución político-partidaria con la que pretendía girar el curso de la historia en favor de los más desposeídos. Cosa que no ha ocurrido, no obstante, sus discípulos en cinco ocasiones ganar las elecciones presidenciales.
De ella emergió, con la voracidad que provoca la fuerza infranqueable de un tsunami, Leonel Fernández Reyna. Un mozalbete de la política que nos planteó la realización del cambio necesario en 1996 con la fórmula del «Nuevo Camino». La vida le fue dando galardones y, de ser un simple instrumento del balaguerismo para detener el ascenso imparable de quien fuera el más grande líder que haya parido esta tierra, pasó a ser el representante por excelencia de las rancias y mezquinas fuerzas conservadoras de la política criolla.
Esa alianza, que tuvo como bautismo el “Frente Patriótico” produjo, al estilo Kafka, una metamorfosis sin parangón en las ideas de Leonel, y sin el más mínimo pudor, con inclinación enfermiza a las mieles que detenta el poder, tiró al zafacón los “bríos de circulista” que había impregnado en él un soñador que nació en La Vega y que recorrió un largo camino pregonando un gobierno justo y democrático, para cobijarse de las peores prácticas a las que accede un hombre cuando pierde la moral y el respeto por las ideas.
Tres ocasiones al timón del barco que rige los destinos de todos no les han sido suficiente, ni a él, ni a su grupo de cohortes, para intentar que este pueblo caiga de nuevo en las garras del político que engendró, en desmedro del Estado Dominicano, el sistema de corrupción administrativa más perfecto que hayamos visto alguna vez. Y que hundió, sin contemplación, las finanzas nacionales para beneficiar un grupo de cuatreros; cuyo único mérito es haber descuartizado nuestros impuestos para beneficio personal.
Contrario a Juan Bosch, este híbrido, olvidó o pretendió olvidar que su otrora maestro, hoy, un conjunto de ilusiones que yace en un rincón de su natal La Vega, prefirió, con el orgullo que adorna a los hombres honrados, no gobernar, a negarse a sí mismo y desechar todo aquello por lo que había luchado en la vida, antes que sucumbir motivado por la tentación que causa al hombre, el llevar a sus bolsillos y repartir lo que no le pertenece.
Leonel, al mando de la mafia con la que gobernó, cooptó la justicia, secuestró el Congreso, y permeó toda norma existente con la única misión de desfalcar el Estado, perpetuarse en el poder y menguar toda posibilidad de alternabilidad en el mando. Justamente, intentando repetir las hazañas electorales de su nuevo guía y mentor, el Dr. Balaguer. Para cumplir un capricho personal y embarcar el país en la peor crisis de valores políticos que hayamos vivido.
Bosch es hoy para muchos, incluso para aquellos que no comulgamos con sus recalcitrantes ideas, un símbolo de la honradez, la moral y el respeto a la institucionalidad. Y es de justos resaltar eso, porque como diría él mismo “Nadie se muere de verdad si queda en el mundo quien respete su memoria”. Pero el otro, es la antítesis de lo que un día soñó, es sinónimo de vergüenza, de robo, corrupción, impunidad. Es todo lo contrario a su otrora mentor y aun así pretende que la gente le dé la oportunidad de atrofiar nueva vez el destino de todos los dominicanos.