Hace exactamente 150 años atrás, el 19 de febrero de 1869, se entrevistaba en Madrid nuestro Eugenio María de Hostos con el afamado general español Francisco Serrano y Domínguez (Duque de la Torre) quien había sido capitán general de Cuba y que ahora, en medio de las cenizas de la Revolución Gloriosa, fungía como presidente provisional del gobierno español.

La audiencia entre el espadón español y el ciudadano de América se daba dentro de una coyuntura histórica y geopolítica muy particular.

Hacía 4 meses que la monarquía española había llegado (temporeramente) a su fin.

Isabel II (la de los tristes destinos), víctima de la ineptitud y corrupción de sus propios gobiernos a la vez que destituida por un golpe de estado militar, se encontraba ahora desterrada en París. 

Aturdida por la expulsión de los Borbones, por la reanudación de las guerras carlistas y por el potente estallido de la guerra de independencia de Cuba (bajo el valeroso liderato de Máximo Gómez y Antonio Maceo), España en aquel momento era zarandeada por violentas ráfagas de cambio.

Puerto Rico, por aquel entonces alborotado por el fugaz paso del Grito de Lares, apenas levantaba cabeza luego del inmisericorde azote del huracán San Narciso que había atravesado la isla el 29 de octubre de 1867 con fuerza comparable a la de María.

Y con la economía en el piso y la bota dictatorial del gobernador español José Laureano Sanz sobre la nuca, se imponía pues la obligación patriótica de sacar la cara por Puerto Rico y exigirle con firmeza al gobierno provisional español de entonces la reparación de los múltiples agravios a los que Puerto Rico era injustamente sometido.

Hostos le habló de frente a Serrano: exigiéndole la abolición inmediata de la esclavitud negra con o sin indemnización, la derogación del Real Decreto de 1825 conforme el cual los gobernadores españoles actuaban aquí como verdaderos déspotas, la extensión a Puerto Rico de los derechos libertarios enumerados en el título 1 de la recién estrenada Constitución de 1869, la devolución del poder sobre los impuestos a la diputación provincial, la apertura de los puertos, la ampliación del sufragio electoral y la liberación de los prisioneros políticos de Lares. 

Era hora de aprovechar la nueva coyuntura que se abría en Madrid para adelantar la tan aletargada, a la vez que impostergable, agenda puertorriqueña.

Al concluir su alocución, Hostos le advirtió al Duque de la Torre: “Nosotros, los antillanos, juzgamos que nuestro problema ha llegado ya a los límites: ser o no ser. Sin embargo, ustedes, la gente del gobierno español, se olvidan siempre de la dignidad de las Antillas.” (Véase Lidio Cruz Monclova, tomo 2, parte 1 a la pág. 9.)

No hubo Hostos terminado de pronunciar sus palabras cuando Serrano se ponía de pie y, de forma abrupta, daba por terminada la reunión, sin siquiera alcanzar a comprender la gravedad de lo que se le planteaba.

¿Y qué pasó?

Nada.

Puerto Rico siguió por la ruta de la inercia y fueron los propios acontecimientos de forma desorganizada y aleatoria los que, en gran medida, dictaron el curso de nuestra historia: el asesinato de Cánovas, la explosión del Maine, el destino manifiesto norteamericano, la segunda guerra mundial, la guerra fría, la revolución cubana, la caída del muro de Berlín, el fin de la 936, el terrorismo islámico, China, la globalización. En fin, hemos andado de espectadores pasivos por el mundo.    

Sepan las generaciones del presente que el general Serrano de entonces es el Donald Trump de hoy. Y que la agenda nuestra de hoy es tan pertinente como la de ayer: la descolonización, la devolución de los poderes sobre todas las variables económicas, el adecentamiento de la vida pública, la democratización de nuestras instituciones. Y todo esto, como le advirtió Hostos al general español Serrano hace 150 años atrás, sobre la base del respeto a la dignidad del pueblo puertorriqueño.