Carlos es uno de los jóvenes más serviciales de la iglesia.  Siempre está presente en cada actividad, ayudando en los trabajos más pesados.  Cargando sillas, limpiando, haciendo pruebas de sonido, organizando la tarima.  Él se ha hecho parte tan esencial de la congregación, que sabes, sin preguntarle, que puedes contar con él.   Cuando falla un micrófono en medio de la prédica, la delgada figura con abundante pelo, pasa en medio del salón a toda velocidad, trayendo la solución.

Un frío día de invierno, los chicos y yo salimos de la iglesia camino a nuestra casa.  Apenas una cuadra, reconocimos en las sombras el peculiar estilo de caminar y la delgada figura, que emergía dentro de un ancho abrigo. ¡Hey Carlitos!  Le gritamos.  ¿A dónde vas?  A comprar algo, respondió esquivo.  Tuvimos que insistir para que nos dijera si estaba dispuesto a que le diéramos un aventón.  No me quedaba en ruta, pero de qué manera iba a dejarlo caminar en aquel frio y a aquella hora?

Desde entonces, cada vez que podíamos, o que él nos lo permitía, llevábamos a Carlitos.  El trayecto que caminaba comprendía por lo menos unas 4 millas.  Y aun así, es el primero en llegar y uno de los últimos en irse.

La siguiente vez que nos tocó transportar a Carlitos, le confesamos nuestro pesar por haberlo perdido aquel día, y sin embargo, gracias a eso, pudimos ayudar a la señora

Al cabo de unos meses, nos tocó mudarnos de casa, con la suerte de vivir a escasa distancia de Carlos.  Le propusimos que nos avisara, nos llamara, nos pasara mensajes de texto y todo lo que pudimos, para irnos juntos.  Pero, es como si él tuviera un punto que probarse a sí mismo.   Sigue siendo esquivo.  En fin, hace unas tres semanas atrás, al término de un ensayo del equipo de adoración, salimos a prisa de la iglesia.  Estaba frio, los chicos y yo estábamos hambrientos y soñolientos.  Íbamos hablando de las tareas que no estaban hechas y lo tarde que era, cuando arrancamos en el carro, sin darnos cuenta de que olvidamos a Carlos.

A más de 5 cuadras de la iglesia, de repente me viene a la mente y pego un frenazo repentino.  Dentro de nuestro carro, se arma un griterío: Olvidamos a Carlos!  Oh no! Dice mi hija.  Yo no lo vi cuando salimos, dice mi hijo.  Y se genera el debate de si nos debemos devolver o no, si el esquivo Carlos decidió, como acostumbra, forzar la situación para tener que irse caminando, o si tuvo la suerte de que otros le llevaran.  En eso, unas manos tocan el cristal.  Era una delgada y madura señora afroamericana.  ¿Son ustedes el transporte que me mandó Dios?  Nos pregunta, provocándonos un estado de auténtica sorpresa.  ¿Cómo dijo? Le pregunté para confirmar lo que habíamos escuchado.   Es que voy tarde para mi trabajo, y esta calle es muy solitaria.  No encuentro taxi o forma de llegar y está tan frio!  Entonces oré pidiéndole a Mi Padre que me mandara a alguien que me pudiera llevar.  ¿Son ustedes?

Sí dije, sin pensar  en las consecuencias.  No sabía quién era aquella mujer, ni hacia dónde iba o si la situación era peligrosa.  Yo sólo sé que había frenado de súbito, frente a donde ella se encontraba, y ella era el “Carlos” a quien nos tocaba ayudar esa noche, no por elección, más por dirección divina.

A dos millas de allí hay un residencial para ancianos.  Es una comunidad cerrada, a la cual sólo entras si comprueban tu destino.  La señora es enfermera e iba para su trabajo nocturno, a cuidar de un anciano.  Ella nos dirigió y usó sus credenciales para darnos acceso.  Manejamos dentro del complejo hasta un edificio, mientras la mujer agradecía a Dios y a nosotros por haber sido los “Ángeles enviados por Su Padre” para que ella llegara a tiempo y a salvo a su trabajo.  Cuando se desmontó, los chicos y yo nos miramos con complicidad.  ¿Ángeles?  ¿Nosotros los que olvidamos a Carlitos e íbamos histéricos en el vehículo?

De allí hasta nuestra casa, era apenas una milla de camino.  El trayecto se consumió en los comentarios y la placentera satisfacción que nos trajera el haber frenado en el lugar justo, a la hora correcta, para sin saberlo, servir de respuesta a la genuina petición de ayuda, que aquella mujer solicitó a su Padre, que también lo es nuestro.

La siguiente vez que nos tocó transportar a Carlitos, le confesamos nuestro pesar por haberlo perdido aquel día, y sin embargo, gracias a eso, pudimos ayudar a la señora.  Al oír la historia, en el rostro de Carlos se dibujó la misma expresión de sorpresa que en nosotros, aquella noche.  He oído decir que los ángeles tienen todo tipo de forma y apariencias.  Sólo un Dios Todopoderoso puede transformar en ángeles a humanos atareados y olvidadizos.

Mateo 25:37 Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?38 ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?39 ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?

40 Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

¡Bendiciones!