“En todas partes se cuecen habas” cuando de política se trata. Pasan las mismas cosas: se sirven con la cuchara grande, hacen y deshacen a su antojo. A fin de cuentas, no respetan nada ni nadie; caminan por la vida pública sin culpas ni arrepentimientos, cebándose en sus víctimas. Igual que fieras selváticas, devoran el patrimonio público dejando restos de carroña para saciar esos buitres y esas moscas que les acompañan. Pero las habas cocidas aquí no son las mismas que en otras latitudes, pues son habichuelas podridas fermentadas en la perversión de la vida pública.
Producto del histórico y peculiar discurso del presidente Medina, abjurando de una nueva reelección, se han electrificado los aspirantes del partido oficial, y han surgido nuevos. Se lanzan a las calles vendiéndose como presidenciables. Si antes prestábamos atención a tres, Danilo, Leonel, y Luis Abinader, ahora son tantos que ni caso les hacemos; pero uno de ellos puede ser candidato. Y en este país, hasta presidente.
En el PLD, esos precandidatos dependen de la decisión de un hombre para salir airosos o hacer el ridículo. Él seleccionará a su conveniencia. Es una maniobra que, en sí, no lleva incorrección. En efecto, ese tipo de escogencias sucede en todas partes. Esa decisiva influencia del líder la podemos constatar aún en países de auténtica institucionalidad. Por eso, al final, no valdrán vallas gigantescas, anuncios pagados, discursos, manifestaciones, apoyos, ni dinero a borbotones, pues el delfín será quien convenga al compañero en jefe.
Nada nuevo, nada distinto, esas habas también se cuecen en otras cocinas de organizaciones políticas por todo occidente. Tampoco es excepcional, en esa dinámica aberrante que mueve al PLD, que la lealtad y la complicidad del elegido sean el requisito fundamental para triunfar en la contienda interna. Ni doctrinas ni pendejadas éticas; mucho menos verdaderos servicios prestados a la nación, tienen significado ahí adentro. Son lo que son: miembros de una banda criminal que va a cumplir dos décadas en el poder, pero sus jefes ni quieren dejarlo ni quieren repartirse el pillaje en paz, ni retirarse.
Lo que es dramático y poco usual en el mundo libre, convirtiéndose en un indicador inequívoco del deterioro cívico nuestro, y que solo se observa en aquellos países regidos por dictaduras o democracias secuestradas, es que esos políticos que hacen filas frente a las puertas de una candidatura, pretendiendo dirigir la nación, no hayan provocado una revuelta mayúscula, un grito de rabia, una objeción contundente. Ni al interno de sus organizaciones, ni en la sociedad en su conjunto.
Podríamos decir, sin exagerar, que con la excepción de uno de los candidatos del PRM, todos llevan encima graves cuestionamientos, acusaciones, negligencias en sus antiguos cargos, sospechas de desfalcos, y – tengamos esto bien presente – ninguno ha podido justificar de forma convincente, ni ante el fisco ni ante la comunidad, su vida económica, mucho menos la procedencia de los fondos que utilizan para esas pre-campañas tan ostentosas que, no nos llamemos a engaño, no se pagan con rifitas de camuflajes ni colectas públicas.
Sean o no culpables, tengan o no sus cuentas en orden, sus impuestos pagos, y justificadas sus fortunas, no han podido demostrarlo ni ante la sociedad ni ante las leyes. Y ese abyecto fenómeno político de no cuestionar, de no enfrentar las malandanzas ni las complicidades, es muy nuestro, muy dominicano, muy de la tragedia moral que vive la vida pública.
Si bien es verdad que las redes sociales se han ocupado de sacarle los trapitos al aire a muchos de los que pretenden ocupar el palacio, algún comentarista, y quizás uno que otro político también lo haya hecho, la crítica es tan endeble que contrasta decepcionantemente con la sospecha de culpa que lleva encima la mayoría de los que aspiran a la presidencia. Pero de igual manera vemos delincuentes para cualquier de los cargos estatales por toda la república. Hay bandidos de todos tipos que finalmente, no tengo dudas, estarán impresos en las boletas. De esa forma, no podremos regenerarnos. Es imposible. Pero el silencio les abre las puertas haciendo posible que vuelvan a gobernarnos.
En la mayoría de los países es obligatorio rendir cuentas, tener hoja de servicio y una conducta ética carente de sospecha. Aquí eso no va y cualquiera va. Ya lo dije, en esta república no se cuecen las mismas habas, cocinamos habichuelas con gorgojos y gusanos, y nos las comemos sin vomitar. Somos distintos, somos peores, más degradados que el resto de las democracias. Hasta el día que podamos demostrar lo contrario, nos espera un proceso electoral con boletas llenas de forajidos. En lugar de parecer documentos de sufragio libres, parecerán listas de “más buscados”, impresas por la policía o la interpol.