De acuerdo a un informe de la Agencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), dado a conocer la pasada semana en Londres, los gobiernos deben incrementar de manera significativa los esfuerzos para reducir al mínimo los efectos negativos provocados por el cambio climático.
Vísperas de la entrada en vigencia del Acuerdo de París, ratificando el compromiso de los distintos países que integran la comunidad internacional, la citada agencia advierte que antes del año 2030, o sea a menos de catorce años de distancia, las emisiones contaminantes del efecto invernadero llegarán a exceder en más de un 25 por ciento los niveles requeridos para mantener el calentamiento del planeta por debajo del 2 por ciento, considerado el límite crucial.
El estudio presentado por los investigadores que avalan y suscriben tan apremiante alerta, aseguran que de sobrepasar la barrera crítica señalada, la temperatura media de la tierra se incrementaría entre 2.9 y 3.4 grados centígrados. Esto así, aún en el caso de que se implementen en su totalidad los términos de compromiso establecidos en el Acuerdo de París suscrito por 195 gobiernos. Más claro: dichos términos pudieran resultar ya insuficientes para conjurar el peligro.
A la luz de este más que urgente, casi angustioso reclamo, que nos llega del brazo de tan sombrío pronóstico en caso de no actuar con la celeridad y amplitud que demanda la gravedad del reto que nos pone por delante el resultado de décadas de indiferencia y explotación cada vez más desmedida e incontrolada de los recursos de la tierra, cobra mucha mayor importancia y urgente la aplicación de enérgicas medidas remediales y de prevención en el plano local.
Han sido reiterados los señalamientos, no siempre acogidos con la atención requerida, que nos recuerda que nuestro país aparece entre los más vulnerables y de mayor riesgo. No solo estamos colocados en el trayecto del sol, como expresó con melancólico acento de prolongado exilio, el inolvidable Pedro Mir. También lo está en el de los huracanes tropicales al tiempo que la parcela insular que ocupamos presenta la cicatriz siempre con riesgo de abrirse de una profunda falla sísmica.
La advertencia sobre las posibles graves consecuencias que para la República Dominicana ofrece el cambio climático, figura de manera expresa en el impactante documental “Una verdad inconveniente”, que sirve de puntal a la campaña que a nivel mundial y a favor de la preservación del medio ambiente mantiene el ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore. En su breve visita a la República Dominicana, años atrás, ofreció una conferencia a la que tuvimos oportunidad de asistir donde reiteró el riesgo con argumentos crudos y convincentes.
Esas mismas previsiones señaladas en distintas oportunidades por distintos científicos y ambientalistas de reconocido prestigio internacional tanto como por expertos nuestros, que también los tenemos, han sido coincidentes en sus pronósticos de que para el año dos mil cincuenta, apenas a distancia de un cuarto de siglo y una nueva generación, el calentamiento del océano provocará que el mar que nos rodea habrá subido lo suficiente para invadir el litoral playero, uno de nuestros principales atractivos turísticos.
No es el único efecto previsto. También afectará la temperatura con veranos mucho más calurosos, alterará el ciclo normal de las estaciones y la producción agrícola. Se pronostica también un incremento de las tormentas tropicales y cambios significativos para peor en la calidad de vida de los pobladores de la Hispaniola. Habría que considerar si a la luz del informe que comentamos, sería necesario revaluar y adelantar el calendario de esos pronósticos.
De ahí que las varias medidas que ha estado anunciando y puesto en vigencia el Ministerio de Recursos Naturales y Medio Ambiente, entiéndase: la prohibición de extraer materiales de construcción de los ríos; del desgüace de embarcaciones en las riberas del Ozama; la tumba de árboles para la fabricación de carbón sobre todo con destino a Haití donde aparece anudada la complicidad de dominicanos y haitianos y el desmonte los sembrados actuales así como la prohibición de seguir cultivando las teirras en la reserva de Valle Nuevo, deben ser saludadas y apoyadas como pasos positivos.
Pero sobre todo, de esperar que al igual que las recientes y reiteradas manifestaciones del Presidente Danilo Medina sobre la preservación de la foresta y las fuentes acuíferas de donde proviene el agua que consumimos, sean el anuncio de una sostenida estrategia de protección ambiental y permanente celo en el correcto aprovechamiento de los recursos naturales, así como expresión de una firme voluntad política por parte del Gobierno Central para llevar adelante la misma.
En ello nos va la vida.