Cuando, en medio de una selva virgen, los arqueólogos descubran las ruinas de Quisqueya, varios siglos después de que la corrupción de sus políticos y la inercia de sus habitantes la hayan destruido, concluirán que en la extinta República Dominicana se practicaba el politeísmo. Así como las solitarias pirámides libraron los secretos de la religión de los aztecas y de los mayas que las construyeron, así los derruidos restos de nuestros moteles – que los arqueólogos identificarán como templos – revelarán la naturaleza de nuestras creencias y nuestros ritos religiosos.
Les sorprenderá que a la salida de cada uno de nuestros pueblos – y de nuestros parajes, caseríos y hasta bateyes –, a la vera de nuestras autopistas, había muchísimos moteles, perdón, templos, al igual que los había a la vera de las calzadas romanas. Y que las deidades a las que estaban destinados – cuyos nombres aparecían inscritos en grandes e iluminados letreros – fueran tantas y de tan diverso origen. Los arqueólogos concluirán que el dominicano fue el pueblo más politeísta de los que han existido: en Quisqueya había más templos que gente.
Los dioses más frecuentes fueron los griegos. Había templos dedicados a a Zeus, su libidinoso jefe, al que no se le escapaba ni una gallina, a pesar de los celos de su esposa Hera; a Eros y a Venus, evidentemente; a Poseidón, el dios del mar – en cuyo honor se instalaron jacuzzis en cada uno de los altares; a Príapo, dios fálico, en vista del hallazgo de viagras, chinitos, pelas, entre otras muchas ofrendas; al Fénix (cuyo templo estaba relacionado con el anterior, pues celebraba la resurrección del pájaro, luego de consumirse en el fuego de la pasión); y a Andrómeda. A pesar de estos templos dedicados a dioses individuales, había otro levantado en honor de la morada de todos, el Olimpus. Curiosamente, la influencia griega trascendía a la religión: Había edificios dedicados a la filosofía: Ethics, por ejemplo, construido seguramente por un discípulo criollo de Platón; o el Gimnasio, en el cual se celebraban juegos olímpicos todos los días, aunque los mismos se limitaban a una sola disciplina.
Otros templos fueron dedicados a los dioses romanos: a Júpiter (el mismo y angurrioso Zeus), y al emperador Calígula (Imperial), que en Roma también era dios. Había además una réplica el Capitolio. Por otro lado, había un templo dedicado al egipcio Dios Horus y al nórdico dios Thor y a su martillo (a los freudianos que tomen nota) Entre las deidades asiáticas fueron venerados Confucio (cariñosamente el Chinito), Mitra (en honor a quien se sacrificaba a sus espaldas un cornudo animal), y Buda (así lo atestiguan quemaduras encontradas en mesitas de noche, tapas de inodoros y jaboneras, producida por varillas de incienso y no por cigarrillos como se pensó en principio…). En cambio, no existían templos dedicados a Alá, acaso porque en Quisqueya era difícil conseguir 70 vírgenes por cada barbudo que explotaba.
Los dominicanos no se limitaban a celebrar religiones formales. También componía su parnaso dioses primitivos: dioses animistas venerados en la lejana Bora Bora, a los que se les ofrecían suculentas comidas listadas en menús; y el sol y la luna. Incluso se veneraban leyendas indoamericanas, como la de el Dorado (Ciudad Dorada) y la fuente de la eterna juventud (La fuente del placer).
Los arqueólogos no podrán resolver un enigma, sin embargo: no haber encontrado ningún templo dedicado a los protagonistas del cristianismo. Y eso a pesar de que fue la religión oficial y de que los hubo bastante calientes: Onán, fundador del onanismo; las hijas de Lot, que ajumaron al su papá para tirárselo; María Magdalena, san Agustín (que le pedía a Dios: “ Dame castidad, pero todavía no”); finalmente, san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús, cuyos éxtasis, dicen, no fueron sino orgasmos. Es cierto que había uno dedicado al Edén, pero al babilonio, no al cristiano.
El único lugar donde encontrarán alguna referencia será en la bandera, donde su libro sagrado está abierto en la página donde se lee “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Los arqueólogos pensarán que “amaos los unos a los otros” hubiera sido un versículo más representativo.