Las agendas presidenciales no son siempre propiedad del mandatario de turno, porque la dignidad que representan trasciende casi siempre su voluntad personal. Se reconoce, sin embargo, que las obligaciones protocolares de quien ejerce tan elevadas funciones, no son una camisa de fuerza a la que deba sentirse obligado en contra de su voluntad, a menos que estén en juego valores fundamentales de la República, como la seguridad nacional y la protección de su Constitución y sus leyes.

La reflexión viene a propósito de la ausencia del presidente Abinader de la cumbre de jefes de Estado del CELAC, celebrada en estos días en México, en la que se revisaron muchos de los acuerdos que le dan vida a ese organismo del que el país es miembro fundador. Si bien se trata de un foro cuyas decisiones no son necesariamente de obligada aplicación, sirve para afianzar las relaciones personales de los mandatarios, un factor de mucha importancia en los propósitos de preservar una buena vecindad hemisférica.

El país estuvo representado en esa cumbre por el presidente del Senado, Eduardo Estrella, mientras Abinader agotaba una agenda política en Nueva York desde el sábado pasado, mientras espera por su turno como orador de pocos minutos ante la asamblea General de Naciones Unidas. Las razones de su ausencia en la cumbre no han sido ofrecidas, pero es innegable que sus contactos políticos en la segunda ciudad más poblada de dominicanos, cuentan más para él que una cita presidencial que apenas es, y ha sido siempre, un foro para decir y escuchar discursos.

De todas maneras, me imagino que el presidente Abinader, de haber asistido, estaría más cerca de su colega Lacalle, de Uruguay, que del dictador cubano, Díaz Canel, cuya confrontación  en la conferencia fue probablemente lo más notable de esa cita.