Precisamente ayer la Iglesia conmemoraba el domingo de ramos y con dicha festividad se da inicios a la semana santa. Desde el viernes dolores se puso fin a la cuaresma y se pasa a conmemorar la semana en que los cristianos celebran la fiesta más importante que es la pascua de resurrección.

Pero resulta que, por primera vez, dejamos la cuaresma y entramos a una cuarentena por el asedio de un virus. Ambos conceptos tienen la misma raíz: cuarenta. Con la cuaresma conmemoramos los cuarenta días y noches que pasó Jesús en el desierto y la cuarentena surge porque el virus que transmitía la peste bubónica se alojaba en el cuerpo por unos 39 días y de ahí que se invitaba a que las personas permanecieran por lo menos cuarenta días aislados.

En cuaresma se hacían los mismos llamados que ahora en la cuarentena, solo que antes no hacíamos caso. Pero lo importante de la cuaresma es la invitación a resucitar con Cristo y en la cuarentena se nos invita a quedarnos en caso para poder disfrutar de esta otra resurrección cuando todo haya pasado.

Cuando todo haya terminado espero que hayamos aprendido la lección. Ha sido doloroso el proceso porque este aprendizaje ha significado el esfuerzo de renunciar a lo que somos, un diablo cojuelo que se dice ser cristiano, pero tolera el gagá y el vudú, debate su fe entre el brujo y el cura, es ávido para el san como sistema de ahorro, feliz con su merengue y bachata y contento cuando aparece el plátano como pan nuestro de cada día.

Pero esto ha sido difícil porque cuando todo haya terminado realmente buscaremos la bachata, el merengue y hasta el dembow para exorcizar la mente del encierro involuntario que nos causó un jodido virus.

Cuando todo haya terminado entenderemos que, aunque el san es un sistema de ahorro, siempre será importante guardar un fondo de emergencia por si acaso, que no se pueden poner todos los huevos en una sola canasta y que no debemos gastar más de lo que ganamos aunque en ocasiones nos entre una "brisita".

Cuando todo haya terminado volveremos la mirada al pasado y recordaremos que ese plátano, pan nuestro de cada día, tenía mejor sabor que el mismo que tiramos a la basura cuando nos sobra la comida y que nos ha hecho ganar la terrible fama de que América Latina es la región que más alimentos desperdicia.

Cuando todo haya terminado entenderemos que el maestro gana un salario de miseria para todo lo que hace con nuestros hijos e hijas que nos han sacado de quicio en este encierro y que el médico hace más de lo que debe sin recibir lo que le corresponde y los gobiernos tendrán que fijar su mirada en lo esencial, que es la gente.

Cuando todo haya terminado volveremos la mirada a la familia más que a la pantalla del celular, nos daremos cuenta que nuestra esposa tenía un lunar en la nariz, que el esposo la barriga creció, o lo grande que están nuestros hijos, cosa que no habíamos notado.

Cuando todo haya terminado una sonrisa gélida se escurrirá por la comisura de nuestros labios, saldremos despavoridos a cambiar el desdén por el abrazo, las lágrimas por sonrisas, aunque se permitirá llorar. Cuando todo haya terminado quizás nos detengamos en el destellante azul del cielo, en el verde esperanza de la naturaleza, en las lóbregas calles de nuestro barrio y naceremos de nuevo.

Pero, para poder hacer todo esto cuando todo haya terminado, debes quedarte en casa, del contrario quizá no disfrutes de la fiesta de palmadas, sonrisas, apretón de manos y reencuentro, te perderás de esta maravillosa fiesta de la vida en que todos estaremos cuando todo haya terminado. Por favor, quédate en casa porque seremos resucitados, cuando todo haya terminado.