Los costos de esta pandemia van a ser brutales, con el agravante de que será una cuenta repartida entre absolutamente todos. Al momento de redacción de estas líneas 184 países habían confirmado la presencia del coronavirus 19 entre sus habitantes. Desde el mes de enero se hizo evidente que, en términos de costos de salud, el esfuerzo iba a ser urgente e intenso y, por ello, se construyeron hospitales en tiempo record, se instalaron carpas y se desbordaron las horas de trabajo del personal de salud. 

Aun así, no ha sido suficiente. A falta de la posibilidad de atender a todos los posibles contagios, se han instaurado medidas de confinamiento.  Los mismos dirigentes que consideraban si implementarlas o no, se preguntaban si el remedio no era peor que la enfermedad (el problema es que una de las consecuencias de la enfermedad es una muerte aparatosa). La Organización Internacional del Trabajo ha estimado las implicaciones en términos laborales y el panorama es espantoso.

Afortunadamente, la pregunta sobre la eficacia del confinamiento ha sido abordada también por Sergio Correia, Stephen Luck y Emil Verner, quienes trabajan respectivamente en el Federal Reserve Bank, Reserve Bank of New York y Massachussetts Institute of Technology. Su conclusión con respecto a la influenza de 1918 le sirvió de título al artículo donde detallan su investigación: “Las pandemias deprimen la economía, la intervención en salud pública no”.    

Los costos serán altos – y a largo plazo – pero en República Dominicana se han registrado muchos ejemplos de compromiso. Además de los 32,000 millones que al final serán pagos por los ciudadanos, ha habido numerosos aportes en metálico y en especie de parte de empresas y ciudadanos.  Además de los que cité la semana pasada, en estos días se han sumado más, un cibermaratón,  lotería, zonas francas, entidades financieras, telefónicas, médicos, fabricantes de bebidas alcohólicas, cacaoteros, cafetaleros y, los afectados más directamente, representantes del sector hotelero.

Entonces, además de atender la salud y la economía, para rentabilizar esta inversión, por el precio que estamos pagando, podríamos considerar adquirir dos o tres aprendizajes.  El primero, la consciencia de que los más frágiles no pueden estar tan frágiles.  Más allá del concepto de justicia, hemos visto que es interés de todos contar con un sistema de salud funcional y universal. El segundo, que el calentamiento global es un producto hecho a mano, o por lo menos, incluye un gran componente de la administración de la energía.  Al reducir drástica y globalmente el consumo de petróleo, nos encontramos frente a un experimento que ni el más radical de los ecologistas pudo haber concebido.  En tres meses la condición de las aguas, de las especies animales y de la emisión de carbono en la atmósfera han ofrecido demostraciones fehacientes de la incidencia humana en el planeta.  El tercero y último lo podrá ver cada cual en su ámbito individual.  Un cambio radical en nuestros patrones de organización del tiempo, el trabajo y el transporte, nos debe aportar conocimientos sobre lo que valoramos y lo que preferiríamos desechar o cambiar a escala personal.