La caída del Muro de Berlín y el “agotamiento” del modelo de sustitución de importaciones con todas sus consecuencias para las estructuras políticas, económicas y sociales en los países latinoamericanos facilitaron el establecimiento del nuevo paradigma del capitalismo triunfante establecido en el decálogo de 1990, mejor conocido como el Consenso de Washington.
Respecto de los cambios políticos corresponde destacar el fin del llamado ‘Estado de bienestar o de compromiso’ y de las democracias sustentadas en acuerdos donde concurrían representaciones políticas que abarcaban un amplio espectro policlasista. El reemplazo político fue el llamado ‘Estado subsidiario’, realizado por regímenes dictatoriales que eliminaron, hasta físicamente, la representación política de los sectores populares. A partir de entonces se construye, reproduce y transmite la nueva ideología que demoniza al Estado, a los partidos políticos y a la política.
Se hace el tránsito desde la “Doctrina de Seguridad Nacional” que se justificaba en la necesidad de combatiral enemigo interno hacia los acuerdos de las élites que ante la conflictividad potencial que conlleva toda acción política o de reivindicación social, consiguieron “la reducción del potencial democratizante de los movimientos sociales.”, como condición para las democracias restringidas y se acuña la nueva panacea conceptual: la sociedad civil.
Las reformas económicas provocarán el traspaso desde el Estado de la propiedad de bienes públicos al sector privado, que incluyó la privatización de la salud y la educación, transformando en servicios los derechos que la comunidad política debe asegurar. Las actividades industriales que contenían a los sectores obreros dan paso a un modelo que se basa en la extracción de recursos naturales –minería, agricultura orientada a los mercados externos, explotación forestal, pesca- y a condiciones de trabajo precarias, donde este tipo de trabajo no es sólo una consecuencia, es una condición.
En cuanto a los cambios sociales se caracterizan por un cambio radical en la estructura de clases y en la representación y contenidos de las reivindicaciones de los sectores sociales subalternos.
Al trabajo que aseguraba el antiguo “Estado de Compromiso’ –con derechos a la salud, el retiro y la estabilidad- lo sucedió el empleo precario y la súplica por “empleos formales”. La vieja lucha por el fin de la ‘explotación’ y la justicia social se observa como una reliquia ante la lucha contra la pobreza. Los derechos económicos, sociales y políticos dieron paso a la quimera de la ‘sociedad de oportunidades’.
Es también fácilmente identificable el surgimiento de un conjunto de ideas que soportan el nuevo modelo: la ideología neoliberal. Sólo interesa aquí destacar algunos conceptos cuyo uso, muchas veces ignorando el contexto, inevitablemente nos llevan a recordar aquello de la ideología como ‘falsa conciencia de la realidad’.
Ya anotamos ‘sociedad de oportunidades’. Agreguemos: descentralización, esa idea estrella del OMGeismo que permitió fraccionar, con apoyo de los “progresistas”, grandes empresas públicas para su posterior venta a empresarios casi siempre extranjeros (el agua y los servicios sanitarios son un buen ejemplo). Además con Estados tan débiles, ¿qué se podría descentralizar? ¿Capacidades? No hay muchas. ¿Recursos? se asignan con mucho mejor ‘rédito’ político en las visitas sorpresa.
Otra joya neoliberal es la ideología del municipalismo, la cual empezamos a ver en retirada por quienes fueron sus grandes promotores (averigue qué está pasando en España con las mancomunidades). Y por estos lados es difícil arrebatarles a los municipios su calidad de último eslabón de la cadena estatal del clientelismo, del patrimonialismo y de la corrupción.
La focalizaciónpara terminar con la pobreza es sin duda, una de las adquisiciones conceptuales menos valoradas, seguramente porque no ha mostrado resultados positivos en ninguna parte. Las políticas universales siguen siendo la única alternativa de conversar en serio sobre las consecuenciasdel sistema en los sectores sociales más desprotegidos y cuyos derechos no son reconocidos.
La inclusión, sin duda merece casi una oración. Es el concepto más socorrido durante las campañas electorales en las que se ofrece “cambiar el sistema”. De ahí la primera duda:¿incluir dónde? ¿a quién?¿en cuál sistema?¿en este o en el que ofrecen para después?
Lademocracia participativa, es lo último que vamos a comentar y no es casual. Es el cazabobos por excelencia. Cuando se quiere definir tal cosacon seguridad, se debe ser consultor y pasear por la Atenas del siglo V A.C. El placer que genera la posibilidad de que con un próximo proyecto se puedan realizar experiencias de democracia participativa, hace olvidar que en Atenas, por ejemplo, no se reconocían los derechos de las mujeres, pero no importa porque ahora tampoco. Nadie ha podido describir la democracia participativa.Quizás Giovani Sartori que acabó con ella. Mientras se pide esta etérea construcción, se vota por ninguno. Mientras se critica, con razón, a la democracia ‘representativa’, nadie se ocupa de mejorarla, dejándole la política a los “malos”, cuando de lo que se trata es de recuperarla.
La reflexión que cabe al final, sobre todo después de hablar de democracia, es si acaso no habremos descuidado la “conceptualización”, la teoría,las ideas y consecuentemente la práctica, para enfrentar los problemas de este tiempo: Estado de Derecho y democracia.
Llegado a este punto, no puedo evitar recordar al ‘Negro’ de la Fuente cuando se despachó en la academia Wok que: “De lo que se trata, es de conseguir el mejor Estado posible.”