El conocido filósofo dominicano Leonardo Díaz publicó ayer en este diario digital Acento un artículo titulado Rumor y vacuna que en circunstancias menos trágicas como las que actualmente vive el mundo, al ser diezmado por una pandemia, pues sería improbable que un filósofo, cuyo oficio máximo es reflexionar sobre los grandes problemas humanos y sobre los desafíos de la cultura, así como orientar y alertar a la sociedad acerca de las irrupciones de fobias y vicios que la menoscaban y hasta desintegran, dedicara energía intelectual y tiempo para atender rumores. En dicho artículo, su autor muestra su preocupación ante los persistentes rumores contra la aceptación de la vacuna anticoronavirus que ruedan haciendo sus propios y lisos senderos entre los ciudadanos más proclives a darles credibilidad.
A nadie debería parecerle extraño, a pesar de la insensatez que la circunda, que en nuestro país miles de personas atizadas por los conocidos moduladores de opinión difundan rumores exagerados y generalmente falsos, pero que generan preocupación o angustia social frente a la campaña de vacunación masiva patrocinada por el Estado como freno a la expansión de la covid-19, porque somos un pueblo con experiencia probada en la difusión del pestilente chisme político. De ahí, que si hoy nos ahogan como si fuera una voluminosa inundación rumores sobre los espectaculares supuestos peligros que lleva en sí vacunarse, dicha acción no es más que la confirmación de que muchísima gente se ha vuelto experta en hacer la extrapolación del chisme político al ámbito del rumor falso contra una medida sanitaria de prevención de un mal infectocontagioso. Y todo eso es posible porque la población general es arropada por el sesgo de la disponibilidad.
Los “rumoristas” dominicanos aprendieron de la ancha bandeja del chisme político, que era posible tentar a la población menos informada con la misma ‘disponibilidad’ de la bandeja del rumor falso. Es decir, si un falso rumor está amplia y fácilmente ‘disponible’ para que todo el mundo lo acepte como cierto, o posiblemente cierto, pues solo basta con que los medios de comunicación regulares lo tomen como sujeto de mención o de comentario para que la geografía del rumor se expanda a una velocidad mayor que la del sonido en el aire o a través de los cuerpos sólidos.
La mente humana tiene dos grandes limitaciones: 1) poco tiempo después que cambiamos algunas ideas o creencias que defendíamos con firmeza, se nos hace muy difícil recordar cuáles eran aquellas creencias que antes defendíamos con filo de cuchillo; y 2) cuando por largo tiempo asociamos un objeto, por ejemplo, el colador que usamos para colar el jugo de naranja casero, o un órgano cualquiera de nuestro cuerpo, sería muy raro que pensáramos que tal vez ese mismo objeto u órgano anatómico sirva para realizar otra función distinta a la que por años nos ha servido. Sin embargo, el colador del jugo de naranja también puede colar la harina de maíz separando los granos gruesos de los más finos. Y con respecto a alguna otra función que pueda hacer un órgano de nuestro cuerpo distinta a la que todos vemos, recuerde los chistosos versos que escribiera el poeta alemán Christian Grabbe (1801-1836): Con lo que le sirve para mear, / el hombre puede a otros crear.
Sin embargo, para el chisme personalizado, social o político y el falso rumor, la mente humana dispone con largueza de capacidad estructural y funcional. Mucha gente llega a creer que el falso rumor o el chisme es tan verdadero como la validez de un hecho ya verificado o constatado porque es común que uno tenga la ilusión de que el chisme que inventamos o el rumor que elaboramos es una especie de “premonición” que hemos tenido.
Si surgiese, por ejemplo, el chisme político de que el ministro de la Presidencia tiene un par de bellísimas amantes, pues en cuestión de minutos ese chisme político alguien lo saca de los linderos del albañal de la política y lo convierten en un rumor falso a fin de que no solo redes sociales sino los medios normales de información pública y empleados públicos, los centros de estudios, empresas, canales de televisión que transmiten desde aquí hacia EE.UU, los programas interactivos de radio retransmitidos por los carros de concho y de guaguas públicas y los seguidores de los partidos políticos, se dediquen a difundir ese falso o mentiroso rumor. Lo que estoy diciendo es que los expertos en rumores falsos descubrieron lo fácil que es cambiarle el vestido a cualquier chisme político por uno de rumor falso y así alcanzar una mayor difusión, aunque sea a cambio de crear un exceso de angustia en una población ingenua que podría llegar al colmo de “presentir” que algo malo le puede pasar si se vacuna contra la covid con cualquiera de los biológicos disponibles actualmente.
Mediante el llamado teorema del reverendo Thomas Bayes (1763), el gran matemático inglés, se puede probar que en el mundo mueren personas por accidente de tránsito y por diabetes en una proporción de 4:1, sin embargo, bastó que en 1988 dos diarios publicaran el rumor de que por cada muerte por diabetes mueren 300 por accidentes de tránsito para que la gente repita el mismo dato falso continuamente.
En Psicología cognitiva decimos que aunque parezca un contrasentido, pero la mente humana con frecuencia resiste cambiar una creencia falsa aun ante una contundente evidencia.
¿Pero por qué con relativa frecuencia nuestras mentes se aferran a una falsa creencia o a un rumor falso? Pues, a mi modo de ver, eso ocurre porque nuestras mentes no solo utilizan atajos para derivar razonamientos y a menudo conductas, sino que también utiliza códigos y subcódigos. Y entre los muchos subcódigos hay uno que he dado en llamar “mecanismo de diferenciación denotativa y connotativa unido a la cultura”. Explico esto echando mano a una elegante imagen popularizada por el gran escritor italiano Umberto Eco durante una conferencia en 1974. Ejemplo: Si un dominicano y un miembro de la tribu amazónica “jra” ven una tarántula, ambos ven el mismo arácnido, pero mientras el dominicano piensa en si su mordedura duele y mata, el nativo miembro de la tribu solo piensa en lo sabrosa que es la blanca y jugosa carne de su panza y el vigor sexual que le proporcionará comerse el hígado del pobre animalito una vez asado o como parte de una energética sopa.
De igual manera, cuando una persona invulnerable y otra bastante sensible a los rumores falsos escucha el rumor sin fundamento de que vacunarse contra la covid conlleva un enorme riesgo de enfermar, pues al primero el subcódigo del “mecanismo de diferenciación denotativa y connotativa unido a la cultura” lo previene y piensa que el rumor no cuenta con evidencia, pero el segundo en vez de reclamar alguna evidencia, su mente toma el subcódigo menos complejo: el de la frase “a los científicos nadie los entiende, por eso es mejor creer lo que la gente anda diciendo, que la vacuna te puede matar”. Por suerte, para prevenirnos contra el tope irracional de semejante juicio, contamos con la orientación de los filósofos.