Hay quienes nacen con casos extremos de inteligencia. Sucede en uno de cada muchos miles -y a veces millones- de personas y esto es así porque lo quiere la naturaleza en una caprichosa lotería genética. Si estos seres privilegiados tienen un cociente intelectual  ( CI ) de más de 140 ó 150 puntos, y al nacer agarran  una probeta en lugar de un biberón o crecen con el ojo pegado en el microscopio en lugar de jugar pelota o con muñecas, entonces lo más probable es que sean científicos o científicas.

Se ha estimado por métodos modernos, por sus obras y trayectoria de vida, que el más destacado fue Newton con un CI de 190, seguido por Galileo con 185,  Leonardo da Vinci, alcanzó los 180 puntos. Einstein  ¨ apenas ¨ llegaba a160. Si las personas nacen con esos mismos niveles de intelecto pero al llegar al mundo son gritones, observan la realidad con mirada desafiante, si agarran cualquier papel o libro en vez de la papilla, con intención de comérselo, entonces los llamaremos intelectuales.

Son los, y las, que escriben, piensan, filosofan….  el escritor alemán Goethe destaca con un monstruoso CI de 210 puntos, el francés Voltaire alcanzaría 190 y el filósofo Descartes 180. Científicos e intelectuales son los mismos superdotados pero con diferentes collares que han elegido caminos distintos, y por lo tanto poseen  personalidades opuestas.

A los sabios, trabajadores, pacientes, incansables, con justa fama de despistados  – no en vano Einstein tenía que llamar a sus amigos para que le indicaran la dirección donde vivía – les encanta meterse en costosísimos y sofisticados laboratorios para investigar y descubrir cosas raras e importantes, como la penicilina, las vacunas, el teléfono, el rayo laser y miles de inventos que tanto bienestar nos han aportado, aunque a veces las aplican en fatídicas bombas atómicas.

Los intelectuales tienen sus propios laboratorios en las tertulias y viejos cafés (como nuestro curioso Palacio de la Esquizofrenia, tan mencionado en los escritos de Pedro Conde), son animales noctámbulos y discutidores, peleones entre sí, criticones, buenos bebedores y bastante mujeriegos – y hombreriegas  también – en general.

¿Qué aportan estos personajes de frívola y desordenada apariencia? Pues nada menos que ideas, ideas que generan y hacen avanzar el pensamiento como máxima expresión diferencial del ser humano. Que se proponga y se logre una cucharada más de democracia, o una onza extra de tolerancia, equivale a los inventos de la electricidad o aviación.  Unos, con integrales y valencias en la mente, y los otros con las letras en las manos, son motores del universo.

¿Los demás? hacemos lo poco o mucho que podemos como necesarios obreros en la colmena de la creación. ¿Por qué no todos somos así de bendecidos?, Dios sabe bien lo que hace, pues si cada uno de nosotros tuviéramos tanta inteligencia, el planeta sería de un pedante, competitivo y aburrido que no se podría vivir en él con tantos sabios juntos.