No hay que ser un “corazón sangrante” para condolerse de las penurias de los demás. Si estas son lacerantes y las sufren los envejecientes, quien no se conduela tendría un putrefacto cactus de corazón. Esos corazones, de todos modos, pueden irse al carajo si no están de acuerdo con que se vaya en auxilio de los viejitos que, a duras penas, trajinan día a día por las calles de Santo Domingo empujando una carretilla o pedaleando un triciclo. Al igual que se ha hecho con otros desheredados de la fortuna, el Estado debe ir en su auxilio para aligerarle su pesada carga.
Si por solidaridad entendemos la suma de la generosidad y la empatía, hacer tal cosa es un requisito mínimo de solidaridad social. En términos generales, los envejecientes merecen ser tratados con una consideración especial por la sociedad, si solo porque sus facultades han menguado y sus eclipsadas capacidades les restan fuerzas para confrontar los desafíos de la supervivencia. Si a ello añadimos el sambenito de trabajar como cuentapropistas para ganarse el sustento diario, entonces ir en su auxilio es un deber sagrado. Son veteranos de la vida que merecen que sus años dorados sean menos onerosos.
En su discurso el pasado 27 de febrero, el presidente Medina lo dijo: “Igual que atendemos a nuestros hijos en edad escolar, también es nuestra obligación atender a nuestros adultos mayores. Porque no hay mayor tranquilidad que saber que podemos contar con una vejez digna y con un Estado presente, que nos ayuda a lo largo de toda la vida. Esta es una tarea a la que está plenamente entregado el Consejo Nacional de la Persona Envejeciente (CONAPE): ofreciendo servicios de salud, proyectos de inclusión social y servicios legales, entre muchas otras iniciativas, a más de 220,000 adultos mayores. Sin embargo, nuestro objetivo es seguir ampliando derechos, por eso este año estaremos entregando por primera vez las pensiones solidarias, tal como está previsto en la ley de Seguridad Social, con una inversión inicial de más de 500 millones de pesos.”
Esas “pensiones solidarias”, sin embargo, no alcanzan a los carretilleros y tricicleros mencionados. El CONAPE tampoco acude en auxilio de ancianos que deambulan en las calles tratando de ganarse el sustento por sí solos. La entidad tiene un servicio especial para facilitar el empleo de “adultos mayores activos y productivos” por parte de las empresas interesadas. Pero esa intervención es pasiva en tanto no reclutan a las empresas, sino que solo responden, a través de un servicio en línea, a peticiones de personal iniciadas por ellas. El CONAPE se concentra más en regentear 36 asilos o hogares de ancianos en todo el territorio nacional.
Los ancianos carretilleros y tricicleros son muy singulares. Porque optan por faenar diariamente, se puede asumir que no tienen familiares jóvenes que pudieran acolcharle su vejez y hacer su trajinar innecesario. Pero también es posible que, aun teniendo esos familiares, se encuentren desarraigados por otras razones. No es raro, por ejemplo, que algunos ancianos centren su valor personal en arreglárselas solos y depender de sí mismos. Pero independientemente de las motivaciones que los lleven a tener que soportar el cruel tormento de su ocupación callejera, lo cierto es que necesitan ayuda. El estado auxilia a una gran variedad de gente con donaciones y prestamos, por lo cual no seria irrazonable pedirle que también a estos vulnerables y venerables ciudadanos les preste su cooperación.
No convendria ofrecerles tal protección que le haga innecesario trabajar. Para muchos de ellos que están acostumbrados a hacerlo, un auxilio de esa naturaleza seria contraproducente. Lo mas sensato, entonces, sería hacer más fácil su trabajo reduciendo sustancialmente el esfuerzo físico que tienen que desplegar para empujar sus carretillas o triciclos. Solo con eso se lograría hacer más llevadera su existencia. Si el estado ha ido en auxilio de choferes del transporte público facilitándole la adquisición de nuevas unidades de trabajo, también debe ser posible hacer lo mismo con unos 500 ancianos que se dispersan trabajando por las calles de Santo Domingo, Santiago y otras ciudades del interior.
Hay que declararle la guerra a la indolencia y la solución más práctica es motorizar el triciclo o la carretilla. No se trataría de dotarlos de una camioneta o algo por el estilo, sino de proveerles un vehículo similar al que hoy tienen, pero motorizado (ver grafica). Tal vehículo deberá llenar algunos requisitos claves: que sea fácil de manejar, que le permita al conductor vigilar su carga, que le guarezca del sol, que el compartimiento de carga sea ligero (para evitar cargas peligrosas y demasiado pesadas) y que ofrezca seguridad contra embestidas. No puede ser demasiado lujoso porque incentivarían el asalto o la venta del vehículo por parte de sus propietarios.
Como un reconocimiento del más alto nivel a la dignidad del trabajo, similar al que le hacen a maestros y otros destacados ciudadanos, el Ministerio de la Presidencia debe asumir el proyecto. Existen numerosos vehículos alternativos de muy bajo costo fabricados en China o la India que pueden cumplir con el propósito. (En vista de los precios de esos vehículos, el monto total no pasaría del millón de dólares para el proyecto completo.) Una vez se hayan importado, CONAPE podría encargarse de identificar a los que califiquen en cada ciudad y asegurar el entrenamiento debido. Mas adelante se decidiría si los beneficiarios deben pagar algo aunque reciban un bono similar al que da el Estado para algunos proyectos de viviendas.
El grado de civilización de una sociedad se mide por la calidad del cuidado que reciban los ancianos y los niños. Y como en algunas calles del Distrito Nacional han aparecido gigantes afiches que advierten que el maltrato de perros y gatos es un delito, tenemos que admitir que, en relación con el actual desamparo de los carretilleros y tricicleros, somos culpables de un delito social. Dada la grandeza moral de su ejemplo, Juan Pablo Duarte se sentiría orgulloso de que subsanáramos eso y emprendiéramos el proyecto aquí sugerido. El sol debe salir para todos.