Hoy día el fetichismo se impone. Esa noción bajo la cual se le atribuye un poder sobrenatural a ciertos objetos se ha volcado con creces hacia la tecnología y todo lo que tiene que ver con ella.
Desde el boom de las redes sociales como Facebook, Skype y Twitter hasta el de aparatos como computadoras portátiles, celulares Blackberry e Iphone, hasta los Notebook, pareciera que la humanidad se sumerge en una fiebre tecnológica colectiva.
Estar "conectado" es la onda, es ya una necesidad de primerísimo orden, y tal como dice Jeremy Rifkin, autor de La era del acceso (Paidós, 2000) y presidente de la Fundación sobre Tendencias Económicas, con sede en Washington DC, en su artículo:" La vida a la velocidad de la luz. ¿Estamos mejor?" es como si la máxima de Descartes "pienso, luego existo" se sustituyó por otra nueva: "Estoy conectado, luego existo".
Lo curioso es que los mercadologos de este nuevo modelo de sociedad, llamado de la Información y cuyo concepto se relaciona con la innovación tecnológica, dan a entender que producto de esta "conexión" el cuento de la humanidad tendrá por fin un final feliz.
Tal cual como sucedió en siglos pasados un modelo económico y social se nos vende como una panacea. Antes fue la Sociedad Industrial, la cual se extendió con la promesa de avances y mejorías para todos. Hoy le toca a la tecnológica y así como sucedió con otros tantos modelos, la tendencia indica que si este está resolviendo algún problema es el de quienes lo producen y lo comercializan porque en la misma proporción que crece la "fiebre tecnológica" aumentan las riquezas de sus proveedores.
Nueva vez se nos tienta a ver la tecnología como un fin y no como un instrumento, conllevando esto que la sobredimensionemos y que la creamos capaz por sí sola de resolver los grandes males mundiales y el conjunto de desigualdades sociales, económicas, políticas y culturales.
Nos sumergimos en una burbuja tecnológica y olvidamos que para que la totalidad de la humanidad, y no el aventajado grupito de siempre, pueda percibir mejoras en función de la tecnología, ha de ser necesario librar primero una revolución social porque sin revolución social es muy difícil que se produzca una revolución tecnológica porque, independientemente de que algunas herramientas tecnológicas puedan usarse con fines sociales, el gran acceso y uso de la tecnología está basado en el mismo sistema de exclusión social que tiene a la mayoría de los humanos sumergidos en un estado de empobrecimiento y muchas veces enajenamiento.
Podemos intentar ir a la génesis del problema e incluso hacer un juego de palabras y preguntarnos: ¿Qué fue primero? ¿La brecha social o la brecha digital? O ¿Acaso no es la brecha digital una consecuencia más de la brecha social?
Sobre esto es interesante ver como Sally Burch, en su libro BURCH: Sociedad de la información y sociedad del conocimiento (Mexico: Ediciones C&F, 2005), explica como en la parte política e ideológica el concepto de Sociedad de la Información ha estado vinculado a un modelo económico y social de globalización neoliberal, "cuya principal meta ha sido acelerar la instauración de un mercado mundial abierto" y "autoregulado", cuyo resultado es "la escandalosa profundización de las brechas entre ricos y pobres en el mundo".
Entendiendo esto será fácil determinar que uno de los retos más importantes de la Sociedad de la información, y de la tecnología como tal, es conseguir eliminar la brecha digital. En las infraestructuras (disponibilidad de equipos y redes), en la alfabetización (saber usar las tecnologías) y en el uso de los recursos (capacidad para aprovechar "nuevas oportunidades" como el desarrollo de negocio, el teletrabajo, entre otros).
En caso contrario continuarán produciéndose diferencias en las oportunidades de desarrollo de las poblaciones y se establecerá una gran distancia entre aquellas que tienen o no tienen acceso a las tecnologías que hacen posible la Sociedad de la información.
Es necesario romper la burbuja tecnológica en la que estamos encerrados aquellos que sí disponemos de los medios tecnológicos para darnos cuenta que mientras haya personas que no tengan que comer, dónde dormir, que vestir o dónde aprender, podrán existir celulares y computadoras de décima generación pero la humanidad no estará avanzada.