A Benjamín Franklin se le atribuye haber dicho que al nacer sólo se tienen dos cosas seguras: la muerte y los impuestos. Aquí, en la política como en la economía, solo se tiene como segura la muerte. Esa realidad impone la obligación de hacer cumplir la ley natural de la que hablaba Franklin, para impedir que la marcha hacia el futuro se detenga.
El director de Impuestos Internos Magín Díaz lo ha dejado ver con claridad, en su comparecencia en el almuerzo de este miércoles en la Cámara Americana de Comercio, en presencia de lo que pudiera llamarse la “crema y nata” del empresariado nacional. Su mensaje es el fruto de una visión realista y justa del presente nacional proyectado hacia el futuro. Ha dicho que es impostergable, sin más pérdida de tiempo, asumir el desafío de una reforma tributaria integral, en toda la profundidad que la situación exige, para actualizar el Código Tributario, vigente desde hace un cuarto de siglo, que no responde ya a las exigencias de la economía ni guarda relación con los cambios que hemos tenido a lo largo de esos últimos 25 años.
El director de la DGII planteó que esa reforma debe hacerse con la determinación debida y a través de un consenso, con un alto espíritu de equidad, eludiendo todo prejuicio, agrego yo, de carácter partidario o de grupos e intereses económicos, como tantas veces hemos visto cuando la mezquindad se interpone al buen sentido, a la razón y al bien común. El llamado del ingeniero Díaz tiene un alto valor patriótico y, sobre todo, un innegable sentido de oportunidad, porque el aplazamiento de esa reforma puede resultar muy negativo y traerle al país problemas de un costo social, político y económico inimaginables de muy larga duración.
Atendamos, pues, el llamado justo del director de la DGII, para que en el futuro a todo buen ciudadano que muera pueda escribirse en su epitafio que con él se cumplió, una vez más, la máxima de Franklin.