Dentro de algunos años los protagonistas y los de papeles secundarios y terciarios en la revolución de abril de 1965 desaparecerán y los efectos de aquella agotarán su enraizamiento en la sociedad dominicana. Entonces será cuando el investigador y analista histórico sagaz podrá hacer una reconstrucción e interpretación completas colocando en los lugares correctos los segmentos de todo el tramado interior y el que la circundó.
Ha sido el acontecimiento revolucionario en curso del siglo XX más atestiguado, reportado y graficado –fotografías, fílmicas y caricaturas-, por encima de la revolución cubana, la que podría equiparársele luego de realizada pero no “en curso”, y que junto a ésta y a la guerra de Vietnam provocaron un nuevo estilo y derrotero del accionar de EU a nivel internacional, con el estamento militar superpuesto al estamento político hasta hoy.
La única duda que tengo respecto al concepto anterior es el hecho cierto de que el asesinato de Estado de John F. Kennedy, un cuasi golpe de Estado cívico militar, más militar que civil, dirigido y ejecutado por el estamento militar que abrió las compuertas al pentagonismo en sustitución -¿en paralelo?- del imperialismo, como lo definiera el profesor Juan Bosch en su conocida tesis, podría haber sido el punto de partida, algo así como el pistoletazo al inicio de una carrera olímpica.
Ninguna revolución se parece a la dominicana en cuanto a su profunda fe democrática, su concentración en una ciudad capital, su duración de cuatro meses y su frustración por una ocupación militar y política extranjera a la que se le hizo resistencia continua.
Nuestra revolución, la guerra civil española, la revolución mejicana y la revolución cubana son cuatro acontecimientos magnos copiosamente citados con sus ondas de cercanías y de lejanías cónsonas con cada una.
De todas, la revolución constitucionalista fue la única librada sólo en un casco urbano, la de menos duración pero de gran intensidad, y la única castrada por la intervención de un ejército extranjero, el de EU.
Triunfaron la revolución mejicana y la cubana, libradas a nivel nacional durante varios años. Fracasó la española que aunque se libró a nivel nacional su suerte se decidió en el casco urbano de Madrid.
Todas atrajeron la atención internacional y fueron factores de universalización de sus países pero la dominicana se asumió atípica, sui generis, entre otros datos por el de que ninguna gran potencia envía a una nación minúscula 42 mil soldados –cuatro veces los de las Fuerzas Armadas de 1965- sin la intención de permanecer o cuando menos mantenerla ocupada con una Base Militar.
Por razones que analizaríamos en otro lugar y momento derivaron en establecer el Estado Recinto dirigido por los asesores militares del MAAG, quienes por muchos años dispusieron los ascensos militares de rangos de mayores en adelante y señalaron previamente a los jefes de las Fuerzas Armadas y sus ramas, todo lo anterior moviéndose dentro de sistemas suyos de seguridad cuyas puntas estaban en sus manos.