“La compasión por los animales está íntimamente asociada con la bondad del carácter y puede ser afirmado que el que es cruel con los animales no puede ser un buen hombre”.- Arthur Schopenhauer

Personalmente no podría estar más de acuerdo con las palabras del gran filósofo alemán y uno de los hombres más lúcidos del siglo XIX y de enorme trascendencia en la filosofía occidental. Hay algo en las relaciones que el ser humano establece con los animales que define, en gran medida, quiénes somos. Es difícil encontrar a un hombre en verdad bueno con el hombre, que no lo sea de igual modo con el animal que encuentra en su camino. El amor a estos es cuestión de sensibilidad ante todo ser vivo que puebla el planeta. No hay grandeza alguna en el maltrato y la muerte gratuita ni defensa que exima de culpa a quien hace de ello pasatiempo y mofa del dolor. Las personas hablan, de modo elocuente acerca de si mismas, a través de la piedad mostrada hacia todo cuanto les rodea. Sin embargo no todo se limita al amor, ese sentimiento desinteresado hacia cualquier criatura, que en ciertas ocasiones nos sitúa frente a espurios intereses en estado de eterna indefensión. Y este es un hecho frecuente cuando personas de bien deciden compartir su vida con uno o más animales. Pero hagamos, antes de entrar en estos territorios, un breve recorrido por nuestra historia en común.

Hombres y animales instauraron desde el principio de los tiempos una unión estrecha y duradera, si bien ésta fue atravesando diversas etapas con desigual fortuna para los últimos. El rol que el animal ha ejercido a los largo de los siglos en el entorno humano ha sido de naturaleza a menudo errática y caprichosa. En algunas culturas y civilizaciones adquirieron carácter mitológico como símbolo de la unión entre lo divino y lo humano; otras veces fueron fruto de una peculiar mezcla de ambos reinos; seres híbridos a medio camino entre uno y otro mundo, criaturas mágicas dotadas de fuerza y poder sobrenatural producto de la imaginación del hombre. Ibis, Horus, Pegaso, Minotauro, grifos y centauros, hidras, arpías, faunos y sirenas, dragones, unicornios e hipocampos entre muchos otros, representaciones simbólicas todas ellas que trataban de dar respuesta a las muchas incógnitas que plantea desde siempre el hecho sorprendente de existir.

Los animales que habitan entre nosotros lograron igualmente alcanzar una dimensión sagrada que viene desde antiguo entre los distintos  pueblos que habitaron y habitan la tierra. Las vacas continúan siendo hoy en día intocables en la India. En Tailandia los elefantes blancos son objeto de culto y símbolo del poder real, mientras el tigre sigue siendo un animal icónico en China. Pero a decir verdad muchos -o al menos una gran mayoría- se han mantenido en un rango menor y siempre al servicio del ser humano que en general los ha usado en su propio beneficio. Ellos han sido alimento necesario,  herramienta de trabajo, medio de transporte, motor de molino, calor y abrigo frente al frio, reguladores del equilibrio biológico y además de todo ello les hemos ido descubriendo, con el transcurrir del tiempo, compañeros leales capaces de aportar cierta solidez emocional a nuestra natural fragilidad.

Subyace -pese a todo cuanto nos regalan- en algunos seres humanos y en su relación con el mundo animal un deseo, innato y a veces aprendido por cuna y tradición, de matar. No se trata en estos casos de cumplir con el ritual de la propia supervivencia sino que se tortura y se les da muerte por puro placer; mero afán de infringir daño a otro ser vivo y vencer en una lucha a todas luces desigual. No existe igualdad ni hay justicia en la contienda cuando se impone la bala de un rifle o el poder de una estocada. No hay equilibrio de fuerzas en cualquier tipo de ceremonia que enardece a una masa predispuesta a jalear el sufrimiento de un animal en nombre del festejo popular. Caben pocas dudas al respecto en cuanto a otro tipo de actividades mal llamadas deportivas. ¿Pueden ser consideradas la pesca y la caza, en este momento, actividades que persiguen la pervivencia humana? Es evidente que no. La mayoría de las grandes cacerías no se llevan a cabo con un objetivo distinto al de obtener el triunfo, un trofeo al servicio de las élites de poder. Si nos atenemos a la estricta realidad se puede confirmar, a través de fuentes diversas, que existe en la actualidad un reducido y decreciente número de personas en el mundo que aún se sirven de dichas prácticas para satisfacer sus necesidades vitales y a pesar de ello y tal como describe Miguel Ángel Criado, periodista de El País  “Un estudio demuestra que el humano tiene tasas de depredación hasta 10 veces superiores a las de los grandes carnívoros. La tecnología y conducta humana comprometen el futuro de la fauna del planeta”  ¿Tan sencillo y gratuito es entonces el exterminio animal? Los datos no cuadran y la respuesta de nuevo no ofrece muchas alternativas. El hombre destruye en la mayoría de los casos por simple maldad, beneficio económico o pura estupidez el mundo que le sostiene y le alimenta. Y lo hace sin argumento ni excusa posible ante las generaciones venideras. Pitágoras, matemático y filósofo griego (siglo VI a.C.) lo manifestó de modo claro muchos siglos antes de que se llegara a vislumbrar la auténtica dimensión del problema: "Mientras los hombres sigan masacrando a sus hermanos los animales, reinará en la tierra la guerra y el sufrimiento y se matarán unos a otros, pues aquel que siembra el dolor y la muerte no podrá cosechar ni la alegría, ni la paz, ni el amor”.

Por fortuna y en franca oposición  a los muchos depredadores que pasan por alto cualquier cuestión ética, frente a los que ignoran la desaparición de especies y el sufrimiento animal, frente a muchos individuos insensibles y faltos de empatía e incluso frente a obtusos y mostrencos de diverso pelaje ignorantes y escasos de cultura, se alzan las voces del resto de los hombres. Un enorme grupo de personas preocupadas por mantener el equilibrio ecológico y natural de este globo terrestre que nos aloja; una marea humana implicada y consciente al mismo tiempo de que protegerles, salvarles, es salvarnos a nosotros mismos. La lucha es infatigable. El número de individuos y colectivos con una conciencia atenta y consciente es ya imparable. Gente implicada en dar la cara, en plantear el problema sin falsos eufemismos, grupos de rescate y abierta lucha: partidos políticos, ONGs, sociedades protectoras, voluntarios y cientos y cientos de adoptantes de animales abandonados a su suerte, son testigos de esta nueva voluntad de no mirar hacia otro lado. Hoy, al fin, somos plenamente conscientes de que el tándem hombre-animal es no solo necesario e indisoluble sino que aporta mutuos beneficios y favorece una mayor calidad de vida.

Una vez más no invento nada al afirmar que el ser humano es más feliz y no siente de igual modo la soledad cuando ésta es acompañada por un animal. Las ciudades  se llenan en progresión constante de ciudadanos que pasean orgullosos junto a los suyos. Ciertas patologías sabemos que mejoran al lado de una mascota que permite conectar al enfermo con sus propias emociones. La comunicación con ellos tiene otros códigos y se establece de un modo diferente, cierto, pero no por ello es menos afectiva ni estimulante emocionalmente que el contacto establecido entre los seres humanos, tan solo es de naturaleza distinta. Todos juntos, unos y otros, nos beneficiamos de nuestra mutua compañía. Perros, gatos y otro tipo de mascotas interaccionan con miles y miles de familias en el mundo como miembros de pleno derecho. En una nueva vuelta de tuerca a la historia, hoy nos situamos en una posición bien distinta en la que el animal se convierte en centro del universo de muchísimas personas.

Y es ese amor incondicional, del que hablé al principio, el que nos captura y nos hace prisioneros de toda una red de servicios e industrias creadas para generar vergonzosos beneficios en favor de quienes, con mano férrea y sin pudor alguno, agitan el delicado territorio de las emociones.  Profesionales que a veces embarcan en costosas e innecesarias pruebas e intervenciones a un pobre e indefenso animal y a su atribulada familia. Medicamentos y alimentos de valor sobredimensionado, llegan a alcanzar precios muy por encima de un presupuesto medio familiar en cualquier país. Clínicas veterinarias, albergues que cuestan más que un hotel, criadores que siguen aumentado el número de animales sujetos a documento que avale el pedigrí para ser vendidos a precios elevados cuando las calles se llenan de camadas de gatos a los que les será muy difícil salir adelante…

Parece que el ser humano es incapaz de encontrar en cualquier circunstancia el punto justo de mesura. Todo lo anterior no quiere decir por supuesto que no existan grandes profesionales volcados con enorme vocación en su trabajo, ni que los costes sean siempre esperpénticos. No seré yo quien critique ni encuentre desmedido el amor a un animal, pero a la vez  contemplo con asombro como a veces parece cegarnos la pasión por ellos mientras ignoramos al ser humano que a nuestro lado corre peor suerte. Nada debe impedirnos luchar por la dignidad animal pero sin renunciar por ello a otorgar al igual lugar de privilegio. Que la lucha no derive en posiciones excluyentes que nos lleven a perderemos por caminos de difícil retorno.